La aldea de la manada se había envuelto en una calma tensa tras la retirada de los cazadores. Las hogueras crepitaban en el centro del asentamiento, y los lobos heridos descansaban mientras otros montaban guardia. La sensación de victoria era efímera, eclipsada por la certeza de que aquello no era más que un respiro antes de la próxima batalla.
Elara estaba sentada junto a una de las hogueras, el amuleto descansando sobre su regazo. La luz plateada que irradiaba era más tenue ahora, pero aún pulsaba débilmente, como un corazón que nunca se detendría.
Caelum se acercó, con una taza de té en las manos y una mirada cansada en sus ojos dorados.
—¿No puedes dormir? —preguntó, ofreciéndole la taza.
Elara negó con la cabeza mientras tomaba el té.
—Con este amuleto en mis manos, dudo que pueda dormir tranquila otra vez.
Caelum se sentó a su lado, dejando escapar un suspiro.
—¿Crees que podemos encontrar una forma de destruirlo?
Elara bebió un sorbo del té, su mirada fija en las llamas.
—Creo que debemos intentarlo. Pero si el poder dentro del amuleto es tan antiguo como parece, no será tan fácil.
Caelum la observó en silencio por un momento antes de hablar.
—Hay algo que no te he contado.
Elara lo miró, con curiosidad y un toque de preocupación.
—¿Qué cosa?
Caelum se inclinó hacia adelante, sus manos entrelazadas mientras sus ojos se perdían en el fuego.
—Cuando era niño, antes de que mi padre muriera, me contó una historia. Hablaba de un lugar que los lobos consideraban sagrado, un lugar donde los ancestros de nuestra especie sellaron los poderes que ahora están dentro de ese amuleto. Decía que ese lugar no solo era el origen de nuestro poder, sino también la clave para destruirlo si alguna vez se volvía una amenaza.
Elara frunció el ceño, sus pensamientos corriendo a toda velocidad.
—¿Dónde está ese lugar?
Caelum negó con la cabeza.
—No lo sé con certeza. Mi padre nunca lo vio, y la historia se convirtió en una leyenda más entre los lobos. Pero hay pistas en las runas del amuleto, en los símbolos que vimos en la cámara. Podría ser real.
Elara apretó el amuleto entre sus manos, sintiendo una chispa de esperanza mezclada con una profunda inquietud.
—Si ese lugar existe, debemos encontrarlo. Si es nuestra única oportunidad de destruir el amuleto sin liberar su poder, no podemos ignorarlo.
Caelum asintió, su determinación reflejada en sus ojos.
—Entonces partiremos al amanecer.
Cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, Elara y Caelum se prepararon para partir. Thorne los despidió en el borde de la aldea, con la mirada severa pero llena de respeto.
—Han hecho mucho por nosotros —dijo Thorne, colocando una mano en el hombro de Caelum—. Pero este viaje será diferente. No podemos ayudarte allí.
Caelum asintió, su mandíbula apretada.
—Lo sabemos. Pero es algo que debemos hacer.
Elara miró a Thorne, inclinando ligeramente la cabeza.
—Gracias por confiar en nosotros. Prometo que encontraremos una solución.
Thorne la observó por un momento antes de asentir.
—Buena suerte, bruja.
Con esas palabras, Elara y Caelum se adentraron en el bosque, dejando atrás la seguridad de la aldea.
El viaje fue largo y agotador. Durante días, siguieron las pistas que Elara había descifrado en las runas del amuleto, cruzando bosques oscuros, montañas empinadas y ríos caudalosos. Cada noche, el amuleto brillaba un poco más fuerte, como si los guiara hacia su destino.
—¿Crees que estamos cerca? —preguntó Caelum una noche, mientras descansaban junto a un pequeño arroyo.
Elara miró el amuleto, notando cómo su luz pulsaba con más frecuencia.
—Sí. Cada vez que nos acercamos, el amuleto se vuelve más activo. Es como si supiera a dónde vamos.
Caelum soltó una risa suave, aunque había cansancio en su tono.
—Un objeto mágico que nos guía… Suena más como un mal cuento de hadas que como un plan.
Elara sonrió, apoyando la cabeza en sus manos.
—Con todo lo que hemos vivido, me sorprende que todavía encuentres formas de bromear.
Caelum la miró con una sonrisa ladeada.
—Es una de mis mejores cualidades, bruja.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron a un valle oculto rodeado por altas montañas. En el centro del valle había una estructura antigua, un círculo de piedras gigantes cubiertas de runas similares a las del amuleto.
Elara sintió que el aire cambiaba a su alrededor mientras avanzaban. Había algo solemne y pesado en ese lugar, como si el tiempo mismo se detuviera dentro del círculo.
—Este debe ser el lugar —dijo Caelum, observando las piedras con atención.
Elara asintió, sacando el amuleto de su bolsa. Tan pronto como lo sostuvo en alto, las runas en las piedras comenzaron a brillar con un resplandor plateado, reflejando la luz del amuleto.
—Es aquí —susurró, sintiendo una mezcla de alivio y temor.
Antes de que pudieran avanzar más, un gruñido profundo resonó desde el centro del círculo. De las sombras emergió una figura alta y poderosa, con la forma de un lobo gigante, pero sus ojos brillaban con una luz dorada que era inhumana.
—¿Quiénes osan entrar en este lugar sagrado? —rugió la criatura, su voz profunda resonando en el valle.
Elara y Caelum se detuvieron, sus corazones latiendo con fuerza mientras se enfrentaban al guardián del valle.