El tiempo había pasado, aquellos niños se habían convertido en adolescentes. Nolan creció rodeado de fuerza y disciplina, levantándose de cada fracaso con la frente en alto. Nacido para pelear y jamás desistir. Dracelle por otra parte, siempre estaba rodeada de los miembros más oscuros de su casa.
El colegio eldricht volvía a abrir sus puertas de nuevo. Decenas de estudiante veteranos y nuevos, muy emocionados surtían sus listas en el mercado mágico. Algunos acompañados de sus padres. Risas y gritos de alegría de niños y adolescentes, resuenan en los rincones del mercado. No había excepción, familias de alto estatus y bajo, hacían sus compras en el mismo lugar. Claro que siempre habían comentarios ofensivos así las familias de bajo estatus.
El Mercado brillaba bajo un cielo cubierto de nubes violetas.
Las linternas flotaban sobre los puestos, lanzando destellos dorados y verdes que se reflejaban en los cristales de las tiendas mágicas.
Los nuevos estudiantes de Eldricht caminaban entre libros que susurraban, plumas que se movían solas y frascos que contenían tormentas diminutas.
Nolan Thorne caminaba junto a sus padres.
Su madre, Elara Thorne, sostenía una lista escrita en tinta plateada; su padre, Marcus, discutía con un vendedor sobre el precio de una varita encantada.
Pero Nolan apenas los escuchaba.
Estaba distraído observando el caos maravilloso del mercado: los colores, los olores, los hechizos que se escapaban de las manos de los aprendices.
Todo le parecía un sueño... hasta que la vio.
Al otro lado del pasillo de piedra, frente a una estantería de libros, estaba Dracelle Malrois.
Su presencia cortó el aire como una hoja.
Cabello negro azabache, ojos oscuros y brillantes como obsidiana.
Ya no era la niña con la que solía pelear; ahora era una joven alta, elegante, con el emblema de su familia bordado en plata.
Y aunque había crecido, su mirada seguía teniendo el mismo filo arrogante de siempre. Antes de que pudiera hablar, la madre de Nolan giró al ver el silencio de su hijo. Su rostro cambió de inmediato. Los ojos de Elara Thorne se ensombrecieron como si hubiera visto un fantasma.Elara dio un paso atrás.
La sonrisa y ojos de Dracelle -la misma sonrisa y ojos- le devolvió imágenes del pasado:
La imagen de aquel hombre volvió a su mente con la fuerza de un suspiro que se niega a morir. Su rostro, bañado por una luz dorada, parecía tallado con paciencia, con esa mezcla de nobleza y misterio que sólo algunos hombres poseen sin buscarlo. Su sonrisa -esa sonrisa- seguía grabada en su memoria, ladeada, confiada, como si siempre supiera algo que los demás ignoraban.
Recordó el brillo en sus ojos, el tono cálido de su voz, y la manera en que el bigote apenas delineaba su boca, dándole un aire de elegancia antigua, casi poética. Su cabello, oscuro y rebelde, caía sobre la frente con un descuido encantador, y cada vez que reía, parecía que el tiempo se detenía a escucharlo.
Llevaba su uniforme imperial con una naturalidad que no provenía del orgullo, sino del destino; como si hubiera nacido para portar esa insignia, para caminar entre sombras y guerras, y aun así conservar la luz en la mirada.
Ella podía verlo aún: apoyado contra una pared de piedra, la sonrisa inclinada hacia el recuerdo, con esa expresión de quien ama la vida, incluso cuando duele. Y en ese instante, comprendió que algunas memorias no son simples recuerdos... son fantasmas hermosos que el alma decide no dejar ir. Y entonces, el recuerdo se tornaba en fuego.
La última imagen era la más viva. Ella lo había llevado hasta la hoguera, no por odio, sino por reglas. Él trato de resistirse, tenía una hija que criar, Pero al ver que sus esfuerzos eran en vano, acepto que su tiempo había terminado. Pero antes de que las llamas lo reclamaran, se agachó con una ternura inesperada y dejó a su hija, una bebé envuelta en telas suaves, sobre el suelo frío. No dijo nada. Solo la miró, como si en ese gesto estuviera entregando todo lo que le quedaba de humanidad.
Ella lo vio arder, junto con la misma hermana de aquel hombre. No con placer, sino con lágrimas que no sabía si eran por él, por la impotencia de poder hacer nada o por la niña que ahora quedaba sola en el mundo.
Dracelle sintió las miradas que se clavaban en su perfil. Giro hacia a las miradas, con una mirada serena y penetrante. Su mirada se poso en el rostro pálido de la señora Elara, arqueo una ceja con curiosidad. Aunque ya estaba acostumbrada a esas miradas. Luego su mirada se poso en Nolan, un destello de reconocimiento surgió de sus ojos oscuros. Una sonrisa enigmática se formó en su rostro. Ella se dio la vuelta siguiendo su camino, dejando a su paso su aroma floral.
La señora Elara traga saliva, murmurando para ella misma.
-Esos ojos...y esa sonrisa los reconocería en cualquier lado...-Murmuro con la voz temblando, los recuerdos consumiendola.
Nolan noto el temblor de su madre, pareciendole extraño. El observa a su madre por unos minutos y consumido por la curiosidad no puede evitar preguntar:
-Madre, ¿Te encuentras bien?-Pregunto colocando su mano sobre su hombro-Te noto un poco tensa.
Elara con el rostro sombrío aún, ve a su hijo dándole una sonrisa forzada. Se da la vuelta uniéndose a su esposo en las compras dejando a Nolan confuso y lleno de preguntas.
-¿Qué acaba de pasar?...-Susurra Nolan observando a sus padres.
Elara sabía que su hijo no se quedaría con las dudas y buscaría respuesta. Pero el no debía enterarse el porque el apellido Thorne estaba manchado. Ella pensaba que aún no estaba listo para saber la verdad. Así que lo mantendría alejado de toda costa del tema y especialmente de Dracelle.
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Editado: 18.12.2025