Eldricht y el legado oculto

Capitulo III / El tormento de Elara

Después de un mes de haber pasillo con la gracia de quien no teme ser observada. Su cabello oscuro contrastaba con el salón de tonos dorados, y sus ojos se mostraban serenos, eran idénticos a los de su padre en el pasado: Theodore Malrois.

Cuando Dracelle pasaba frente al gran espejo del salón, Elara se detuvo, No por cortesía, sino por espanto. En el cristal no se reflejaba solo la joven, sino también la figura joven, su alma viva en su mirada, de Theodore. Su túnica implacable, su rostro sombrío, y esa expresión... esa expresión que no era de odio, sino de decepción. Dracelle giró la cabeza, y al hacerlo, arqueó una ceja con la misma elegancia inquisitiva que Theodore solía mostrar en los debates mágicos. Elara retrocedió un paso. Era como si el pasado se hubiera encarnado en la hija, como si cada gesto, cada palabra, cada mirada de Dracelle fuera una daga que reabría la herida que nunca cerró.

Durante la ceremonia de apertura, Dracelle fue invitada a leer un fragmento de los antiguos textos de los imperiales pasados. Y justamente era el texto de su padre. Su voz, profunda y serena, resonó en el salón.

-El conocimiento no es un privilegio. Es una llama. Y como toda llama, puede iluminar... o consumir-Recito Dracelle en el centro del salón.

Elara sintió que el aire se volvía denso. Las palabras eran las mismas que Theodore había pronunciado en su ceremonia. El eco de su voz parecía surgir no de la joven, sino del abismo que Elara había creado. En ese instante, Elara Thorne, sentada entre los demás padres de los estudiante, sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones. Las palabras eran casi idénticas. La cadencia, la mirada, incluso la pausa antes de pronunciar "consumir". Era como si Theodore hablara a través de su hija.

Como si el Paso no hubiera sido el final, sino apenas un eco que regresaba para juzgarla. Los maestros continuaban revisando las calificaciones de cada estudiante elegido. Eran 30 estudiantes quienes esperaban sus resultados sentados en sus respectivos lugares. De todos ellos solo 10 saldrían imperiales. Luego de una hora el director se levantó de su asiento dirigiéndose al centro del salón con un pergamino en manos, Empezando su discurso:

Cada uno de ustedes ha demostrado que la magia no es solo poder, sino propósito. Han enfrentado pruebas que desafiaron su mente, su espíritu y su vínculo con las fuerzas invisibles que rigen nuestro mundo. Y hoy, el Colegio de Magia de Eldricht honra ese esfuerzo.

Pero ser un Estudiante Imperial no es simplemente un título. Es una promesa. Una promesa de servir al equilibrio mágico del Imperio, de proteger los secretos que no deben caer en manos erradas, y de liderar con sabiduría en tiempos de oscuridad y luz.

La selección no se basa únicamente en habilidad. Se basa en visión, en carácter, en la capacidad de conjurar esperanza cuando todo parece perdido. Los 10 que serán nombrados hoy no son los más poderosos, sino los más preparados para llevar el peso de lo imposible. A los que no sean elegidos, no vean esto como un final, sino como una motivación mejorar.

Elara ve de reojo a Dracelle, observando cada centímetro de ella, no por administración si no que le recordaba a su tormento. Los elegidos fueron: el grupo de bravucones de Dracelle, Nolan, Marisol y Dracelle. Ellos fueron los estudiantes con las calificaciones y condiciones cumplidas. A cada uno de sus padres se les entregó la insignia imperial junto con su képi. Los padres orgullosos le colocan las insignias a sus hijos, era un orgullos, una alegría ver a sus hijos en niveles académicos muy altos. Dracelle espera firme a qué el director le entregará la insignia, ya que sus tíos no se habían hecho presentes. El director se acerca con un pequeño cofre de detalles intrincados, junto con el képi en manos.

-Hasta en esto eres igual a tu padre-Dijo entregándole las cosas- poniéndote la insignia tu misma, tal como el lo hizo en su momento.

Dracelle toma las cosas. Se coloca el képi con cuidado, para luego abrir el cofre sacando la insignia. Con elegancia la posiciona en su pecho de lado derecho. Con mirada firme ve al director, levanto la mano derecha hacia la visera del képi. Haciéndole un saludo firme al director. El director asiente con la cabeza ligeramente respondiéndole el saludo.

El uniforme imperial fue entregado a cada uno de los elegidos. Ahora debían portar el uniforme con orgullo y respeto. En sus manos estaban secretos que debían proteger, un orden que mantener y una lealtad que no había que quebrar.

Cómo era de costumbre, esa misma noche se haría un baile. El llamado baile lunar. Todos los estudiantes de eldricht bailarían bajo la luz de la luna y las estrellas. El príncipe junto a un imperial abriría la pista del baile. Todos los imperiales formaban un camino en una alfombra roja donde pasaría el príncipe. Ellos esperaban junto a las escaleras que bajaban al salón. Sus padres sentados en sillas exclusivas para ellos, los observaban. El orgullo se podía notar en sus ojos. A otros se les notaba la nostalgia, como si recordarán cuando ellos tuvieron ese momento, viéndose reflejados en sus hijos.

Elara no le quita ni un minuto a Dracelle. Sentada en su silla sus manos tiemblan ligeramente mientras sostiene la copa de vino. Casi se pude escuchar los golpes de sus uñas contra el cristal por el temblor de sus manos. Observa como ella bromea con su grupo, una sonrisa que solo sirve para atormentarla. Cuando el director anuncia la llegada del príncipe, los imperiales se recomponen optando una postura recta. Dracelle gira ligeramente la cabeza mientras su sonrisa de desvanece. Observa al príncipe bajar las escaleras con una mirada impredecible. Elara solo puede recordar aquel momento dónde todo es idéntico. La mirada de Dracelle es la misma que Theodore tenía esa noche cuando ella bajaba las escaleras como la princesa del puma violeta. Mis posición, misma expresión de ambos. Todo era igual. Ella solo pudo ver reflejado su amor imposible y su tormento.




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