Elección Fatal

Capitulo 6

El laboratorio habló a media mañana con la voz seca de los peritos: un correo electrónico y, al rato, un informe más extenso que la hizo leer dos veces dentro del coche antes de entrar a la comisaría. Las fotografías eran frías, clínicas; las palabras, directas.

—Dos heridas contiguas —le dijo el forense cuando la recibió en la sala de autopsias—. Separadas por pocos centímetros. Una atraviesa cavidades, perfora corazón; la otra queda amortiguada contra la ropa, fractura costillas, no penetra. Eso indica proximidad. El tirador estuvo muy cerca.

Maura dejó reposar el sonido de la frase. Cercanía. Intimidad. No había distancia del odio, había proximidad de confianza o de enfrentamiento.

—¿Hay residuos de pólvora en las manos del fallecido? —preguntó ella, sin levantar la vista del informe.

—Nada. Ni en manos ni en ropa externa. Eso nos descarta como suicidio —contestó el forense—. O el arma se accionó con guantes, o el atacante retiró residuos, o no hubo disparo desde las manos del muerto. Además: no hallamos casquillos en la escena inmediata.

Maura frunció el entrecejo.

—¿Silenciador?

—Podría ser —dijo—, o un revólver. Con revólver no hay casquillos eyectados. Pero con un revólver es más probable acumular residuos. Aquí no hay nada. Alguien limpió. Y la escena muestra signos de prisa: huellas difusas en el alféizar, un vaso sobre el suelo roto con los bordes intactos. Nadie arrasó; alguien tuvo que irse con prisa.

En la mesa, junto a las fotos, había un mapa pequeño de la habitación, recuadros, flechas. Maura lo repasó con los ojos de quien busca una coreografía en lo que parece azar.

Cuando salió del laboratorio, la coordinadora de informática la esperaba con una tableta que brillaba.

—Tenemos el registro de las cámaras —dijo la mujer—. Hubo un apagón puntual.

—¿A qué hora?

—Ocho minutos. Del pasillo que comunica con el despacho, exactamente. Coincide con la franja de llamadas que usted marcó en su cuaderno: 22:03 y 22:10. Entre esas dos, las cámaras no graban.

El silencio se volvió más denso. Maura pidió los extractos telefónicos y la lista de visitas de la noche. El palacio, por escrito, seguía una coreografía cerrada: entradas registradas, acreditaciones, guantes de protocolo.

Pero al cotejar, surgió la grieta: la llave maestra del despacho —la que permite abrir la puerta sin pasar por el lector digital— no quedaba registrada en el sistema de control. El uso de esa llave figura en un libro manual, en un registro a mano. Y la persona que firma el libro no figura en el acceso digital. Era, en términos claros, una entrada que no dejaba rastro tecnológico.

Maura, con el expediente en las manos, llamó a quien presidía la seguridad del palacio: Óscar Mejía. Era un hombre de cara curtida por años de subidas y bajadas en puestos de control, con la boca de quien miente y la postura de quien ha aprendido a no plegarse en los interrogatorios.

—Detective —saludó—. ¿Qué necesita?

—Explíqueme —dijo ella sin rodeos— por qué la llave maestra fue usada sin registro digital. ¿Quién firmó el libro?.

Óscar acomodó la corbata, puso la voz de quien pierde parte de la paciencia por el desplante.

—Cuando lo hace una autoridad del edificio —explicó—, la norma pide que se deje constancia en papel. Lo digital es para visitantes y personal. Si un ministro, o el secretario, lo solicita, se anota a mano y se preserva. Eso siempre fue así.

—¿Quién firmó esa noche?

Óscar buscó la agenda, como si la memoria burocrática pudiera saltar de la tinta a la voz.

—La firma —dijo después de una pausa— corresponde a la oficina del Secretario General. Tengo el sello. No puedo dar más datos sin autorización escrita.

Maura sacó su libreta y lo miró con la paciencia afilada que usa para apuntalar verdades.

—Necesito la original. Ahora.

Óscar cedió, pero no sin advertir:

—Esto es delicado, detective. Involucra protocolos. Si usted tira de un hilo indebido, puede deshilacharse algo grande.

Maura recordó la mano de René, su oferta de auxilio y la suavidad con filo. "Delicado" era el eufemismo de la amenaza.

Mientras Óscar firmaba la entrega de los documentos, la informática volvió con otra pieza.

—Rastreé esas llamadas extrañas —dijo—. Son a números no registrados en la agenda oficial. Cuando vamos al proveedor, aparecen como líneas prepago activadas con datos mínimos, nombres falsos. Hay, además, un detalle: varias llamadas de ese período recibieron conexión de un mismo prefijo internacional por apenas segundos. Ese prefijo aparece en la factura de una empresa pantalla y pertenece a un servidor externo.

Maura sintió que cada dato abría una puerta que daba a otra habitación oscura.

La recepcionista del turno nocturno, Verónica, fue llamada a declarar. Era joven, pestañas entrecortadas por café, la voz aún en el filo de la sorpresa.

—Vi a alguien abrazando al señor presidente —dijo con voz baja—. Fue a las diez y pico. No los reconocí bien, venían por el pasillo hacia el despacho. Él parecía agitado. Se abrazaron como para consolarlo.

—¿Era un abrazo de pareja, de amigo, de oficina? —preguntó Maura.

—Parecía… no sé. Muy cerca. Olía a perfume. Era un aroma fuerte, dulce. Como jazmín.

Maura apuntó el dato: perfume de jazmín.

Una empleada doméstica, Teresa, dijo que escuchó voces y una frase que volvió en su mente en forma de eco:

—"No puedes hacerlo" —repitió Teresa—. Después silencio. Fue una voz masculina, nerviosa.

Maura empezó a dibujar un contorno: abrazos, voces, un mandato que no debía cumplirse. Le sobraba la sensación de que había gente que intentó frenar algo y que, en el intento, alguien había decidido otra cosa.

La investigación se aceleró cuando la informática encontró la hoja de control de accesos manual. La firma del libro no era ilegible; era una rúbrica que, al cotejarse con sellos oficiales, remitía a la oficina de René Belmonte. La hoja tenía la anotación: "Apertura despacho — 22:06 — autorización verbal de Oficina del Secretario". El término "Oficina del Secretario" podía referir a media docena de nombres, pero en la práctica, para la estructura del palacio, hoy por hoy, apuntaba hacia René...



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#33 en Novela policíaca

En el texto hay: misterio, crimen, detective

Editado: 30.09.2025

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