La mañana siguiente amaneció como un escenario levantado para que la ciudad fuera juzgada en directo. Las cámaras se apiñaban en las puertas del palacio, los micrófonos se inclinaban como inquisidores metálicos y los presentadores actuaban con el dramatismo de quien manipula la ansiedad. El partido opositor había convocado una marcha masiva; Orlando y Romina estaban en primera fila, micrófono en mano, con la habilidad de quienes han aprendido a convertir el dolor en capital político. Gritos, pancartas, consignas. La calle frente al edificio resonaba como una sentencia anticipada.
Maura cruzó el umbral con la sensación de moverse en un campo minado. Tenía un chaleco identificador y una escolta discreta; aun así, sentía que cada profunda bocanada de aire la exponía más. La instrucción del ministerio había sido clara: “No politice la investigación”. En la práctica, la orden era un límite tan poroso que se deshacía con la primera filtración. Ya había una: un periodista había publicado que Mauricio poseía un dossier, un expediente con nombres y pruebas de financiación ilícita. Si el expediente existía, habría más de un motivo para matarlo.
En la sala de crisis, los ayos del poder se mezclaban con la fatiga de la fiscalía y la precisión de los forenses. René Belmonte, siempre impecable, llegó con la gravedad de quien sabe maniobrar entre redes.
—Nos presionan desde todos los frentes —dijo René, apoyando la palma en el mapa de la ciudad extendido sobre la mesa—. Letrados del gobierno piden rapidez y discreción. Los medios piden sangre. La gente pide justicia. Usted tiene que caminar en la cuerda sin que la cuerda se rompa.
—No es una cuerda —replicó Maura sin levantar la vista del informe que leían los peritos—. Es una red. Y las redes se analizan por sus nudos y por sus extremos. Si alguien quiere controlar el relato, que lo haga; yo voy a seguir los nudos, no los titulares.
René la miró, casi como quien decide si apuesta por la prudencia o por la frontalidad.
—Le ofrecen recursos —continuó—. Fuerzas auxiliares, acceso inmediato a servidores, permisos extraordinarios para registros. Pero el costo es claro: control de la comunicación y limitación de testimonios sensibles. Eso es lo que vienen a vender los letrados.
Maura pensó en la hebra roja que había depositado la noche anterior en el laboratorio, y en la extraña cortesía que aquel gesto representaba: alguien que jugaba con el caso, quería provocar.
—Acepto los recursos —dijo por fin—. Pero no acepto la condición. No habrá filtros sobre lo que declare mi equipo. Si alguien intenta bloquear preguntas o retener pruebas, lo dejo por escrito y lo pongo en la fiscalía. Prefiero tener diez manos menos que permitir que me cierren las ventanas.
La respuesta fue un intercambio de miradas. Aun así, las manos de René se alzaron en un gesto que mezclaba aprobación y advertencia.
—Entendido —murmuró—. Pero no crea que esa decisión la hace inmune. Esto es política; alguien tendrá incentivos para hacerla pagar.
Mientras la reunión terminaba, el teléfono de Maura vibró con una alerta de prensa: Clara Méndez, periodista de investigación que a veces trabajaba al filo de la legalidad, quería verla. La citó en una cafetería que olía a café quemado y a noticias de última hora.
Clara llegó con el cabello recogido en un moño descuidado y una carpeta llena de recortes. Se dejó caer frente a Maura como quien ofrece un arma con mango frío.
—Hay un USB desaparecido —dijo Clara sin rodeos—. Unas fuentes en la contabilidad de la campaña me dijeron que Mauricio hizo una copia. Dicen que estuvo guardada en una caja fuerte del palacio y que alguien la sacó la madrugada del día quince.
—¿Quién tiene acceso a esa caja fuerte? —preguntó Maura, anotando mentalmente.
—La llave la maneja la oficina del Secretario General y, cuando no, la anciana del archivo. Pero lo curioso es que las bitácoras muestran movimiento: a las 03:12 alguien abrió la puerta del despacho con una ficha de acceso que corresponde a la secretaria de turno. La cámara nocturna del pasillo fue tapada con cinta. Nadie entra sin saber lo que busca.
Maura sintió un frío que no provenía del café.
—¿Y el USB? —insistió.
—No hay rastro público. Alguien filtró a la prensa que existía para mover el tablero —dijo Clara—. Pero yo pude recuperar fragmentos de metadatos de un archivo borrado. Pagos_L.docx. Transferencias. Nombres que coinciden con la lista que empezó a circular en redes anoche.
La noticia fue una detonación. Para muchos, la existencia del dossier probaba la teoría de la conspiración: que Mauricio tenía pruebas que podían fulminar a varios. Para otros, era una bomba de humo más. Para Maura, era ahora una pista que debía ser tratada como cadena de custodia: había que encontrar el soporte físico y verificarlo, o demostrar que alguien lo había hecho desaparecer.