Elección Fatal

Capítulo 15

La Unidad de Delitos Económicos olía a té recalentado y a papel. Los analistas ocupaban mesas largas, con pantallas que desplegaban tablas interminables de montos, fechas y anotaciones que para cualquiera eran ruido y para ellos eran mapas. Maura entró con René y dejó sobre la mesa los expedientes que habían reunido hasta entonces. El jefe de la unidad, un hombre de sonrisa cauta llamado Braulio, la recibió sin ceremonias.

—Lo que quieran saber, ya lo preguntaron —dijo Braulio mientras ordenaba unas hojas—. Pero hay cosas que no están en los balances y se mueven como sombras. Les mostramos el diagrama y ustedes deciden por dónde empezar.

Desplegaron un conjunto de impresiones: diagramas con flechas, cuentas intermedias, empresas con nombres neutros y islas de transferencias que partían de montos pequeños, repetidos, y terminaban en cuentas que después distribuían cifras mayores. Maura miró el primer mapa y sintió que alguien le entregaba la piel del caso.

—Estrategia de “smurfing” —explicó un analista joven, con corbata demasiado ajustada—. Fragmentan el dinero en piezas pequeñas para evitar los umbrales de alerta y luego lo integran en flujos que parecen lícitos. Aquí empiezan con veinte transferencias de siete u ocho mil —apuntó con un lápiz—, que terminan en una cuenta de bolsillo. Desde esa cuenta hay dos salidas directas: una a una sociedad pantalla y otra a un cajero de un complejo de ocio nocturno en el puerto.

—¿La empresa pantalla está domiciliada aquí? —preguntó Maura.

—Sí —contestó Braulio—. Una SRL con directorios cambiantes. Registrada y disuelta en menos de un año, con movimientos que coinciden con la campaña. Pagos a “servicios de consultoría”, “asesoramiento político” y “eventos culturales”. Las facturas existen, pero los prestadores no. Todo humo.

René dejó escapar un suspiro.

—¿Y Danilo? —inquirió—. ¿Qué sale con él?

El analista señaló otra parte del mapa. Había una columna donde, tras una cadena de empresas pantalla, aparecía el nombre de una cuenta que pertenecía a una firma de entretenimiento: grandes pagos a nombre de “Sala Privada S.R.L.” y a un número de caja particulier en un casino y varios boliches. De esas cajas salían giros con destinos personales: restaurantes, relojerías, un nombre que había saltado en el expediente —“El Matón”— como beneficiario final de varios pagos en efectivo.

—Danilo figura como beneficiario indirecto —dijo el analista—. No en los registros oficiales de la empresa, pero sí en movimientos que parten de una cuenta vinculada a la familia Gálvez. No es una transferencia directa: son vueltas, reintegros, pagos de sueldos que no casan con su actividad declarada. En los extractos aparecen entradas etiquetadas como “honorarios” y retiradas inmediatamente después por cajero o mediante cheques al portador.

Maura leyó con atención los listados. Las cifras no eran gigantescas si se miraban por separado: treinta, cuarenta, ochenta mil distribuidos. Pero el patrón —timbrado por fechas que coincidían con eventos políticos y con reuniones nocturnas— dibujaba un paisaje de presión y dependencia.

—No basta para afirmar un homicidio por lucro —dijo Braulio—. Pero sí crea un clima de amenazas. Cuando alguien tiene a otra persona atada por deudas de juego o por préstamos usureros, la presión ligera puede convertirse en coerción. Si Mauricio amenazaba con airear financiamiento ilícito que implicaba a Danilo o a la familia Gálvez, el motivo para impedirlo está. La mano que paga no siempre mata, pero la mano que manda puede contratar a quien lo haga.

Maura recordó la nota casi ininteligible que decía “LÍNEA H” y la firma anónima que la acompañaba. El mapa financiero no la ataba a un autor, pero le daba direcciones: prestamistas, empresarios vinculados a la campaña rival, y una empresa de seguridad que volvía a aparecer como receptor de pagos. Braulio señaló un nombre.

—“Guardia y Protección Norte S.A.” —leyó—. El director figura como un exguardia del palacio. Hay pagos mensuales y luego pagos extraordinarios que coincidían con los momentos en que algunas cámaras del palacio sufrieron interferencias o cuando se reportaron cambios en la cronología de las guardias.

René frunció el ceño.

—¿Compraron silencio, entonces? —preguntó.

—Puede ser compra de silencio, o contratación para asegurar la discreción —contestó el analista—. Pero hay otra posibilidad: usaron a la empresa como canal para pagar a terceros. Si pagás a alguien que forma parte de tu cadena de seguridad, tenés la capacidad de maniobrar accesos y coberturas. No sé si mataron, pero sí que alguien pudo manipular la escena.

Mientras hablaban, Maura notó en el diagrama una nueva entrada: una transferencia de alto volumen que no seguía patrón de smurfing. Partía de una de las empresas pantalla y, pocas horas después de una reunión clandestina, llegó a la cuenta de un empresario desconocido, próximo a Romina. El nombre en los papeles era simple y elegante: “Intercom S.A.”.



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En el texto hay: misterio, crimen, detective

Editado: 20.11.2025

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