Elección Fatal

Capítulo 19

La oficina forense olía a solvente y a café frío. Las pantallas resplandecían con imágenes congeladas: fragmentos de video, líneas temporales, ampliaciones de huellas. Maura miró las tomas una y otra vez hasta que dejaron de ser escenas y empezaron a armar una afirmación. Cuando el técnico terminó la exposición, la sala quedó en silencio.

—Entrada al bar “El Coliseo”: 00:00 —dijo el perito, señalando con el puntero láser—. Salida, 02:10. Cámara privada, calidad media, pero la matrícula coincide con la del vehículo que vimos en las imágenes del hotel. Huellas dactilares en la copa rota del despacho: correspondencia dactilar positiva con Danilo Varela, 12 puntos. Y aquí —mostró una primera plana con líneas azules que cruzaban el mapa—, las antenas celulares que tomaron la señal de su equipo lo ubican entrando al pasillo del despacho a la 01:22.

—¿Seguro de la hora? —preguntó Braulio en voz baja, sin perder la compostura, pero dejando entrever la urgencia.

—Seguro —replicó el técnico—. La cámara de “El Coliseo” tiene hora sincronizada con GPS. La alarma del palacio marcó actividad en el pasillo a la 01:19, con una segunda activación a la 01:23, coincidente con la triangulación. La copa —añadió, mostrando la imagen ampliada de las huellas— fue levantada con guantes, pero la marca en vidrio incluyó restos de piel debajo de la uña. La coincidencia es concluyente.

Danilo se incorporó. Su voz era la de quien ha ensayado la calma durante una vida de apariencias.

—Eso no prueba que yo... —dudó—. Yo estuve en el bar, sí. Fui con gente, tengo testigos. Salí a las dos y pico. Además, mi teléfono fue robado la noche del quince. Se lo denunció mi asistente.

—¿Quién robó el teléfono? —preguntó Maura, y la pregunta fue un golpe seco.

—No sé —respondió Danilo, clavando los dedos en la mesa—. Salí del bar, me tomé un taxi. Alguien me amenazó, me tiraron la cartera y me sacaron el teléfono. Lo denuncié a las dos y cuarenta. Tengo el comprobante.

—¿A las dos y cuarenta? —repitió Maura—. ¿Y el registro de antenas que lo ubica a la 01:22 en el pasillo?

El abogado de Danilo abrió la boca para objetar, pero Braulio alzó la mano.

—Señor Varela —dijo Braulio, con la voz fría—, usted firmó en el acceso restringido del palacio a la 01:18. Las tarjetas de acceso coinciden con la hora de la primera activación. ¿Cómo explica eso?

La sala pareció disminuir su oxígeno. Danilo vaciló, la máscara de seguridad resquebrajada por la presión.

—Puedo haber pasado por la puerta del palacio antes de ir al bar —balbuceó—. Hay alternativas. Hay... hay gente que me quiere ver mal.

Maura lo miró, sin misericordia, sin necesidad de gritar. Los hechos eran tozudos.

—Su huella está en la copa rota del despacho —dijo—. ¿Que lo empalaron con pruebas, dice? ¿Quién tiene acceso a una copa en el despacho que no sea el que estuvo ahí esa noche?

La abogada trató de construir un muro: "cadena de custodia", "posibilidad de contaminación", "error de laboratorio", mientras Danilo buscaba en su rostro una excusa que no existía. En la sala, la tensión se tornó casi física. Finalmente, Danilo inclinó la cabeza, no para confesar, sino para articular una réplica menos orgullosa.

—Yo fui al despacho —dijo—. Nos encontramos a solas. Hablamos. Discutimos. Lo dejé vivo cuando yo me fui.

La afirmación cayó como una piedra.

—¿Qué quiere decir con "lo dejé vivo"? —preguntó Maura.

Danilo tragó saliva. Sus manos temblaron, por primera vez públicas.

—Discutimos por contratos. Por licitaciones. Me dijo que había descubierto algo. Dijo que iba a hablar con la prensa. Se exaltó. Yo lo empujé. Tropezó. La copa se rompió. Me fui. No lo vi... no lo vi morir.

Un murmullo en la sala operativa. La explicación defendía presencia e intromisión, no homicidio premeditado, pero cambiaba la naturaleza del vínculo: de implicado a posible testigo culpable. Maura tomó nota, sin ceder en la mirada.

—¿Por qué su huella en la copa? ¿Por qué su teléfono en el pasillo, si usted afirma que fue al bar y lo robaron?

Danilo se encogió, agotado de insistir. La defensa agitó la posibilidad de un “uso posterior” del teléfono por otra persona. La hipótesis existía, pero no explicaba las huellas.

—Si mienten sobre el teléfono —murmuró el abogado—, eso no prueba que mi cliente mató a nadie.

—No lo prueba —admitió Maura—. Pero tampoco lo exime. Y la copa es evidencia física.

Los ojos de Danilo se clavaron en la taza de café como si de ahí pudiera extraer otra versión de la verdad. René, que había entrado sin hacer ruido y permanecía a un costado, apretó la mandíbula. Quiso acercarse, hablar en voz baja, poner su mano sobre el hombro del detenido por la costumbre de la cercanía humana antes que por la formalidad, pero se contuvo. Todo se articulaba en procedimientos que no toleraban afectos.

Mientras fuera del edificio los periodistas empezaban a armar conexiones simplistas, dentro la pesquisa se ramificaba. Maura ordenó que se recabara el listado de llamadas y mensajes del número de Danilo para las 24 horas previas y posteriores al crimen; que se cotejara con cámaras de tránsito, estaciones de servicio y tarjetas de crédito. Ordenó, además, pruebas toxicológicas sobre la copa, para ver si había restos que ataran la escena a alguien más...



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En el texto hay: misterio, crimen, detective

Editado: 30.09.2025

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