Cerca del mediodía, llegó el informe de la química forense sobre la ropa de Ágata. Maura lo leía con una mitad de la mente en la sala de interrogatorios y la otra en el archivo de Mauricio.
—La prenda tiene manchas compatibles con hemo-líquido —leyó el perito—. También detectamos trazas de un limpiador alcalino, de uso industrial. La distribución sugiere que alguien intentó eliminar restos en una zona concreta; además, hay fragmentos de tejido que no pertenecen a la víctima.
Ágata Gález fue citada en la sala. Entró con la mirada tensa, la nuca rígida. Había sido vista con Mauricio en semanas previas; se sabía de un vínculo que no era simplemente profesional. Se sentó frente a Maura, con las manos entrelazadas.
—¿Por qué tiene usted esa prenda con manchas? —preguntó Maura sin rodeos.
Ágata buscó el aire como quien busca una salida por la que no sabe si es legal pasar.
—Él... Mauricio se puso mal —dijo—. Tenía una baja de tensión. Yo fui a ayudar. Eso es todo. Lo intenté auxiliar, limpié el charco de sangre con lo que había. No pensé, Maura. Pensé que podía salvarlo.
Su voz rasgó una emoción que no terminó en llanto. La explicación, sin embargo, tenía puntos que no encajaban en la mecánica forense: la sangre estaba manoseada de una manera que sugería intervención posterior a la muerte; el patrón no correspondía a una caída por síncope. El perito lo dijo con neutralidad: "la dinámica indica que la limpieza fue posterior a una lesión aguda, con un patrón de salpicadura que sugiere cercanía al origen del golpe".
—¿Usted intentó esconderla? —preguntó Maura.
—No —replicó Ágata—. Limpié porque pensé que... que no era justo que se manchara su ropa. Yo quería que lo vieran presentable.
Las palabras de Ágata sonaron en la sala con una mezcla de desorden y orgullo. El motivo —que Maura entendería en su intimidad de fiscal— no eximía: si Ágata había estado en la escena, su relato debía cruzar con la dinámica del crimen. ¿Por qué usar limpiador industrial? ¿Quién tenía acceso a ese producto dentro del despacho? ¿Por qué fragmentos de tejido que no eran de la víctima aparecían en su prenda? .
Amanda, por su parte, se sostuvo serena. Su visita al despacho había sido confirmada por el personal del palacio: había entrado a las 23:45, hablado con Mauricio a solas por unos minutos y salido antes de la medianoche. En su delgada figura había una calma que se percibía como impenetrable. Preguntada, dijo lo que ya se sabía: habían discutido asuntos privados, algunas cuestiones del hogar, nada más. Su alibi era una línea limpia en la trama pequeña de la noche; sin embargo, su cercanía al matrimonio y su actitud reservada alimentaban rumores.
—Ella no aparece como sospechosa directa —observó Braulio—. Pero estar ahí antes no la exonera de nada si alguien la usó como pretexto para entrar o distraer.
Maura asintió. En la investigación lo inmediato podía ser una pista, pero la verdad rara vez era lineal. Hubo, además, un elemento que exigía más sutileza: Helenina Gálvez.
Helenina tenía la costumbre de desdoblarse en sus relatos. Esa noche, según testimonios dispares, había salido al jardín a “calmarse” y había conversado por teléfono con alguien que su secretaria identificó como "V." Cuando Maura pidió las imágenes del jardín, la grabación mostró una figura solitaria, manos en los bolsillos, gestos que marcaban agitación. No obstante, la secuencia tenía un corte: el ángulo de la cámara no cubría la parte más cercana al seto oriental, donde la vegetación absorbía la luz. Maura ordenó una búsqueda de todos los registros de teléfonos que se conectaron a las antenas de la zona entre las 00:30 y las 01:45.
Mientras esperaba los cruces, Maura fue al despacho de compras del palacio para revisar la trama económica. Sus dedos pasaron sobre facturas, licitaciones y contratos con Guardia y Protección Norte S.A. Había un hilo que olía a corrupción: sobreprecios, reasignaciones sigilosas y cláusulas que favorecían a una sociedad que, a demás, había renovado su contrato justo unas semanas antes. El nombre de Molina apareció con insistencia: transferencias, cuentas vinculadas y, en algunos casos, cheques que terminaban en empresas pantalla cuyo director legítimo vivía en un tercero país.
—¿Si Mauricio estaba por denunciar esto, tendría sentido que alguien... lo silencie? —murmuró René, que había venido con Maura a revisar los papeles.
—Tiene sentido más que suficiente —respondió ella—. Lo que no sé aún es quiénes estaban dispuestos a ensuciarse las manos directamente.
El teléfono de Maura vibró con un mensaje. Era de Javier: "Estoy listo para hablar más, tengo miedo". Ella guardó el mensaje y lo volvió a su bolso. Javier, el técnico que había manipulado las grabaciones del hotel, había sido protegido; su versión era un hilo que también apuntaba hacia Molina, hacia la manipulación sistemática de evidencia. Si las grabaciones podían ser cortadas, las teorías sobre un complot adquirían otra plausibilidad.
Poco antes de la tarde, los analistas devolvieron un informe imprevisto: la línea identificada como "V.", en la agenda de la secretaria de Helenina, pertenecía a una compañía financiera con sede en el centro. El número había llamado a la noche del crimen, y la geolocalización asociaba la llamada a un despacho en la misma manzana donde funcionaba una consultora vinculada a la familia Gálvez. Esa consultora, a su vez, tenía contratos cruzados con dos empresas que figuraban en la nómina de pagos a Guardia y Protección Norte. La red se cerraba sobre sí misma en una madeja de favores y deudas.
Maura fue directa cuando llamó a Helenina. Le pidió que viniera a la Unidad. Ella llegó con un vestido que sostenía todavía el aroma de una casa de té y una expresión que pretendía ser despreocupada.
—¿Por qué su secretaria dice que habló con "V." esa noche? —preguntó Maura sin preámbulos.
—V. es un financiero —dijo Helenina, con voz lisa—. Le hablé para pedirle un adelanto en un pago. No es algo relevante para la causa.