Elección Fatal

Capitulo 22

—¿Discutieron en los días previos? —insistió Maura.

Amanda asintió.

—Sí. El jueves discutimos fuerte. Grité. Le dije que no podía ser tan suicida. Él me dijo que yo siempre elegía la comodidad. Me dijo que si la comodidad era lo único que me importaba, quizá no merecía estar a su lado. Se fue furioso. No lo vi más esa noche.

La literalidad del registro cruzó la de la emoción: la discusión, el adiós, la promesa de Mauricio de no callar.

Después, Maura volvió al despacho y llamó a Danilo. Lo interrogó de nuevo a solas, buscando el ruido humano que las palabras oficiales no mostraban. Danilo entró con la lucha de quien sabe que su versión suena pequeña contra las pruebas.

—Usted discutió con Mauricio —dijo Maura sin ceremonia—. Las cámaras lo ubican. La copa tiene su huella. Y hay mensajes. Diga la verdad de una vez.

Danilo la miró, con una mezcla de rabia y desolación. Se apoyó en la silla.

—Él me humilló —replicó—. Me dijo frente a todo el mundo que yo era un incompetente, un parásito que vivía de favores. Me gritó que si hablaba conmigo me iba a echar a la calle. Me dejó sin crédito, Maura. ¿Qué quería que hiciera?

—¿Le amenazó con exponer su relación con...?

—Con mucha gente —cortó Danilo—. Con nombres que no me voy a atrever a decir en voz alta. Si eso sale, pierdo todo. Tengo deudas. Tengo gente que me pide plata. No es solo orgullo: es hambre. Le dije que se retractara. Él se rió. Nos empujamos. Le empujé. La copa se cayó. Lo juro, yo me fui. No lo vi morir.

Calló, y el silencio colmó la sala. Maura lo miró, tratando de ubicar en su testimonio una ruta entre la implicación y la intención. Él reconocía culpa por presencia y por violencia sucedánea, pero negaba el homicidio intencional. El móvil, sin embargo, era claro: evitar la exposición de nombres que lo destruirían.

Por la tarde, Maura fue a ver a Helenina. La mujer la recibió en un living donde cada almohadón parecía colocado para controlar la bocanada que la verdad podía levantar. Helenina la miró con una mezcla de fastidio y curiosidad; su voz tenía la serenidad de quien ha pronunciado decretos toda su vida.

—Leí las cartas —dijo Maura sin preámbulos—. Sus cartas. Hay una en la que le pide a Mauricio que “proteja la casa”. Él le respondió que publicaría los nombres. ¿Qué dijo usted cuando lo leyó?

Helenina mantuvo la compostura, las manos entrelazadas como si sujetara una convicción.

—Le pedí prudencia —replicó—. ¿Qué madre no lo haría? Le pedí que midiera las consecuencias. Una familia no es un trofeo que se muestra en ventanas abiertas. Hay que custodiarla.

—¿Le pidió que no lo hiciera?

—Sí —admitió—. Le rogué que no hiciera daño innecesario. Pero también le dije que debía actuar con cabeza. No soy una criminal por querer que mi casa quede en pie.

Maura la miró con dureza contenida.

—¿Le dijo también que “protegiera” el apellido, señora Gálvez? ¿Le pidió que lo preservara aun a costa de mentir?

Helenina inclinó la cabeza, un gesto minúsculo de derrota.

—Le pedí que tenga cuidado con el apellido, sí. Un apellido permite que los hijos coman, que sus nietos tengan oportunidades. No vería con buenos ojos que se destruyera todo por una ética abstracta. ¿Eso lo convierte en responsable de un crimen? No. Jamás ordenaría matar.

—¿Y si alguien más pensó en su encargo como un mandato tácito? —preguntó Maura—. No se necesita una orden explícita para que alguien interprete que la casa debe protegerse.

Un silencio largo. Helenina bebió un sorbo de té con la premeditación de quien hace un acto ritual. Cuando dejó la taza, la voz volvió siendo aún más fría.

—Si alguien se tomó medidas extremas, no lo sé. No me consta. Le aseguro que yo no contrato sicarios. Yo controlo la casa con cartas, no con armas.

Maura sabía que esa afirmación no cerraba la puerta a la posibilidad de que, en las redes de poder, los deseos se dirimieran con manos ajenas. Molina y Guardia y Protección Norte habían mostrado en el allanamiento la capacidad técnica y la red de favores. Helenina podía haber pedido discreción y el circuito de intereses podía haber interpretado ese pedido como una orden de daño.

—¿Quién, entonces, estaría dispuesto a pagar por un silencio que usted pide? —preguntó Maura.

Helenina la miró con la indiferencia histérica de alguien que entiende el color del mundo y sabe en qué bando juega.

—Gente que se beneficia del statu quo —dijo—. Empresarios, socios, políticos. Si se corre el velo, caen convenios, posibilidades de negocio, prestigio. No quiero especular. No quiero acusar sin pruebas. Pero le digo esto, fiscal: la casa es un tejido de lealtades. A veces se rompen por culpa de uno que cree que puede ser héroe. O lo que es peor: cree que puede tirar todo abajo por unas cuantas verdades y unas cuantas venganzas.

La conversación no dejó respuestas nítidas, pero sí trazó el mapa. Las cartas probaban la tensión interna: un hijo decidido a denunciar y una madre con la mirada fija en la continuidad familiar. Entre ambos, el conflicto se había convertido en pólvora...



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En el texto hay: misterio, crimen, detective

Editado: 20.11.2025

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