Elección Fatal

Capítulo 29

La sala de entrevistas olía a café frío y a plástico de bolsas de evidencia. Sobre la mesa, la carpeta azul con la etiqueta “Homicidio — Gálvez” parecía absorber la luz. Junto a ella, la cadena de custodia desplegada: fotos, el contenedor con la bala extraída del cuerpo, la placa con los resultados preliminares de balística. Afuera, la lluvia golpeaba contra la ventana como si quisiera borrar el ruido de la ciudad.

Maura cerró la puerta con suavidad y miró a los presentes: Danilo sentado con las manos juntas, la mandíbula tensa; Amanda de pie junto a él, con los ojos hinchados y un pañuelo que no ocultaba la rabia; el defensor público, un hombre joven que leía notas en voz baja; dos agentes que guardaban la puerta. En la mesa, el fiscal con gesto expectante y una grabadora lista.

—Le recalco —dijo Maura, en voz medida— que tiene derecho a no declarar. Todo lo que diga podrá ser utilizado. Si desea la presencia de su abogado, se le garantizará.

Danilo alzó la vista. Había decidido hablar; la presión de las evidencias lo había quebrado por dentro, y sin embargo había algo parecido al alivio en su rostro, como si confesar alguna parte lo liberara de un peso.

—Hable —lo invitó Maura.

Él respiró hondo y comenzó con voz baja.

—Yo fui a ver a mi viejo esa noche —dijo—. Le llevé el dossier. Quería que lo leyera en privado. No pensaba que terminara así. Discutimos. Le dije que era mejor arreglarlo de otra forma… que no podía salir eso a la prensa. Se enojó. Empezamos a gritar. Me empujó. Yo lo empujé. La pelea se cortó porque… bueno, porque salió alguien al pasillo y escucharon voces.

Maura lo miró sin interrumpir; la clave era cuándo y qué ocurrió después.

—Yo me fui del despacho —continuó él—. Salí hecho una furia. Me fui al jardín, necesitaba aire. No recuerdo haber visto a nadie más en el pasillo después. Cuando volví… —calló— estaba la luz apagada, todo revuelto y después escuché el disparo. Encontré a mi padre en el suelo

—¿Dónde estuvo exactamente entre la discusión y el disparo? —preguntó Maura con suavidad cortante—. Hora aproximada. ¿Salió de la casa?

—No —contestó Danilo con dificultad—. Di vueltas por la casa. Creo que tomé algo de aire en la terraza. Miré el teléfono… había varios mensajes que no leí. No pude pensar en otra cosa que no fuera él.

Maura sabía que la pieza clave era la munición. Levantó sin prisas la bolsa donde estaba la bala y colocó una fotografía ampliada frente a Danilo.

—La bala que mató a su padre —dijo— fue percutada por una pistola que, por registros de importación y de inventario, está a nombre de “Guardianes Integrales S.A.” —la voz de Maura era más fría que el vaso de agua que le pusieron—. Esa empresa fue contratada por la familia para "seguridad integral". Aquí está el número de serie de la pistola. Y aquí está la bitácora de salida del arma: fue retirada de la caja fuerte de la casa a las 23:42 por un agente que figura en la lista.

El silencio que siguió fue pesado. Danilo tragó con dificultad. Las páginas encima de la mesa enumeraban llamadas, horas, testimonios.

—Yo lo sé —dijo al fin—. Busqué… busqué ese pistolón en la habitación donde guardan las cosas de seguridad. Todo revuelto, como si alguien hubiera estado buscando también. No pude… no pude sacarlo. Estaba enganchado, con un seguro, o yo estaba en estado de shock. No sé. No pude usarlo. No sé quién disparó.

Amanda se llevó una mano al pecho como si la hubieran apuñalado. Luego la voz le salió como un latigazo contenido.

—¡Dejen de usar a mi hijo! —gritó de repente—. ¡Ya basta! Lo tuvieron en su casa esa noche; ¿quién se creen para venir a acusarlo sin pruebas definitivas? Mi hijo no mató a su padre. ¡No me lo arruinen!

El llanto explotó entre los sollozos y la furia. Amanda se dejó caer en una silla y, mientras se limpiaba la cara, cambió. La mujer que había estado de pie se convirtió en la estratega de siempre: la mirada fría, un control repentino sobre el gesto.

—Pagué por servicios de imagen —dijo con voz que buscaba imponerse sobre el temblor—. Le pedí a Ortega Rossi que nos ayudara a manejar la prensa. No le di plata para que maten a nadie. ¡La gente mezcla todo! Los cheques, las transferencias… todo fue para cubrir reputación. ¿Es eso un crimen?

Maura observó su rostro con atención; el llanto primero y la precisión después decían cosas diferentes de una persona auténticamente desesperada. Había furia, sí, pero había también control.

—Los registros muestran transferencias desde su cuenta conjunta hacia la empresa de Ortega Rossi —contestó—. Las facturas están dirigidas a “servicios de crisis y comunicaciones”. Nosotros no vamos a criminalizar un contrato. Lo que nos importa es si, además, se pagó o se alentó a cometer delitos para impedir que la investigación o la prensa actuaran. ¿Usted ordenó, autorizó o conoció gestiones que implicaran violencia?

Amanda tensó la mandíbula. Negó con rapidez, pero el gesto no le duró; en su rostro pasó la imagen de las llamadas encontradas en el teléfono de su mano derecha, el asesor cuyo timbre aparecía entre las últimas comunicaciones.

—Nunca pedí que lastimaran a nadie —dijo—. Lo único que quise fue preservar a la familia. Vos me entenderás: eran años de trabajo, años de personas que dependen… No dejé de ver gente porque estaba desesperada. No sé… si alguien pasó de la protección a la violencia, no fue por mi orden directa.

El defensor de Danilo intervino con voz mesurada, buscando contener la tormenta.

—Mi asistido ha sido colaborativo. Ha reconocido una discusión y un empujón. No hay confesión de disparo. Pido cautela.

Maura no contestó de inmediato. Fue a la pizarra y escribió con marcador: MOTIVO — OPORTUNIDAD — MEIOS. Luego volvió a sentarse. Su estrategia era clara: cerrar el cerco sobre hechos que Amanda y Danilo no podían negar, y al mismo tiempo dejar abierta la posibilidad de que un tercero hubiera actuado con frialdad.



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En el texto hay: misterio, crimen, detective

Editado: 06.11.2025

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