Elección Fatal

Capítulo 31

Cada pieza que René soltaba encajaba con una parte de la noche: acceso, manipulación de evidencia, intervención de hombres formados para no hacer preguntas.

—¿Admitís que mentiste? —preguntó ella, y la pregunta parecía menor ante la magnitud—. ¿Que lo hiciste sabiendo que se estaba cercenando la verdad?

René apoyó la frente en las palmas. Su voz, cuando volvió, fue un hilillo.

—Lo hice por un cálculo errado. Creí que conteniendo la información evitábamos un daño mayor. Creí que salvábamos instituciones, empleos, estabilidad. Me equivoqué. Nunca imaginé que el encubrimiento terminaría en homicidio. Si hubiera sospechado siquiera, no lo hubiera hecho. Pero eso no me absuelve. Soy responsable de haber creado las condiciones.

Hubo un silencio tan denso que el reloj sonó como un reproche. Maura lo dejó que hablara; era preferible recoger la confesión en toda su extensión antes de reaccionar. La fiscal y la detective que convivían en ella se debatieron: la ley pedía acción inmediata, el sentido práctico pedía usar a René como llave para abrir una red más grande.

—Si colaborás —dijo ella con voz profesional, sin el filo moral que sentía por dentro—, esa colaboración tiene que quedar registrada. Declaración indagatoria, actas, acuerdo de cooperación judicial. No puedo ofrecértelo sin elevarlo a la fiscalía, y la fiscalía deberá evaluar si se te brinda algún beneficio procesal. No es mi decisión personal, pero sí puedo incluir todo lo que entregues y atestiguar por tu cooperación.

René asintió con la rapidez de quien ya había hecho cuentas con la humillación.

—Quiero eso —aceptó—. Quiero que mi aporte quede por escrito. No busco impunidad. Busco que, si ayudo a encontrar a quien apretó el gatillo, al menos mi nombre no sea lo único que caiga. Si de mí depende, diré todo lo que sé. Nombraré a Germán, a Alejandro y a Rubén. Daré correos, transferencias, capturas de pantalla. Indicaré lugares de reunión: un depósito en el riel del ferrocarril, un taller en Flores, el bar “El Tambor” donde se hicieron varios pagos. Y daré cuentas de las transferencias que salieron como “servicios de imagen”.

Maura tomó nota mental de cada punto. En la fiscalía, esos elementos podían traducirse en órdenes de allanamiento, en peritajes bancarios, en pedidos de extracción de datos. Si además conseguían sin demora la prisión preventiva de quienes manejaron la logística, tendrían menos posibilidades de coordinar borrados adicionales.

—Haremos las cosas en regla —contestó ella—. Pero te aclararé algo: colaborar no te asegura que no seas imputado. Podría implicar una reducción de pena en función de lo que aportes, pero eso lo decide un juez y la fiscalía. Yo voy a garantizar que todo lo que digas se documente y que no se pierda. Si mentís ahora, será peor.

René asintió con la resignación del que ya se había tragado la falsa esperanza de la impunidad. Sacó su teléfono con manos temblorosas y deslizó una carpeta: fotos de transferencias, capturas de chats, un par de audios con voces que, según él, eran de Germán y de Rubén.

—Escuchen esto —dijo René—. Esto es de hace dos semanas. Hablan de “limpiar huellas” y de “no dejar cabos sueltos”. No dicen nombres, pero mencionan “el problema mayor” y “qué hacer si inflama”. No son órdenes de matar, pero sí hay un tenor: que se actuara con decisión.

Maura puso el pequeño altavoz en la mesa. La voz que salió era grave, lacónica, con el deje de quien sabe ordenar sangre.

—Lo registraremos —dijo ella cuando terminó—. Y emitiremos los pedidos de pruebas. Vamos a pedir las bitácoras de los servidores de Guardianes Integrales, las declaraciones de Germán y Alejandro —aunque ella sabía lo fácil que era comprarse lealtades—, y vamos a rastrear el flujo de dinero. También pediremos la geolocalización del teléfono de Rubén la noche del crimen.

René exhaló como si alivia algo le fuera concedido.

—Hay algo más —añadió en voz baja—. Esos hombres no siempre obedecen. Rubén es de los que creen que el fin justifica el medio. Si sintió que lo habían usado, o si creyó que había una traición, podría haber actuado por su cuenta. Le gustaba resolver cosas “definitivamente”. Eso me aterra: que la desaparición de pruebas hubiera sido el gatillo para algo autogestionado.

La posibilidad de un operativo que se escapa del encargo inicial —de orden de borrar a orden de matar— le dio a Maura una imagen nítida de la noche. Hombres con entrenamiento, acostumbrados a obedecer y a tomar decisiones letales, en una mezcla de orgullo, pánico y codicia.

—¿Tenés pruebas de que alguien cobró extra por “resolver” algo? —preguntó ella.

René extendió un sobre arrugado. Dentro había recibos de pagos en efectivo y anotaciones de mano, cifradas con seudónimos. No era prueba concluyente, pero sí era una pista, y en la investigación, las pistas acumuladas son la forma más honesta de la verdad.

Acordaron el procedimiento: René daría una declaración formal la mañana siguiente, con el asesoramiento de un abogado que él pidió llevar. Maura se comprometió a tramitar el pedido de cooperación con la fiscalía y a preparar órdenes de allanamiento para el depósito en el riel, el taller de Flores y el bar “El Tambor”. También pedirían peritajes forenses sobre los servidores y un análisis inmediato del perfil de compras de Guardianes Integrales en el último mes, donde, según René, se había comprado “material de protección” compatible con guantes y fundas.

Cuando la cena se extinguió entre el silencio y el vinagre de la sopa fría, René se levantó para irse. En la puerta, su mano temblorosa sujetó el borde del abrigo como si fuera un último ancla.

—No sé si merezco redención —murmuró—. Solo sé que no puedo cargar con esto sin intentar ponerlo en claro.

Maura lo observó. Tenía la sensación amarga de quien recoge piezas de un rompecabezas a medias: la imagen prometía, pero todavía faltaban muchas piezas.

—Haremos lo que haya que hacer —contestó ella—. Pero no te prometo nada que no pueda documentarse ante la ley.



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En el texto hay: misterio, crimen, detective

Editado: 06.11.2025

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