Cuando René subió al estrado, su expresión era más tranquila que en las semanas anteriores. El acuerdo de colaboración le había otorgado protección y atenuantes; aún así, la vergüenza se le leía. Maura lo miró desde lejos con una mezcla de gratitud y dolor: su testimonio fue la pieza que desencajó la maquinaria.
—Traje audios —dijo René—. Hablábamos de "limpiar", de "cerrar el dossier", de cómo "reacomodar". Lo que nunca imaginé fue la violencia. Pensé que sería todo económico, comunicacional. Nunca quise eso. No soy quien apretó el gatillo.
La fiscal le pidió precisión sobre un nombre en un audio. René señaló. La sala se quedó con una frase grabada en la memoria de todos: "Que no quede nada que pueda prender fuego al apellido."
Fue suficiente para que las acusaciones de encubrimiento tuvieran anclaje. La fiscalía pudo demostrar, con más claridad de la que esperaba, que la familia montó una estructura que buscó ocultar evidencias y manipular la escena. La contratación de intermediarios que, a su vez, reclutaron a exagentes y matones, creó el caldo de cultivo para la tragedia. No se demostró, sin embargo, una autoría única del disparo: la bala siguió siendo un misterio en términos de quién presionó el gatillo.
Llegó la parte de las defensas. Amanda, elegante y fría, tomó la palabra para defender su trabajo.
—Nunca impartí instrucciones que tuvieran que ver con la violencia —dijo—. Mi función fue manejar la comunicación de la familia. Si alguien interpretó una sugerencia mía como una orden para "limpiar", esa fue una interpretación equivocada. Nunca ordené la entrada de personas con armas. Mi trabajo fue intentar evitar un desastre reputacional, no provocar uno físico.
—¿No conoce a los intermediarios? —preguntó Carla, implacable.
—Conozco consultores —replicó Amanda—. Cobran por preparar versiones, por preparar estrategias. No sé quién manda a quién. No tengo control sobre las manos de otros.
Helenina, por su parte, apeló a tecnicismos.
—Mis instrucciones fueron contractuales —dijo con voz monótona—. Firmé contratos. Hice transferencias para proveedores. Todo con factura y respaldo. Si alguna operación fue utilizada para influir en terceros, eso no implica que yo hubiera previsto ni querido la violencia.
Pero la fiscalía exhibió mensajes, llamadas nocturnas, órdenes de pago con anotaciones y la secuencia temporal que vinculaba las gestiones de ambos con la llegada de los "limpiadores". La juez, de rostro severo, tomó notas con la atención de quien sabe la responsabilidad que pesa sobre su mesa.
Al final del proceso probatorio, las deliberaciones fueron largas. Los jueces debatieron sobre la causalidad: la contratación creó la posibilidad; la manipulación de la escena impidió atribuciones claras; la violencia, por su parte, se alojó en la improvisación. Había culpables morales, responsables administrativos y ejecutores materiales; pero la prueba no alcanzó a señalar, con la claridad exigida por la ley penal para la máxima punición, la única mano que apretó el gatillo.
La sentencia fue un mosaico de veredictos.
• Danilo fue condenado por participación en la organización del operativo y por contratar servicios que facilitaron la comisión del delito. Le impusieron una pena severa por su papel activo en la cadena, aunque no pudo probarse que hubiera disparado él mismo.
• Amanda y Helenina recibieron condenas por corrupción, malversación de fondos y encubrimiento. Sus penas tenían componentes económicos y restrictivos, y ambas quedaron inhabilitadas para ejercer tareas relacionadas con contrataciones y asesoría por varios años.
• Varios intermediarios y exagentes fueron condenados por su implicación directa en la manipulación de la escena y por delitos conexos. Algunos fueron sentenciados a prisión efectiva.
• René obtuvo una atenuación significativa por su colaboración: meses de cumplimiento en un régimen especial y la promesa de protección. Su reconocimiento público fue ambivalente: héroe para unos, traidor para otros.
• Orlando y Romina, pese a las sombras y las transferencias que aparecieron en los expedientes, no fueron encontrados culpables del asesinato ni del encubrimiento directo. Sus carreras políticas, sin embargo, quedaron dañadas de forma irreversible; las investigaciones fiscales y administrativas continuaron.
Cuando el fallo quedó firme, la sala explotó en distintos ruidos: llantos, sollozos, gritos contenidos. Danilo fue escoltado fuera con la cabeza baja; Amanda y Helenina intercambiaron miradas secas, sin gesto de arrepentimiento. En la puerta, periodistas buscaban frases que pudieran traducir la complejidad a titulares sencillos. La plaza, afuera, se partía en dos: hubo quienes celebraron una sensación de justicia, y otros, que la consideraron insuficiente.
Maura caminó hasta el estrado y sostuvo la mirada con la juez. No hubo palmaditas de felicitación: su trabajo, recordó, no era conseguir condenas por vanidad, sino ordenar la verdad en el marco de la ley. René se le acercó y, sin mediar palabra, la tomó del brazo.
—Gracias —susurró—. No sé si hice lo correcto.
—Hiciste lo que pudiste —contestó Maura con la voz seca—. Y eso, a veces, es todo lo que hay.
La frase fue una tautología triste. En la calle, la gente discutía si la justicia había sido justa. En las redes, la idea de "verdad a medias" se convirtió en eslogan. Nadie se conformaba con una condena que no señalara con claridad al autor material del disparo. La familia, por su parte, quedaba mutilada por la sospecha: sus apellidos seguían con brillo, pero doblados.
Esa noche, Maura se sentó en su oficina y abrió su cuaderno. Escribió, en letra apretada: "La ley exige pruebas, no certeza moral. Se condenó la cadena, no la mano. Hay justicia parcial; hay responsabilidades. Pero la pregunta que queda es social: ¿basta con desenmarañar hechos cuando las redes de poder siguen intactas?" Cerró la tapa, se llevó la mano al rostro y, por primera vez desde el inicio del proceso, pensó en Mauricio como alguien más que un caso. Imaginó una vida que ya no volvería y supo que la justicia, en su mejor versión, debía ser también memoria y prevención.