Electricidad; entre nosotros.

2

Calor.

Calor.

Calor.

Calor.

Calor.

Calor.

Calor.

 

Jodido calor de mierda.


Eso era lo único que la castaña podía sentir en su anatomía, la sábana bajo su cuerpo la acaloraba, no había utilizado su edredón; de hecho, lo había lanzado a alguna parte de su cuarto mientras estaba dormida. Se removió ferozmente en la cama, bufando y maldiciendo cuaquier cosa en el mundo que la hacía pasar por aquello.

¿Que si durmió bien?

Había dormido excelente, tan pero tan bien, que a las tres de la madrugada es que pudo medio pegar el ojo y allí estaba a las tantas horas de la mañana, con el sol asomandose por la ventana, el cuerpo perlado por el sudor y el cabello totalmente desprolijo, enredado en la almohada que estaba apartada hacia algún sitio de su cama king size.

— Dios mío —gimió, pasando bruscamente una mano por su frente recorriendo el bendito sudor que la mantenía prisionera, sentía que todo en ella se incendiaba— ¡Trágame y escúpeme en el Polo Norte! Te lo ruego, por favor.

No importaba qué había hecho el día anterior, todo el hielo que estaba en su nevera lo gastó en limonada y pasándoselo por el cuerpo caliente, intentando apaciguar el calor que la abrumaba; lastimosamente para esa hora en la mañana el hielo se había acabado, el agua fría ya no existía y su diminuto ventilador de pila se había quedado sin batería.

Bufó exasperada, deseando que cayera un palo de agua por obra y gracia del espíritu santo, si eso sucedía no lo pensaría ni dos veces y se mojaría completamente con la lluvia, refrescándose por completo, aunque luego se muriera de calor.

Observó su aire acondicionado split en la pared y su laptop púrpura en su mesa de noche, las miró con prepotencia, llena de una molestia incontenible.

En esos momentos se preguntaba porqué su madre y su padre no habrían comprando una planta eléctrica para aquellas situaciones fatídicas.

— Desnuda o no —soltó pensativa mientras se levantaba de la cama como Dios la trajo al mundo, sintiendo su piel totalmente pegostosa— este calor es totalmente insoportable.

Se estiró como si de un gato se tratase y suspiró profundamente, llena de flojera.

Nina siempre había sido de esas personas quejicas, que andaban por la vida caminando y criticando hasta a los pájaros cantando por doquier. Sin embargo, en ese exacto momento solo pensaba una cosa.

Si había algo peor que bañarse con la perolita, lidiar con las idas y venidas de cantv y llamar constantemente a los ineptos y cretinos del gas para que recargaran en su urbanización —sin contar que los bastardo pedían comisiones en dólares o alimentos por su nada grato sevicio—. Si había algo peor que todo eso era no tener electricidad, debía admitirlo, sintió envidia de los árboles y los pájaros, de los animales en sí que se veían tan tranquilos y apaciguados.

Con dificultad se bañó a ciegas a punta de tobitos y luego se vistió con un jean, una camisa suelta y unas deportivas, esperaba que aquella vestimenta no le diera más calor que el que tenía.

Salió de su casa rascandose la cabeza y arrugando la cara, pensativa.

Aún su traicionera mente le recordaba como si de una pelicula se tratase al chico que la acompañó hasta la puerta de su casa, esos ojos inexpresivos y actitud demandante y desinteresada la intrigaba completamente.

Dejó de pensar en ello y caminó tranquilamente hasta la panadería, ensimismándose, sin prestar atención a absolutamente nada de lo que pasaba a su alrededor; pues sí, ella era muy despistada.

 

✨✨✨

 

Al llegar a la panadería bufó cansadísima y sudorosa.

— ¿Por qué no puedo ser una de esas chicas que caminan y no sudan un coño? —le preguntó a lo que fuera que la escuchase— Ah no, pero como yo no estoy en una película, ni en una serie, ni una novela. No tengo derechos, claro está.

Para la gente de esa avenida era muy entretenido ver a Nina, porque ella siempre era ocurrente, vivaz y extremadamente loca, se reían con cada uno de sus comportamientos.

Saludó a Efraín el hijo del dueño de la panadería —el cual se encargaba de la administración del lugar y además dejaba de vez en cuando, solo de vez en cuando, a Estefanía como la encargada—.

— ¿Cómo estás, preciosa? —Efraín era un morenazo bello, con los ojos café chocolate y el cabello negro crespo, totalmente rulo, era corpulento y su físico hacía babear a las jóvenes que concurrían la panadería, sin embargo, era tan perro que la castaña lo había descartado por completo de sus futuras conquistas.




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