Electricidad; entre nosotros.

7

— ¡Mano y agarró la chancleta y casi me revienta la jeta de un coñazo! —el chico casi gritaba de lo acelerada que estaba su respiración, su compañero lo observaba sorprendido.

Cinco liceistas, dos niñas de camisa azul y tres chicos de camisa beige —parecían de último año de preparatoria—, se encontraban chismeando en la parada del autobús, luego de esperar cincuenta minutos y no obtener respuesta a sus plegarias; Estefanía pensó que lo mejor que podía hacer para distraerse mientras esperaba la buseta era escuchar el cacareo de esos carajitos.

Suspiró melancólica, extrañaba esa época de su vida, en la cual su única preocupación era salir del liceo, comprarse un raspado e irse a casa... Cuando aún Venezuela no estaba tan jodida.

— Maricoooo ¿En serio? —soltó una de las muchachas de camisa azul, era delgada y sumamente bajita para estar en el liceo, parecía una niña más que una adolescente, no obstante, tenía las uñas de las manos larguísimas— las mamás dan miedo, fuera de juego, menor.

—Es decir, que no le has contado nada a tu mamá de la pelea que tuviste con Dubraska ¿no? —le preguntó la chica que estaba a su lado.

—No seas mojonera, Yamilé, que las dos nos metimos en ese peo —contraatacó la niña—; no me eches ese muerto a mi sola.

— Responde la pregunta, becerra.

—Marica, no. No le he dicho nada, me da pánico —se paso las manos por la cabeza casi desesperada— ¿No ves lo que le hizo la mamá a Denikson por caerse a coñazos con un chamo?

— Ah, no —la interrumpió el chico, guiñándole el ojo con picardía—. Casi me jode porque me fugué de la casa a media noche, tenía que salir con Karina... Nos metimos unos lates sabrosos.

—Guacatela, Deni —gruñó la niña, Nina aún no sabía su nombre, no lo habían dicho, pero estaba bastante entretenida con su conversación—, no seas tan explícito, soy menor de edad.

— No eres menor de edad para meterte conmigo, ¿ah? —inquirió otro chico, él se había mantenido callado, tenía los ojos casi negros y la piel bronceada, parecía que quería devorarla; Nina se sintió intimidada, ese tipo de cosas y actos lascivos no pasaban en sus tiempos. La niña se ruborizó y Nina la secundó.

— Aléjate, Carlos —masculló apenada, mientras el chico la acorralaba.

—¿Me vas a decir que no te peleaste con Dubraska como toda una fiera solo porque me estaba cayendo?

Ok... Para Nina aquella situación se estaba volviendo demasiado íntima, se aclaró la garganta, intentando que los jovencitos se percataran de que estaban en un lugar público, a plena luz del día.

— ¡No puede ser, Sandra! —exclamó la tal Yamilé— ¡Ese beta no me lo contaste! ¿En serio di mi cabello y me partí una uña por un carajo? ¿Todo por un carajo? —parecía indignada, estaba roja— chama tenemos 13 años, hombres nos lloverán a los 17 o sea ¿Qué coño te pasa?

La niña, Sandra, estaba acorralada por los dos lados, un lado por el chico y el otro por su amiga, los miraba a ambos sin saber qué hacer y a Nina ya le estaba desesperando la situación.

— Relaja la pelvis, negrita —soltó el tal Carlos, volteando los ojos en dirección a Yamilé, observó detenidamente a Sandra, la que estaba roja hasta las orejas y parecía temblar aún así él no la tocara—. Tranquila, fiera, por los momentos no estoy interesado en tener culitos, ni cuadres; pero ni creas que voy a cumplir tus estúpidas ilusiones, o te besaré, o te abrazaré. Me das asco.

La chica sollozó y a una Nina impactada no, lo siguiente, impactadísima, se le rompió el corazón; eso había sido muy cruel, demasiado. Agarro las bolsas con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos.

Ninguna chiquilla merecía eso y menos que se lo dijera su amor platónico.

 

✨✨✨

 

Después de dos horas y media esperando buseta, logró montarse en una —quedando con medio cuerpo afuera, pero algo era algo —, en momentos como aquél extrañaba las perreras; unos gentiles hombres de buen corazón —nótese el sarcasmo— que utilizaban sus camiones, camionetas y diversos automóviles, para hacer de transporte público.

Te llevaban a donde quisieras, si pagabas, pero parecías un cerdito, gallina, o en su defecto cualquier animal que se encerrara en un vil camión para ser llevado al matadero; solo que era diferente, eran humanos lo que transportaban.




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