Electricidad; entre nosotros.

13

Unas horas después el ojiazul y la castaña se estaban despidiendo en la verja de la casa de la menor, viéndose ambos con ojos de amor —¿Les parece cursi? Oh, sí, lo es muchísimo—, había una pequeña parte en James que sentía una culpabilidad casi abrumadora, sin embargo, estar allí con ella, lo resolvía absolutamente todo; su mano sobre la de él, acariciando lentamente las venas en ellas, su cabello enmarañado castaño y sus ojos olivas que expresaban muchísimo, más de lo que él pensaba que podían expresar los suyos, ella lo veía...

Realmente lo hacía, como si él no fuera de ese mundo, como si el mundo estuviera en sus manos, como si traspasara su ser, por completo.

Y eso, eso ya estaba dejando de aterrarle —aunque le había costado bastante tiempo y meditaciones extrañas que había buscado por youtube—; se estaba acostumbrando a ella, a su locura y a su intensidad que opacaba a cualquiera.

Se le erizó la piel cuando ella le besó los nudillos con dulzura y alzó la mirada para verlo entre sus pestañas, sus ojos, sus endemoniados ojos estaban tan brillosos que le tomó el rostro y se lo llenó de besos; no importaba que eso pareciera meloso. Joder, ¿Qué le estaba haciendo esa carajita?

Se despidieron con un beso, sin mediar palabra alguna y justo en ese momento apareció un carro algo viejo en la acera en la que estaba aún parada Estefanía, la castaña sonrió y corrió dentro de su casa para buscar su mochila, cuando se subió al asiento del copiloto su amiga le lanzó una mirada llena de picardía.

— Súbete, perra —soltó, con la voz bastante ronca, olía a sexo por todos los poros, eso hizo que Nina arrugara la nariz, un poco asqueda, Eva estaba sudada y un poco, solo un poco, pasada de tragos.

—Ya yo estaba empezando a pensar que me ibas a dejar plantada —comentó Nina, en broma, no obstante, su amiga bufó arrancando el auto y estirando su brazo hacia la guantera de su auto; de allí sacó una bolsa llena de chocolates y chucherías, dedicándole una mirada triunfal.

Era una tramposa de mierda, eso era juego sucio.

— Eres una sucia, becerra —a Nina casi nunca le gustaba decir esa palabra, pero ella de por sí, era mal hablada, con la mala junta que era Eva se le desataba la malandra ligada con tuki que estaba en los más profundo de sus entrañas.

Agarró la bolsa y sacó lo primero que encontró, casi que de forma desesperada, abrió el M&M y se lo comió, de un coñazo, llenando sus mejillas de pequeños chocolates que inundaban sus anatomía de sabor, suspiró, llena de regocijo.

El chocolate era lo mejor que existía.

Lo mejor.

Definitivamente lo mejor.

Y quién dijera lo contrario pues que se lo dijera y se entraban a coñazos ahí mismo, porque decir lo contrario era una blasfemia, es más, se debería de considerar sacrilegio, pecado capital, o algo así. —si, estar con su amiga la afectaba bastante—.

Cuando llegaron al departamento de la chica, ambas subieron en el ascensor —escuchando la estúpida musiquita, que Nina pensó que deberían callar—, Eva abrió su departamento y suspiró con cansancio; tiró las llaves por allí y empezó a quitarse la ropa sin vergüenza alguna, dejo la camisa en una esquina, el sostén en otra, el pantalón en otra e hizo lo mismo con toda la ropa.

Nina bufó, estaba acostumbrada a aquello, esa mujer no tenía vergüenza y era tan segura de si misma que siquiera se inmutaba al estar como Dios la dejo en el mundo; recogió las prendas que había tirado y las llevó a la habitación de su amiga mientras ella se encaminaba a la ducha, para bañarse con la perolita.

Si bien había llegado la luz, en esa urbanización tenían problemas diversos con el agua y no les llegaba absolutamente nada, así que su amiga sobornaba a sus cuadres semanales, les decía que le cargaran agua hasta su departamento y que inclusive se la pagaran y luego los abandonaba, como si no fueran absolutamente nada.

Cuando Eva salió del baño, Nina ya estaba tirada en su cama, buscando algo bueno que ver en el Directv, no había nada, todo estaba repetido, y era sumamente aburrido. La castaña hizo un mohín, queriendo hacer un berrinche, hasta que pensó que no iba a poder controlar aquella situación.

Sí, a veces solía ser muy infantil.

— Marica, a lo que vamos —soltó una Eva en unos diminutos shorts con una diminuta camisa que de vaina y le tapaba las tetas, cogió una carpeta y se la lanzó— mira nada más lo que encontré e investigué de tu príncipe azul.

—No es mi príncipe...

—Ajá sí —la cortó alzando una ceja—, como digas. Porque no los vi acaremeladitos antes de llegar a tu casa.

La castaña frunció el ceño sin entender nada de lo que su amiga decía, abrió la carpeta y se encontró con una cantidad nada sana de fotos de James, con barba, sin barba, con el cabello corto, con la camisa de un liceo que ella desconocía...

— ¿Más o menos? —inquirió, consternada.




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