Electricidad; entre nosotros.

14

La semana había pasado sumamente rápido, y con ella muchas preguntas que tenía Nina sobre James, lo había confrontado al siguiente día; después de que Eva le dijo aquello Nina se sumergió en un lapsus mental, casi infinito —por no decir que lo era—, sin embargo, James le explicó absolutamente todo, que no le había dicho nada por cubrir sus intereses de que ella no se acerca solo por interés —que ya estaba acostumbrado a que las mujeres lo buscaran solo por sus billetes y más nada—, ella se había molestado muchísimo, porque no era una oportunista, ni siquiera sabía que tenía una fortuna.

Ella solo había visto más allá de sus ojos y de su apariencia, que la reconfortaba.

Después de 20 minutos, ambos estaban en una llamada por celular y se calmaron al escuchar la voz del otro, quedando en salir ese fin de semana.

Por lo que Nina se había levantado especialmente emocionada ese sábado —aunque su cabello estuviera totalmente como una maraña y tuviera un frizz de muerte—, porque si, su cabello estaba en su contra cuando debía lucir presentable, no supo qué vestimenta usar.

Fue el segundo dilema de ese día, porque el primero fue cómo coño de la madre arreglar ese cabello, para que no luciera tanto como un espanta pájaros demente. Utilizó cremas desenredantes, humectantes y un poco de gelatina rolda —o gel de cabello— vencido que encontró por allí en una de las esquinas de su casa.

Y solo obtuvo resultados, peores que los anteriores, lo que le molestaba eternamente, se decidió por hacerse un estúpido moño desaliñado —que le quedó horrible— pero eso era lo más decente y presentable que le había salido.

Había días, en los que realmente su cabello no colaboraba con ella, era como si le valiera un comino que ella estuviera de buen humor y estuviera dispuesta a brillar.

Resignada a que su cabello era un caso perdido, sacó una montaña de ropa de su armario, para luego elegir una camisa a cuadros y una braga enteriza de blue jeans con girasoles —que le había heredado su madre—, se observó en el espejo y aunque no estaba del todo convencida se encogió de hombros.

Debía admitir que se encontraba nerviosa, nunca antes había salido con un chico, es decir, sí la habían invitado a salir muchas veces, no obstante, ella había rechazado a muchos chicos por el simple hecho de temerle al dolor; su corazón estaba intacto, sin ningún rasguño o grieta, solo porque ella era testaruda como ella sola y se había encargado de que nadie pasara allí, a su corazón.

Se calzó sus botas viejas militares —que no iban nada bien junto con su vestimenta, pero ajá— y pensó concienzudamente en James y en cómo ese chico corpulento de ojos azules la había impactado de tal manera, que había derrumbado sus mecanismos de defensa, dejándola a ella, simplemente a ella, sin ningún tipo de protección.

— ¡Lunática! —el grito, que sonó más a un alarido, la sacó abruptamente de sus pensamientos, su padre abrió la puerta sin siquiera tocar con el ceño fruncido— ¡Lunática!

— Ahí está el muchachito ese —gruñó Don Gabriel, un poco arrecho—, será mejor que salgas, antes que busque el machete que tengo en el jardín trasero y lo convierta en carne para nuestros estómagos.

Estefanía agrandó sus olivas ojos, impresionada, y se carcajeó por la reacción de su padre, le parecía cómico que actuara así de sobre protector. Buscó un pequeño bolsito amarillo que tenía por allí y metió su monedero y su teléfono, se colocó polvo y un poco de labial rojo, para resaltar su mirada, le dio un beso a su padre en ambas mejillas entusiasta y salió corriendo hacia la puerta de entrada.

Se despidió con una palabra de su madre y azotó la puerta, encontrándose con el ojiazul esperándola, en una bicicleta —sí, en una bicicleta, todo el mundo esperando una moto, o un carro, pues no. Una bicicleta—, a ella no le llamó la atención eso, se percató de sus jeans negros y su camisa empastada con diseños diversos de manga 3/4 y esos zapatos elegantes que no le combinaban en nada, pero siempre los llevaba a todos lados; le sonrió pícaro, viéndola fijamente a los ojos, ella se acercó y se alzó de puntas de los pies, dándole un casto beso en los labios.

— ¿Cómo has estado, Lunática?

— Bien, en lo que cabe —se encogió de hombros, bastante cómoda, se burló de la bicicleta y acarició el asiento de esta—. Eres uno de los primogénitos de un gran empresario y andas en una bicicleta, no me lo creo.

— ¿Te estás burlando de lo que te ofrezco? —fingió indignación, mientras que la hermosa risa de Estefanía le iluminaba el rostro— está bien, está bien —alzó las manos, como si no le importara nada— yo, pensando en llevarte a una plaza para que montáramos esta bicicleta juntos y tú ahí toda fresa, diciendo que si te montas en esta vieja bici los microbios te matarán...




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