Electus 1

El portador de la muerte

Las calles del pequeño pueblo de Askim estaban vacías, solo se sentía las gotas de lluvia que caían en los techos de las pequeñas y antiguas casas. Con apenas la luz emitida por un farol al final de la calle la chica corrió con todas fuerzas huyendo de la lluvia, ansiaba llegar a casa, sobre todo porque se había sentido observada desde que terminó su turno en la tienda de antigüedades en la que solía trabajar al salir de la escuela.

Sus zapatos resbalaban con el suelo mojado pero de algún modo siempre conseguía  mantener el equilibrio. Mientras corría buscaba en su bolso las llaves de casa, sentía que cada minuto estaba en peligro al no saber si en verdad estaba siendo perseguida.

Estaba a dos pasos de cruzar el intimidante muro que separaba su casa del mundo exterior, su padre se había encargado de conseguir la mayor privacidad posible, debido a lo especial que eran sus habitantes. Las llaves cayeron al piso húmedo y le fue casi imposible encontrarlas entre la lluvia y la oscuridad, con manos temblorosas buscó a ciegas sobre el pavimento helado pero se detuvo abruptamente.

Una voz en su cabeza la exigía que huyera, corre, grita le decía, pero no lo hizo. Lentamente se levantó, giró sobre sus talones pero no vio nada, sintió un alivio en el pecho, en ese instante divisó en el piso lo que buscaba se agacho para recogerlo cuando unos zapatos de mujer aparecieron frente a ella. Su corazón se detuvo por el susto, por un momento no supo que hacer pero recordó lo que su padre le había dicho infinidades de veces así que con una mirada frívola y ocultando su miedo se levantó y enfrentó al espectro que tenía en frente.

No era la primera vez que seres se le aparecían en medio de la noche, no eran más que simples fantasmas  solo algunas especies tenían el suficiente poder para atravesar las puertas del submundo y por alguna razón siempre iban directo a ella.

Ella no habló, había aprendido que no todas las criaturas que se le enfrentaban eran capaces de hablarle algunas se comunicaban con ella a través de señas y símbolos que rara vez entendía.

Quieta y dura como una roca, miró sin ningún disimulo a la mujer huesuda que olía a azufre tenía un velo dorado y negro que cubría su rostro y  la mayor parte del cuerpo, pero a través de él podía notar esos dos ojos dorados que la observaban, eran hermosos pero quitó la vista de ellos cuando se dio cuenta que a pesar del brillo dorado la muerte estaba presente ante ella. Nunca había visto algo igual, los pelos se le erizaron de pensar lo que le pasaría si  aquella criatura estuviera realmente parada frente a ella.

Alejó esos pensamientos y se decidió a hablar ya que no había ni señales ni gestos ni palabras que provinieran de lo que sea que tuviera en frente.

—¿Qué quieres? ¿Quién eres? —un aliento frío se dirigió a su rostro, el olor a la muerte se incrustó en su pequeño y flácido cuerpo, tuvo que aguantar las arcadas para evitar vomitarse ahí mismo. Soltó un gruñido por lo bajo, pero la criatura volvió a hacer lo mismo pero esta vez no había olor a muerte y ahí supo cómo se comunicaría con lo que sea que tuviera en frente.

⊱✿⊰

A la mañana siguiente la luz entró por el poco espacio de las ventanas que no estaban cubiertas por unas hermosas cortinas blancas con detalles en azul, estiro cada centímetro de su cuerpo mientras intentó sacar sus fuerzas para levantarse de la cama.

Pasos perezosos la llevaron  hasta el baño de su habitación, lavo su rostro y enfrentó su horrible aspecto, había pasado toda la noche analizando las imágenes que fueron puestas en su mente por el encuentro con el ser de otro mundo. Recogió su largo cabello rojo en una alta coleta y entró a la ducha para darse un baño.

El olor del desayuno hacía rugir sus tripas, estaba hambrienta no había probado bocado la noche anterior, se apresuró a bajar las escaleras para ver en la mesa su desayuno favorito, pero no había rastro de su padre por ningún lado. Una parte de ella se preguntó si ya se había ido al trabajo, pero no, eso no pasaría hoy, era un día especial y el jamás se iría sin antes verla.

—Te quedarás viendo tu desayuno toda la mañana o tienes planes de comerlo algún día —dijo una voz juguetona que provenía de sus espaldas, se volteó para enfrentarlo con una sonrisa en los labios.

—Feliz cumpleaños —Su padre abrió los brazos y ella en pocos pasos llegó a su encuentro —No entiendo como creciste tan rápido, hasta el otro día fuiste un simple bebé.

—Corta el drama Raziel —Se separaron y él pellizcó su nariz

—Te dije que no me llames así bebé llorona –le dijo mientras sacudía su cabello despeinado la coleta que se había hecho.

—No lo haré nunca si no me dejas decir tú así

—Eres mi hija, te diré como se me antoje, ahora ven te preparé tu desayuno favorito —La tomó de la mano y la guío hasta al mesón de la cocina, le sirvió arepas, huevos, tocino, queso y algunas tostadas luego buscó una jarra de jugo y se la colocó enfrente —¿Qué piensas hacer hoy? —le preguntó mientras se servía su propio desayuno.

—No lo sé, ahora que la escuela terminó no hay mucho que hacer, en un rato voy por Neahm.

—No te separes de ella, es un día importante para todos no sabemos cómo reaccionará tu cuerpo ahora que por fin cumples diecinueve, en cualquier momento algo raro puede pasar.



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En el texto hay: fantasia, romance

Editado: 23.03.2022

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