Elegí no amarte (corrigiendo)

Capítulo 2: Una ruptura

Entre la propia alegría y el gozo que nuestro anticipado gane nos había proporcionado, no me importó que Doran escuchara mis hirientes palabras, pues lo único que anhelaba era compartir aquel momento con las personas que compartían nuestro mismo gusto por la política. Quizá antes había anhelado que Doran y yo compartieramos los mismos gustos, sin embargo, tras años de ausencia emocional, por parte ambos, su presencia o su falta no me generaba una emoción fuerte en lo absoluto.

 

Lo único capaz de manchar nuestro momento de alevosía era la intensidad de Alejandro que, cada vez que se dirigía hacia mí, no paraba de coquetearme y aunque yo disfrutaba de su notable admiración, en ocasiones, se volvía un tanto hostil.

 

Mi padre, que no compartía mis gustos extras laborales, cada vez que Alejandro se acercaba a mí, su voz temblaba, parecía querer esconder o ahogar palabras indebidas.

 

Antes de marcharme a casa, esperé la última hora indicada por el jefe de la sede de Texas, mi padre, y así poder marcharme en paz, pues conocía muy bien el carácter volatil de mi padre y, al ignorar cualquiera de sus órdenes, podía correrme de la campaña. No arruegaría así mi sueño de años, solo por un desliz.

 

Estaba esperando que la noche se acercara y, cuando las estrellas empezaron a encontrarse bajo la luz de la luna, decidí que era el momento idóneo para despedirme de mi papá y de los demás compañeros.

 

Al ver mi soñoliento rostro y uno que otro torpe movimiento, Alejandro se ofreció a llevarme hasta casa. Sin embargo, mi orgullo y mi afán por el respeto denegaron su propuesta que, para mis sueños, era más que apetecible.

 

Con poca actividad en mi cuerpo y en mis manos, me ubiqué en el auto y con poca velocidad, que denotaba el miedo a sufrir un accidente, intenté controlar la influencia de manejar desvelada.

 

Mis ojos, que estaban adormecidos, al notar las luces encendidas, realizaron el. tímido esfuerzo de abrirse en su totalidad para ver quién estaba despierto o despierta a esas altas horas de la madrugada.

 

Suspiré cansada y, con la fuerza que mi sueño me permitían, le di un suave golpe al timón y sin querer el claxon sonó en las calles del barrio. En ese instante, cuando mi presencia gritaba por desaparecer, Doran apareció frente a la puerta y para demostrar su molestia hacia mí, se cruzó de brazos.

 

Resignada a que tendría un acercamiento poco afortunado entre mi marido y yo, sacudí mi cabeza para lucir más despierta y estar más receptiva a cualquier tipo de regaño.

 

Algunas de las veces que escuchaba sonar un claxon ajeno, él me acompañaba con sus miradas hasta la puerta de la casa para verificar que todo estaba bien.

 

Al mirar a Doran, traté de sonreír con delicadeza, sin embargo, él tomó mi acción como picardía. Aunque sus labios no hicieron mención alguna, el abrupto giro de su cuerpo me dio la respuesta.

Agradecí por darme aquel pequeño momento de soledad, porque mientras sus ojos no me veían por estaba sumergido en su propia soledad, aproveché para parpadear con lentitud (la velocidad permitida por mis sueños).

 

Cuando terminé mi ritual de enfrentamiento, se giró para ver mejor y la pijama blanca lo hacía lucir aún más caucásicl y en sus ojos claros, reflejaba la amarillenta luz del corredor.

 

—Holly... A dstas horas... —Su enojo estaba presente, pero luego de ese breve momento, se dirigió a mí con mucha ternura y comprensión —, es demasiado tarde, estaba preocupado por ti.

 

Al abrir su corazón, Doran dejó caer sus brazos y noté las intenciones de su acercamiento hacia mí. No obstante, su herido orgullo no le permitió tomar decisiones propias, por lo que, yo di el primer paso y le planté un pequeño beso en la mejilla, luego, bajé hasta la comisura de sus labios.

 

—Hola, amor, tengo mucho sueño.

Es hora de dormir. ¿Crees que podemos irnos a nuestra habitación? Bueno, no importa, me iré yo sola y te espero allá —me despedí de él. Pero con un suave y a la vez, hostil halón de mano, él detuvo mi paso. No podía creer Doran mezclara tan bien la sutileza con la fuerza. Él me miró a los ojos y su gesto era difícil de descifrar.

 

—Holly, has trabajado mucho para la campaña de tu padre, pero no por nuestra familia.

 

Mi cerebro, que no había terminado de procesar la segunda oración, reaccionó luego de forma equivocada, por lo que, no reprimí mi felicidad por la candidatura de mi padre.

 

—Todo ha sido genial, Doran. Aún no lo puedo creer. Después de cuatro años de arduo trabajo, mi padre y yo veremos los frutos de nuestro trabajo. Él se convertirá en el nuevo Gobernador de Texas y...

 

Doran, al notar mi poca atención a sus palabras y mi exceso de emociones, interrumpió mi discurso y despojándose de toda cortesía, él explotó contra mí. Sus mejillas se coloraron a la vez que sus ojos se tornaban de un rojo menos pálido que sus mejillas.

 

—Holly, maldita sea. Necesito que me escuches.

 

—¿Qué quieres? —pregunté ya mucho menos embriagada de política.

 

—¿Acaso no piensas preguntar por tus hijas? Te vas desde la mañana y regresas casi catorce horas después y ni siquiera preguntas cómo están Blake y Olivia...

 

Sus preguntas, que yo no terminaba de comprender, me descolocaron, traté de simular conocimiento acerca de la situación de las mellizas. Para desviar la atención de mí, aaricié mi cabellera dorada con las llaves del carro y luego de recorrer mi melena, junté mis manos.

 

—¿Qué sucede con ellas? —miré a todos lados, nuestra casa estaba llena de todo tipo de lujos innecesarios. —¿Ha pasado algo malo? Supongo que están muy bien. No creo que les haga falta nada.

 

Doran, que me conocía muy bien, adivinó mis pensamientos.




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