Elegí no amarte (corrigiendo)

Capítulo 3: Efectos

Para el alivio de Blake, quien disfrutaba poco o nada de la compañía de los consejeros, las ansiadas vacaciones estudiantiles llegaron y, con ello, la constante insistencia de mi familia de acompañarlos a un viaje familiar.

 

Sin embargo, como de costumbre, mi posición negativa alejó a cualquier tipo de esperanza para que yo formara parte de su viaje.

 

En ocasiones, sí ansiaba compartir tiempo de calidad con mis hijas y mi esposo. No obstante, el deber, la política. Y el legado familiar se imponían ante mis deseos más humanos. 

 

Para no centrar mi atención en el próximo viaje de mi familia, obligué a mi mente a concentrarse en las nuevas propuestas de campaña. Esa motivación por el objetivo de mi padre y del mío, me hacía lucir como una persona fría e indiferente ante mis hijas y esposo, por lo que, siempre me criticaban de ausente y de indiferente. 

 

Con una cordial despedida, porque no podía hacer más que eso, me despedí de mi esposo, quien ya cansado de su insistencia en los días anteriores, no mencionó nada del viaje ni malgastó sus energías en inútiles palabras que no servían de nada.

 

Doran, aunque no se mostraba afectado por mi decisión, tampoco poseía la característica energía de antes. Parecía que la desdicha de nuestro matrimonio había consumido su buen ánimo.

 

En ocasiones, lamentaba no ser la esposa que él deseaba.

 

La despedida de Doran, si bien representaba un paso importante para marcharme sin remordimiento, al ver el rostro de decepción de mis hijas titubeé un poco.

 

Con la prudencia para no llamar la atención y pasar desapercibida, bajé las gradas. Sin embargo, el evidente sonido de los tacones no me ayudó a mantenerme en discreto y terminó por delatarme y Blake, quien tenía una excelente memoria, se posicionó frente a mí. Sus sorpresivos movimientos me hicieron retroceder y mi nerviosismo estuvo cerca de causar la caída de mi bolso.

 

Sus ojos color avellana me miraron con felicidad y aquella mirada cargada de alegría, tan parecida a la de Doran, me hizo recordar los mejores momentos entre él y yo. Ese recuerdo que solo vivían en mis hijas.

 

—Blake —la llamé exaltada —, por poco me matas del susto.

 

Mi exagerada reacción causó la risa de mi hija menor, pues no me había percatado de que mi actitud indiscreta era la causante de mi nerviosismo.

 

—¿Es en serio madre? —preguntó Blake con alegría y su cabellera negra se movía de un lado a otro —, pero si no he hecho más que saludarte, básicamente.

 

Muy poco común en ella, Blake actuaba como una chiquilla y su mal temperamento, como casi siempre se mostraba, parecía haberlo olvidado. Su sonrisa, que muy pocas veces mostraba, me contagió de ternura, calidez y tranquilidad. Pero, a la vez, su actitud me sofocaba, pues los minutos avanzaban y llegaría tarde al trabajo.

 

—Hija, ¿puedes darme permiso? —pregunté con calma y un poco de agobio.

 

Y yo, que estaba acostumbrada a la obediencia particular de mis hijas, —obediencia que traté de inculcarles junto con Doran—, me sorprendí al ver que ella obstaculizó mi paso.

 

—Creo que no se podrá.

 

—¿Por qué? —dije con un tono cabreado. Al escucharme a mí misma, cambié mi tono de voz por uno más dulce y armonioso.

 

Blake, al notar que yo puse una actitud apacible, tomó ventaja de ello y no dudó en utilizarla.

 

—Hace unos días, cuando operaron a Cookie, me prometiste que jugaríamos con ella.

 

Aunque Blake se mostraba como una chica ruda y poco femenina; pero atractiva, su mayor debilidad y quien le ayudaba a mostrar su lado más humanitario era su mascota Cookie, con quien había compartido grandes recuerdoa de la infancia y gran parte de la vida cotidiana de Blake. Cookie significaba mucho para ella. 

 

Cookie, una perrita siberiana de color blanco y grande en estatura, pronto se convirtió en la adoración no solo de Blake, sino de Doran y de Olivia. Curiosamente, yo también sentía debilidad hacia la canina.

 

Al sentarme acorralada y al ver disfrutar de la felicidad de mi hija, acepté su propuesta, no sin antes condicionarla a un tiempo estipulado.

 

—Está bien Blake, pero solo será un momento.

 

Blake, sin esconder su descontento, asintió con su cabeza. 

 

Cookie, a quien el doctor ya le había permitido jugar de manera frenética, como lo hacía antes, luego de una orden de Blake, empezó a corretar por toda la sala.

 

Pero, luego de unos tramos, la canina se cansó. La carita de desesperanza de Cookie tocó la fibra de mi corazón. Cookie buscó apoyo en Blake, no obstante, el egoísmo de mi hija no le permitió el descanso a Cookie. Y, con un poco de indecisión, sucumbió ante la presión de la menor de mis hijas.

 

Con mi rostro de desagrado, inició el juego entre Blake, su mascota y yo.

 

Lo que inició como una infantil jugarreta entre Blake y yo terminó por consumir gran parte de mis energías. Pues ambas se movian de forma frenetica, mientras mi ya cansado cuerpo intentaba seguirle el paso.

 

Para agilizar mi paso, despojé las zapatillas de mis pies sin importarme la humedad del piso. Empecé a moverme a la misma velocidad de mi hija, incluso a la propia Cookie mostraba su cansancio al mantener su lengua fuera de su hocico.

 

La hostigante actitud de Blake colmó la poca paciencia que me quedaba, por lo que, al darme cuenta de que su objetivo era el mero fastidio y no la diversión, detuve el juego y, para no darle el placer de molestarme, con una enternecedora sonrisa detuve la jugarreta. 

 

Cookie no tardó en echar su cuerpo en el frío suelo que le daba un poco de frescura a toda ella.




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