Elegí no amarte (corrigiendo)

Capítulo 5: Caso invertido

Parecía que mi presencia interrumpía la cordialidad familiar que, como siempre, se manifestaba en mi ausencia, por lo que, la mejor forma de mantener la cortesía en un ambiente tan tenso como el nuestro, era optar por el silencio como un arma de indiferencia.

 

Sin embargo, en aquella fría batalla de miradas, que intentaban expresar la incomodidad del viaje, Doran llevaba la ventaja, pues su convivió con las niñas hacía que tuviera cuatro ojos más viéndome con desdén.

 

En el interior del automóvil, se podía visualizar con facilidad las divisiones mentales y familiares. Por una parte, me encontraba yo al lado izquierdo del auto con mi solemne presencia y mis pensamientos egoístas que me hacían ausentarme de una conversación real. Por otra parte, Doran estaba al lado de sus dos pequeñas.

 

Olivia, quien tenía los ojos más despistados entre las dos hermanas, no podía evitar ver a su padre que, sumergido en la lectura de sus mensajes de texto, pasaba de mi presencia. Sin embargo, la chiquilla, no contenta con indagar con las expresiones faciales de Doran, me dedicaba unas esporádicas miradas que resaltaban la poca confianza que me tenía, así como el miedo a un posible conflicto.

 

Para responder a su desconfianza, yo le dediqué una cálida sonrisa. Pero, por su parte, no obtuve más que una expresión de asombro y una evasiva respuesta.

 

El bus se movía despacio. Lucas optó por llevar el viaje con lentitud, pues la molestia de mi pie podía hacerme regresar a Texas antes de siquiera sentir el tacto de la arena del mar.

 

Por su parte, mi hija menor, que se caracterizaba por contestar a la instaneidad a los mensajes de sus amigos, el viaje y las largas rutas le consumieron esa viveza y energía.

 

Olivia, que mostraba preocupación por cada uno de los movimientos de Blake, al ver que su hermana menor se encontraba turbada en uno de los asientos, empezó a mover a la chica. Sin embargo, esta mantuvo su firme cuerpo recostado en uno de los asientos más grandes del carro.

 

A pesar de la urgencia de Olivia por despertar a su hermana, yo no pude desviar la atención del grupo de trabajo. El señor Reece Stone, candidato a gobernador del estado de Texas y, a la vez, mi padre omitía cualquiera de mis intentos de participación, así como mis mensajes de texto cada vez que estaba en línea.

 

Tras darme cuenta que la actitud de mi padre perjudicaba más mi estado de ánimo que la poca conexión que las niñas mostraban conmigo, cansada de sus desplantes, cerrré los mensajes de texto y decidí que la mejor distracción para que esos momentos era la simulación para ver vídeos.

 

Sin embargo, como mis cinco sentidos, incapaces de centrarse en una única opción, tenía dispersa su atención en diversas situaciones, no pude evitar ver como Olivia le susurraba algo a Doran. Quise escuchar un poco más su conversación. No obstante, la mirada indagadora de Olivia espantó mis intenciones y, con suma verguenza, desvié la mirada.

 

De los tres miembros de mi familia, Blake era quien me había causado menos incomodidad durante el viaje, pues su silencio y su nulo movimiento compensaba un poco los movimientos incómodos entre Olivia, Doran y yo.

 

Sin embargo, ese mismo comportamiento encendió las alarmas de Doran y Olivia, que como se negaban a compartir mi información conmigo, se comunicaban a través de expresiones faciales.

 

Luego de un par de minutos en los que mi cerebro intentó descifrar la información que ellos transmitían, me aburrí de esperar una respuesta certera, por lo que, adopté la misma postura de Blake, dormir en uno de los asientos más grandes, mientras intentaba ignorar las insolencias entre Doran y Olivia.

 

Mi delicado cuerpo que, luego el accidente, necesitaba sumo cuidado, resintió mis decisiones tan libertinas, pues luego de dormir en un auto en movimiento, el malestar aumentó un poco más, ya que mi posición —poco adecuada para dormir— había afectado más el golpe.

 

Aunque el andador eraun buen método de apoyo, mi debilidad y la poca fuerza que mi cuerpo tenía no ayudaba en absoluto para llegar al destino nuestra bella casa en la playa.

 

Doran, al paso lento, se acercó con un poco de temor a mí. Con sus brazos me cargó, y luego de muchas horas e incluso un día, volví a sentir su sutil tacto.

 

Sus ojos suplicaban por una respuesta a su pregunta interna. Sin embargo, yo respondí con otra pregunta.

 

—¿Qué sucede? —pregunté, mientras miraba cómo las niñas se adelantaron a la casa.

 

Doran, muy preocupado, miró a todas partes y luego de soportar un tenue sonrojo, sus emociones hablaron por el:

 

—Holly, ¿en verdad quieres que te cargue? ¿O prefieres caminar sola? —Él miró mi tobillo y yo cerré mis ojos con lentitud.

 

Aunque el movimiento no me dejaba de parecer bochornoso, su tierna actitud logró convencer a mis más amargados, prejuicios y, enfrente de los persuasivos ojos y miradas chismosas de Lucas, Doran tomó el atrevimiento de suspender mi cuerpo con toda la fortaleza de sus brazos.

 

Doran, con una mirada, ordenó a Lucas que moviera mi andador hasta la sala y a la vez, el joven calmaba sus ansias de curiosear en nuestra privacidad marital.

 

Al llegar a la sala, pensé que Doran dejaría en algún sillón. Sin embargo, él empezó a caminar rumbo a la habitación.

 

—¿Qué haces? —pregunté de forma un poco intolerante, pues las grandes muestras de amor frente a miradas corrientes me disgustaban.

 

—¿Acaso no es no es obvio? —respondió Doran con un poco de dureza. Sin embargo, disimuló muy bien su molestia —No es momento de caminar, no puedes hacermo. No te puedo dejar tirada, no puedes subir sola y mucho peor estas gradas. ¿Qué clase de esposo crees que soy? 




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