Elegí no amarte (corrigiendo)

Capítulo 20: Niñas


—Puedo conseguir alguien que te acompañe para ir al  doctor. No es necesario que vayas con tu madre.

Doran, para intentar calmar las ansias de Olivia, cambió de tema, pero la temática cabeza de Olivia le negó esa tregua, así que, ella siguió con el rumbo de la conversación, mientras mi esposo se acostumbró a ser la presa de sus palabras.

—Parece una buena idea, pero ni aun así deseo ir. Lo único que quiero es pasar tiempo con ustedes, estar en casa con ustedes y sí, por qué no, hacerle la vida de cuadros mi mamá. Eso es lo único que deseo.

Doran, que poco a poco dejaba de tolerar las groserías de la mayor de las mellizas, así como sus insinuaciones con sus demandantes palabras, intentó calmar y detener el discurso de odio de Olivia hacia mí.

—Ya es suficiente, Olivia, no insistiré más, pero tampoco permitiré esto. Es mejor que te acuestes y descanses. Buenas noches.

Me negaba a aceptar y a reconocer las insinuaciones de mi hija. Por ello, para evitar una confrontación, di un paso hacia atrás. Pero antes de llegar hasta el cuarto, Doran, que acababa de terminar la conversación con nuestra hija, apareció frente a mí y, sin disimular sus nervios, preguntó:

—Holly, ¿qué haces aquí, parada?

Sin palabras para explicarle, tartamudeé frente a él, mientras su inseguridad me ayudaba a completar las frases.

—Solo venía a hablar contigo, pero creo que no es el mejor momento.

Para evitar desenmascararlo, di como excusa el cansancio físico y con una información incompleta, Doran se conformó con las migajas de mis explicaciones y, con ello, guardé las pruebas del mal comportamiento de Blake.

Decidida a solventar ese problema en la soledad emocional que cada miembro de la familia vivía, le tomé una fotografía a las pastillas. Luego de haberlas examinado, las boté en el inodoro.

Doran, que no se sentía bienvenido en la compañía de nuestra habitación, esperó que el sueño me venciera y así evitar la fortaleza de mis reproches. Y en el silencio de nuestras palabras perdidas, él se acostó a mi lado; mientras mi cuerpo, que estaba acostumbrado soledad no sintió la lejanía de su presencia. Con el rabillo del ojo, observé sus azulados y preocupados ojos que intentaban perderse en la oscuridad y la relajación del techo.

Sus inexpertos y tímidos labios, que carecían de coraje, se movieron en la simulación de un discurso y sus manos intentaron tocarme, sin embargo, la orden de sus pensamientos lo controló y mantuvo sus impulsos en lo más reservado de su ser.

Para darle a entender que sabía lo que sucedía y que me había percatado de sus titubeos, le dije:

—Buenas noches, Doran.

Sus labios, en un intento por responder, se abrieron casi en su totalidad, pero el frío aire de la playa se llevó sus palabras hasta el fondo. Y con una simple caricia en el cabello, él se despidió de mí.

Sus ojos, para limitar sus emociones,  se cerraron con lentitud, y su piel, al gozar de un buen sueño, le regresó, parte de su juventud que, desde hace un tiempo ya había perdido. Para acompañarlo en la inconsciencia, seguí su mismo camino.

A la mañana siguiente, mi cuerpo y mi mente, agotados por los enfrentamientos, se resistieron a mis órdenes y trataron de adaptarse a mis necesidades. Por lo que, con más esfuerzo del requerido, desperté de mi cansancio. Con mis manos buscaba caricias inconscientes que antes abundaban de Doran. Busqué el cuerpo de mi marido, pero él no estaba.

Sin renegar de mi presente, me levanté de la cama y caminé hacia la ducha. La intensidad de las gotas al caer, me indicaron el paradero de Doran. Así que, sin pedir permiso, invadí su privacidad. Él, que disfrutaba de la frescura y calidez del agua, no se percató de mi presencia y mis ojos, que hacía mucho no miraban a Doran desnudo, se aprovecharon de su descuido.

—¿Qué haces ahí parada? —preguntó, mientras cerraba sus ojos para evitar el daño a su vista. Él dejaba que el agua acariciara su cuerpo.

Atrapada en mi intrusión, mis pensamientos automáticos delataron mi sentir y, sin ninguna palabra de buenos días, le reproché:

—Me gustaría saber a dónde vas,

En ese instante, como el caer del agua limitó la audición de Doran, el cerró la ducha y con sus ojos más despiertos, así como su cuerpo más descubierto, pues la fina tela del agua desapareció, él dijo:

—No te entendí, ¿qué dijiste?

—¿Que a dónde vas? —reproché.

Él, que no estaba acostumbrado a mis celos, respondió:

—¿Por qué haces ese tipo de preguntas? Solo me estoy duchando, creo que todo ser humano tiene derecho a una ducha.

Para desbaratar sus argumentos, observé la ropa que había preseleccionado.

—Hoy iré comprar algo con las niñas, ¿qué tiene eso de malo? Necesitan distraerse un poco, o sea, lo que pasó ayer fue muy grave. ¿Puedes explicarme qué tiene de malo?

Recordando las insinuaciones de Olivia y sus preocupantes palabras, me posicioné frente a él y le ordené:

—Doran, necesito que tú y yo hablemos. Es muy importante.

—¿Sobre qué? Si es sobre tu padre Reece y su compañero, ya falta poco para que las vacaciones terminen y podrás estar con él todo el tiempo que deseas y bueno. Todo volverá a ser como antes.

Antes de que él siguiera con el tema de mi padre, lo interrumpí.

—No es sobre eso que quiero hablar mencioné con seriedad y él se burló de mi actitud.

—Ja, ja, ja. ¿Es en serio? —No me esperaba esa actitud, evidentemente, era para despertar mi molestia.

—Ja,ja,ja, qué chistosito —dije con sarcasmo y él, en ese instante, adoptó una postura seria.

—Está bien, dime de qué quieres hablar, te espero.

—De qué no quiero hablar sería la pregunta correcta.

Como si mi mirada lo molestara, Doran tomó una de las toallas y envolvió su cuerpo desde la cadera hacia abajo, luego de ese acto de provocación, mi actitud y mis palabras tomaron un tono más hostil y pronunciado, así que, decidí utilizar unas muy poco cuidadas palabras.




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