El día de escuela terminó y, con ello, llegó una invitación a mi celular, casi de inmediato, sonreí al ver el nombre en la pantalla. Doran me invitaba a ir con él la lago Toledo Bend, un día caluroso ameritaba una salida de verano.
Como de costumbre, antes de marcharse, las niñas se despidieron de mí, no sin antes mostrar la complicidad que compartían conmigo.
—Mi padre te espera en el lago —mencionó una animada Blake, quien estaba acompañada de su hermana mayor Olivia.
Olivia, que no toleraba los comportamientos atrevidos de Blake, le dio un codazo en medio de las costillas.
—¡Blake! Ya solo te hace falta gritarlo —dijo una Olivia un tanto preocupada. No obstante, como respetaba su privacidad, decidí no preguntar el por qué de su precaución.
—Tienes razón —dijo una Blake ya más sumisa y acepto su responsabilidad.
—Nosotras hoy nos iremos solas, espero tengas un buen días, ma.
Al escuchar la mitad de la palabra, sabía que todos mis esfuerzos habían ganado un lugar en el corazón de las pequeñas que, cada vez que me relacionaba con su padre, no dudaban en mostrar su apoyo.
—Lamengo no llevarlas hasta casa. Tendrán que tomar el autobús hoy.
—No te preocupes —respondió Olivia. Ella agitó su cabello cuando un par de chicos pasaron cerca—, solo espero que te diviertas con mi padre.
—Olivia, por favor, ¿qué habíamos hablado en la consejería?
Le reproché, ya que sus actitudes coquetas le había causado un par de problemas escolares. Si necesitaba dos palabras para definir a las mellizas podía utilizar "rebelde" para Blake y "vanidosa" para Olivia. Cada una llamaba la atenciona su manera.
Sin embargo, me había acostumbrado al carácter de cada una y, cuando mis regaños y consejos oprimian todas sus características, inconscientemente intentaba recuperarlas, pero de una forma no dañina.
—¡Ay! No pasa nada, no tengo la culpa de que se me queden viendo. No puedo cambiarme el rostro o el cuerpo.
En palabras de Doran, Olivia heredó las características físicas de su madre y, hasta cierto punto, no podía dejar de sentir envidia. Pues su cara angelical y su cuerpo bien moldeado capturaban la atención de las personas.
—Ya es hora de que se marchen. Por favor, al llegar a casa, me envían un mensaje.
Ambas asintieron con la cabeza y, para darme espacio, se marcharon juntas hasta la estación, mientras yo organizaba todas mis pertenencias.
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El clima soleado me hacía cambiar de humor. Por lo que, al llegar lago Toledo Bend, mi ceño se frunció para defender a mis ojos de los rayos del sol.
Apenas podía distinguir a las personas que se paseaban a mi alrededor y mucho menos encontraba a Doran, quien no tenía a la puntualidad como una característica compatible con él.
—¡Hey! —llamó a mis espaldas y me asustó. El pequeño salto que di casi nos hizo caer a ambos en el agua.
—¡No seas tonto! —exclamé molesta —, por poco caemos al agua.
—Deja de enojarte —me dijo con una gran sonrisa en el rostro. Doran me tomó de los brazos y colocó un par de pasos de distancia entre nosotros y el lago —, recién inicia el verano y ya estás con esa cara. Además, ya has terminado tu trabajo, así que... Si nos damos un chapuzón no creo haya problema alguno.
—No, ni lo sueños —le aclaré al ver que tenía intenciones de caer al lago junto conmigo. La palabra improvisar no coincidía con mi personalidad, por lo que, renegaba de cualquier situación que que atentara contra mis principios.
Doran, que casi nunca se interponía entre mis decisiones y yo, olvidó su jugueteó y, cambiando de tema, dijo:
—Te he traído algo.
Pocas veces Doran demostraba su cariño con obsequios, pues su forma reservada de ser no se lo permitía.
—¿Qué me has traído? —pregunté con curiosidad y observé sus manos para identificar algún objeto, pero no vi nada.
Doran, que no deseaba dar a conocer su sorpresa, me tomó de la mano y acarició sus nudillos.
—Vamos, quiero que nos subamos a uno de los Kayak.
—Creo que no tengo la ropa adecuada para subirme.
En ese instante, Doran se cansó de mis excusas y, con un tono de pesadez, expresó su disgusto.
—Lena Isabel —me llamó por mis dos nombres, cuando lo hacía mostraba su enojo —, si has aceptado venir hasta aquí es porque estabas dispuesta a subir a un kayak y dar una vuelta por el lago. Ahora no me digas que no puedes.
No pude contradecir a Doran, así que me sujeté más fuerte de él y ambos subimos al Kayak.
—Me da un poco de miedo... —mi labio inferior empezó a temblar y me sujeté aún más fuerte de los extremos del Kayak.
—No te prepcupes, recuerda que estás conmigo. No nos pasará nada, aunque bueno, si estuvieras sola no podría decir lo mismo.
—Qué tonto eres, Doran, me crees una inútil.
—No, nada de eso. Para mi eres fenomenal, pero tus inseguridades sí me dan temor.
La frase de Doran me hizo pensar en diversas situaciones de vida. Pero, como no me apetecía hablar de tristezas, le pregunté:
—¿Qué obsequio me has traído? Es algo raro en ti.
Para responder a mi pregunta, Doran sacó de su bolsillo una pequeña cajita y, como nuestra confianza, la tiró hacía mis manos.
—Eres un caballero.
—No necesité ser un caballero para gustarte.
Lo que más apreciaba de nuestra relación era la sinceridad que compartíamos, no ocupabamos ser perfectos para entendernos.
—¡Está hermoso! —exclamé y, de inmediato, me medí la pequeña pulsera de oro que Doran me había regalado —¿Pero no es muy cara?
—Deja de preguntar por los precios, solo debes usarla y ya. Es tuya.
Mis ojos no podían dejar de ver el regalo de Doran. Su color combinaba muy bien con mi piel. No obstante, su invitación repentina para dar un paseo en Kayak no me había permitido disfrutar del viaje, por ello, le pregunte:
—¿Por qué me has invitado al lago hoy? Dentro de una semana iríamos a la playa, entonces, no sé. ¿No es un poco extraño?