Aunque me dolía recorrer los pasillos, que algún día consideré hogar, tomé valentía y mi coraje me encaminó hacia el ataud de mi hija.
La soledad y la amargura me doblegaron y ante la tristeza, apoyé mi pecho en el ataud. Sentí como respiraba con dificultad.
Mis lagrimas marcaron el vidrio y mis manos se encargaron de dibujar mi dolor en el. Intenté acariciar el rostro de mi princesa.
En ese instante, mis cuestionamientos atacaron la aparente tranquilidad de Doran.
—¿Cómo pudo pasar esto? —lo cuestioné y, acostumbrada a encontrar respuestas en él, le exigí que encontrara las frases para calmarme —¿Por qué?
Lo tomé por el cuello, pero la nula reacción de Doran y su cabello castaño que cubrió sus ojos, me hicieron retroceder.
—No lo sé, Holly. Hicimos todo mal desde el inicio.
En soledad, porque nuestras contradicciones y nuestras diferencias impedían un acercamiento entre nosotros, sentimos el dolor del otro.
Nuestro caracter había marcado la crianza de las dos mellizas. Una crianza alejada del amor familiar y de un entorno sano. Una crianza que las llevó al fracaso.
Para calmar el llanto de Doran, me acerqué a él y, con una mirada suplicante, le pedí permiso para invadir su espacio íntimo. En la amistad, ambos encontramos el apoyo que durante el tiempo en pareja no encontramos.
—Tranquilo —le dije y tomé su rostro entre mis manos.
La calidez ayudó a Doran a sonreír con amargura. Para reencontrarse con lo perdido, los ojos cristalizados de Doran se posaron en el rostro pálido de nuestra hija que hasta en su muerte las expresiones de infelicidad la acompañaron.
La expresividad Doran aún seguía intacta. No obstante, los gritos desesperado de Lena interrumpieron su concentración y, con su mirada, buscó a Lena en medio de los pasillos.
Así que, para regresarle la tranquilidad, con una explicación intenté atraerlo hacia mí.
—Seguro es ese hombre de nuevo —respondí con dificultad, mi enrojecida nariz apenas me permitía hablar y mi apagada voz, con dificultad, se escuchaba en la solitaria sala.
—¿Tu padre no vendrá? —preguntó con cierto repudio; pero interesado en mi reacción.
—No se lo he permitido. Me dijo que ella buscó su propia muerte y eso no es muy agradable de escuchar para una madre.
Doran retuvo sus palabras y, para asegurarse de ello, apretó sus labios y desvió su mirada hacia el ataud
Con un ligero movimiento de mano me indicó que lo acompañara en el dolor.
—¡Vete, vete! No queremos verte aquí —exclamaba Lena.
Los sentimientos de Doran, que no encontraban su lugar, causaron su alteración.
—Ese idiota —mencionó y apretó sus puños. Sin embargo, su cuerpo se aferró a la tumba de nuestra pequeña. Pero la voluntad no lo detenía del todo.
—Creo que no es momento, Doran. Además, déjalo, ese tipo no vale la pena. No deberías desperdiciar tiempo en él. Nuestra hija cometió un error al meterse con ese hombre.
—Agradezco que te hayas dignado a venir; pero créeme que nadie aquí desea verte...
Los sollozos de James interrumpieron las palabras de Lena y, por cortesía, Lena le permitió hablar.
—Yo no quise hacer nada de esto, solo no supe qué hacer. ¿Qué te dijo ella? —preguntó un desmotivado James y Lena, que sabía cuando utilizar y dejar de usar la cortesía, con una simple frase lo despidió:
—Vete de aquí.
Se escuchó un fuerte golpe, parecía que Lena le había cerrado la puerta en la cara. Luego, los pasos apresurados de ella se acercaron hasta nosotros.
—Estaba a punto de romperlea cara —confesó Doran. Pero Lena, que estaba más interesada en ver el ataud, ignoró su propuesta
—¿Qué quería ese idiota? —pregunté indignada.
—Quería verla. Me lo suplicó y casi se pone de rodillas.
—Por culpa de ese idiota murió.
—No solo por su culpa —respondí sin intención de molestarlo. Pero sí de aclarar —.Murió desde que ella decidió irse con él. Desde que dejamos de insistir para recuperarla.
Tanto Doran como yo desconocíamos la situación de Olivia antes de morir. Pero Lena, que desde siempre había sido su confidente, se encargó de hablar con ella antes de su partida.
—¿Cómo fue? —pregunté lo que tanto temía y Lena, que había cargado con el dolor de los secretos, tragó saliva y con palabras efectivas intentó explicar toda una historia de meses.
—Pude hablar con ella, al menos, por mensaje —sus lágrimas y su tristeza se apoderaron de su autocontrol y con un suspiro intentó recuperarlo —, su embarazo siempre fue complicado y aunque siempre quise que viviera conmigo, su orgullo siempre la hacía entrar en negación. Pero la conocía tan bien que sabía que, detrás de todas esas palabras de fortaleza, en su alma había gritos de dolor. Y cuando ella dejaba de responder por horas, me preocupaba aún más. Desde la muerte de Blake, la depresión no dejó de seguirla y la ansiedad le quitaba los momentos presentes. Hasta que un día no pudo más y se desahogó conmigo... James la había abandonado, desde hacia un mes. Me moví hasta donde ella se encontraba. Intenté acercarla a ustedes; pero siempre se negaba. En esas dos semanas que compartí con ella me bastaron para conocer su dolor. Y como ya lo saben, la enfermedad y la depresión la hicieron tener un parto prematuro. Ahora nos encontramos en otra muerte. Pareciera que solo las desgracias pueden juntarnos.
El cuerpo de Lena, debido a la gran exigencia que cargaba, tambaleó y yo le ofrecí mi apoyo para que no cayera.
—Gracias, Lena. Yo intenté acercarme a ella, contactarme por medio de mensajes, cartad. Todo lo que puedas imaginarte; pero nunca me lo permitió. En realidad, no sé cómo es una relación entre una madre y una hija.
Doran, a diferencia de nosotros, se mantuvo en silencio y con miradas, gestos nos animaba a mantener un ánimo estable. Pero las heridas sin sanar limitaban nuestro autocontrol y, en ocasiones, cediamos al sentimiento de la nostalgia y tristeza.