Elegidos

1. PREMIO DE CONSOLACIÓN

La guerra finalmente ha cesado en Ryunale. Por tendidas décadas miles de soldados, recursos y ciudadanos que han sufrido los percances de las hostilidades de la República Comunal de Otaria hacía nuestro querido país se ha terminado.

Debió ser una fortuna que los otarianos no fueran lo suficientemente inteligentes para aliarse con sus tierras vecinas la República de Feralia. Una oportunidad que sabiamente fue aprovechado por mi padre, el rey Rui Trémulo Scarasi, aunque toda victoria tiene un pago y ese ha sido mi hermana Lucinda. Ella es la segunda en la línea sucesora de los bastagos de mi padre, ya que mi hermana Arabella es la primogénita y futura reinante de éste país, dejando que Lu fuera la siguiente en ofrecer a los extranjeros para que contrajera matrimonio con su príncipe heredero, Dimitry Le Covanov.

—Dicen que jamás sonrie —habla Lucinda recostada sobre mi cama, jugando con el listón de su camisón.

—Jamás es una palabra muy drástica —defiendo.

—Que ha entrenado con todo tipo de armas desde los seis años y que podría rebanar tu cuello sin que te des cuenta.

—Pero me gusta mi cuello —lo toco por institnto, observándome desde el espejo del tocador.

—He escuchado que puede sanar con una velocidad casi inhumana.

—¿Ese casi significa que todavía podría derribarlo mientras tú huyes de la ceremonia, cierto?

Lucinda sonríe.

—Voy a extrañar tus ocurrencias, Emmi.

Su cuerpo se eleva de la cama para mirarme a través de mi reflejo. Le devuelvo el gesto y corro hacía ella, dejándome caer sin elegancia alguna a su lado para abrazarla.

Es dos años mayor que yo y pesé que siempre me pareció la más cuerda y razonable de mis cuatro hermanos, veo duda y temor en su rostro por aquella unión. No es un misterio que aquel príncipe es mortífero.

—Tal vez pueda permanecer una temporada en Feralia después de la ceremonia ¿no lo crees? Escuché que posee bellas vistas que podría pintar, y con bellas vistas me refiero a los caballeros nobles de su corte, por supuesto.

Le guiño el ojo y mi hermana sonríe, aunque está vez solo por cortesía.

—Sí, tal vez puedas quedarte una muy larga temporada allá.

Lu acaricia mi mejilla y se marcha de mi alcoba para ir a dormir, pues mañana por la tarde la unión será anunciada oficialmente para nuestro pueblo.

Al día siguiente, soy la segunda en unirme al basto desayunador. Por lo general, siempre soy la última debido a mi incapacidad de despertar temprano, pero en esta ocasión solo Iria, mi hermana menor, yace presente.

—¿Dónde están todos? Es que me he caído de la cama antes de lo pensado o existe algo que nosotras no sabemos.

—Contemplando la hora, definitivamente es lo segundo, Emm.

Iria ofrece una mordida a su pan con mermelada de moras, mientras tomo asiento a su lado con lentitud, ya que en efecto, es demasiado tarde para solo permanecer nosotras dos en el comedor. De inmediato mi hermana me ofrece una rebanada de pan para que le unte fruta por igual. Posee tan solo catorce años, pero no cabe duda que la forma glacial en la que muerde su almuerzo es mucho más excelso que el mío.

—¿Qué? ¿Solo ustedes? ¿Dónde están los adultos en esta sala?

La entrada muestra a Jerico, mi tercer y único hermano. Él es mellizo de Lucinda y ambos son tan semejantes físicamente como pueden serlo con aquel castaño y ondulado cabello que todos nosotros a excepción de Arabella que es rizado, poseemos.

—¿Has visto a Lu? —le pregunto a Jerico.

—Por suerte no, ayer tenía un humor insufrible. Me sorprende que no yazcas bajo sus faldas como acostumbras.

De pronto, la discusión que tenía planeado con mi hermano no sucede, pues las voces de mis padres surgen.

—¡¿Cómo que no saben dónde está tu hija?! —exclama mi padre.

—¡No lo saben! Tanto mis damas como escoltas no la han vislumbrado en el castillo desde que partió a dormir anoche.

Iria y yo nos observamos.

—¿Sucede algo, padres? —pregunta Jerico.

—Tu hermana Lucinda no aparece —la ansiedad de mi madre es palpable. Suelto mi almuerzo de los dedos.

—Pero ¿cómo puede hacernos esto? —mi padre expresa furioso—. Fui muy claro con ella y sabe las responsabilidades que tiene con ésta nación. Te lo dije Margaret, debiste vigilar a esa niña, pero...

—No encoleres, Rui. Tal vez solo fue a tomar aire en los jardines, sabes que eso la relaja ¿no es cierto, niñas?

Iria y yo asentamos ante la mirada de mi madre que conoce bien la hermandad que comparto con Lu, al tiempo que me angustia su desaparición.

—Yo sé a dónde le gusta ir, tal vez pueda ir a buscarla —me ofrezco.

—No, los Feralios no demorarán en arribar al castillo y la celebración pronto dará inicio —ordena mi padre, así como sus ojos se desvían un tanto en mí—. Vayan a enlistarse. Su almuerzo se servirá en sus aposentos hoy.

Ninguno le protesta a su rey y nos retiramos del comedor a nuestras alcobas. Bastan de tres horas para observar el carruaje del rey extranjero adentrarse en la glorieta del castillo. Un séquito de escolta le precede, aunque no consigo ver la bienvenida que mi padre le otorga, ya que la vista no es tan generosa como hubiera querido desde mi balcón.

—Lamento importunarla princesa, pero Su Majestad requiere de su presencia ahora —exclama mi doncella Talhia tras el mensaje del mozo de mi padre en la puerta.

—¿Mia?

Ella asiente y mis nervios aumentan.

«Estoy en problemas»

Me aventuro a deducir con prontitud y es que han sido incontables las veces que Lu y yo nos hemos solapado nuestras ausencias y huidas, sin embargo, en esta ocasión no poseo idea alguna del paradero de mi hermana por más interrogatorio que se disponga a ejecutar.

—Solicitó de mi presencia... mi rey.




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