Elegidos

2. LA CARTA

Requiere de todo mi ser el contener las lágrimas cuando el anuncio llega ante toda la corte del castillo. De no ser que mi madre me toma de la muñeca como preventivo ante cualquier reacción posible por mi parte, habría caído al suelo de rodillas, dispuesta a suplicarle a mi padre que me libre de tal castigo.

—Mis apreciados ciudadanos, levantemos nuestras copas por la futura forja que traerá la unión del príncipe heredero de la Federación de Feralia, Dimitry Le Covanov Kiztrova y mi hija, princesa de Ryunale, Emmelina Diann Scarasi Duggër.

Mi padre levanta su copa en dirección a los presentes y después al rey Iralio.

—¡Fortuna! —vitorea.

—¡Fortuna! —prosigue la corte en unísono como cada vez que un compromiso es anunciado.

Todos sonríen y aplauden por los beneficios que traerá tal lazo al país, mientras que mi corazón se desboca cual potro salvaje en campo abierto. Soy testigo de como ambos reyes se destinan a firmar el acuerdo prenupcial con el que mi sentencia será completada.

—¡A partir de este día, nuestras tierras se unen en progreso y prosperidad! —habla el soberano extranjero en nuestro idioma una vez que el contrato matrimonial ha cedido—. Estoy convencido de que mi pueblo ha ganado una digna hija capaz de gobernar con sabiduría a lado de mi amado primogenito, quién como muestra de tal afecto, ha enviado un obsequio digno de su esperada prometida.

Es entonces que el sobrino del rey salta a la vista, muestra una extravagante gargantilla en gotas de diamantes blancos y rosados. La corte se deslumbra, aunque yo soy capaz de ver la muestra de poder y riquezas implicadas a través de tal obsequio. Los pasos de aquel extranjero se detienen en mí y observo sus verdosos ojos sobre los amielados míos.

—¿Me concede el honor?

Comprendo que permitirle colocarlo sobre mi cuello equivale a terminar de aceptar el compromiso, sin embargo, cuando la pregunta surge, no me resta más que girar y retirar parte de mi cabello hasta que el broche de la gargantilla hace clic y entonces, el banquete da inicio.

—Sonríe un poco —murmura entre dientes mi hermana mayor, Arabella—. Se supone que te estás comprometiendo, no muriendo.

—Para el caso es lo mismo —regreso mientras giro a ella, haciendo sonar el cubierto sobre el plato—. No lo comprendo, deberían estar buscando a Lucinda en lugar de ofrecer este absurdo banquete.

—Tal vez la que no comprende eres tú, Emme, pues de este compromiso depende que nuestras tierras se matengan protegidas —defiende Arabella—. La guerra dejó desprotegidas las fronteras y nuestros bolsillos casi vacíos.

—¿Y eso te importa más que nuestra hermana perdida? ¿Acaso soy la única que relaciona la llegada de los extranjeros y la desaparición de Lu?

—¿Sugieres que los Feralios capturaron a Lucinda? ¿Con qué objetivo? ¿Qué nuestro padre ofrezca a la siguiente hija en compromiso?

—Diciéndolo de aquella forma, haces parecer como si fuéramos tan solo un objeto.

—Claramente esa no fue mi intención, pero conoces a Lu. Es rebelde y egoista. No le importa a quien perjudica en el camino.

—Eso es mentira. Apuesto a que si fueras tú quien tuviera que contraer matrimonio con un hombre desconocido y cruel, igualmente querrías...

—¿Huir?

—Ella no huiria. La conozco lo suficiente para saber que no se marcharía. Si ella no esta aquí es porque algo le sucedió, lo sé. Y lo voy averiguar.

La ventaja de ser considerada una mujer comprometida con un príncipe y futuro rey, es que puedo tomar todo el licor que deseo sin restricción alguna.

Sin embargo, aquello no parece suficiente para calmar mi rabia, siendo que termino en el balcón de la sala más próxima, observando desde la lejanía como mi hermana pérdida y yo les importamos tan poco a mi familia y país.

—¡Huwtderzer! —interrumpe una voz que me hace girar en un respingo. Pronto, la silueta se revela como el sobrino de mi futuro suegro.

—¿Disculpa?

—Es una palabra local y antigua en mi idioma. La usamos para dar la bienvenida a los forasteros. Pienso que es algo que escuchará constantemente por parte de mis compatriotas una vez que partamos mañana a Feralia.

—¿Mañana?

—Así es, mi tío requiere volver lo más pronto posible y ya que nos demora tres días cruzar el mar hasta el puerto capital, mañana suena adecuado.

«Ahora comprendo porque de la prisa por aceptar una esposa, así como de mi padre por entregar una hija»

—Veo que nunca nos presentaron formalmente. Supongo que existían asuntos más relevantes en ese momento.

«Como creerme lo bastante tolerable para su primo, por ejemplo» sonrío ante mi desgracia.

—Sebastian Petronet Le Covanov, duque de Weinherfon a su servicio, princesa Emmelina.

Su reverencia es en exceso delicada.

—Y ahora que ya no somos desconocidos. Es más, seremos familia muy pronto le puedo espetar lo esplendido que luce aquel obsequio rodeando su cuello. Créame, mi primo no escatimó en gastos para su prometida.

«Tal vez deseé contarle a su primo como las frías yemas de sus dedos tocaron por un breve instante la piel de su prometida, duque»

El hombre ni siquiera sabe lo que estoy pensando de él.

—Que halagador saber el valor en el que mi hermana se encontraba ante los ojos de Su Alteza y primo, el príncipe Dimitry. Solo espero que este no se decepcione en cuanto vea que lo prometido no es semejante a lo recibido.

Mi respuesta con mordacidad, consigue que Sebastian sonría tras percatarse que no soy tan ingenua como ha supuesto o que puede que simplemente el licor envalentono mi lengua.

—No sea tan modesta, princesa. Pienso que usted es igual de digna que su hermana, una futura reina para mi amada república.

—Pues temo que reinar será la última cosa que me permitirán hacer, duque.

Sorbo lo que resta de mi tercera copa y quisiera encontrar lo que oculta detrás de toda esa cortesía, sin embargo, una voz emerge de nuevo dentro de la sala interrumpiendo mi tranquilidad.




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