Un baúl. Al parecer toda mi vida en Ryunale cabe en tan solo uno, considerando que fue lo único que me permitieron llevar a nuestro viaje a la República de Feralia, siendo que debe ser lo más ligero posible para acelerar nuestro arribo.
Supongo que en aquellas tierras, mi nuevo hogar, encontraré más que solo una habitación, sino vestidos, joyas y lujos tan extravagantes como la gargantilla que se me obsequió, pesé que yo solo consiga ver un nuevo yugo al cual someterme.
—Te extrañaré mucho, Emmi —mi pequeña hermana Iria me abraza como despedida una vez que nos encontramos en la entrada principal del castillo con los cuatro carruajes, esperando nuestra partida.
—Yo igual, Iri. A todos por igual, de hecho.
Observo a mis otros hermanos, Arabella y Jerico qué, aunque él se unirá en esta travesía y me entregará en nombre de mi padre, no deja de ser esta una despedida, ya que es probable que no les vislumbre por un largo tiempo.
Mi voz no puede mostrar más que aflicción y tristeza en proporción semejante por mi inesperada partida, pues existe tan poco que yo pueda hacer para evitarlo que no me resta más que resignarme.
Me gustaría ser más valiente. Tomar mis cosas, un corcel y emprender viaje a donde sea que el camino me lleve, sin embargo, he aquí aceptando mi nuevo destino.
«No es como que pueda huir tampoco»
Y es que los guardias que colocó en servicio mi padre jamás se alejaron lo suficiente de mí, siendo que no perderían de nuevo otra princesa. Lo observó entablando plática con el rey extranjero y no puedo evitar pensar en las últimas palabras que nos dirigimos justo dentro de la alcoba de mi hermana Lucinda.
—No es cortes escabullirse en una celebración que lleva tu nombre, Emmelina. Vuelve al salón.
—¿Es una orden? —había atacado de inmediato, pues estaba claro que mi paradero fue notificado por sus escoltas a mi padre—. Porque ahora que me debo a mi futuro esposo, tal vez requieras de su permiso primero.
—Hija...
—¿La has buscado si quiera?
No era necesario preguntar a quien me refería.
—¿O es que ahora que has entregado a tu otra hija ya no te interesa su paradero?
—No me hagas ver como el monstruo de esta historia.
—Entonces no te comportes como uno.
Era la primera vez en toda mi vida que había concedido duras palabras para él, puesto que siempre fui para todos, la condescendiente Emmelina.
—Tu hija podría estar reclusa, lastimada o inclusive algo que mi boca no se atreve a pronunciar y a ti no parece importarte un poquito —me acerqué a él, revelando lo que Lu me dejó—. Ella me escribió está carta. Espeta que sea valiente como en aquellos libros que leíamos, pero la cuestión es que nosotras nunca fuimos de ellos. Vine en busca de alguna pista en su habitación que pudiera revelar lo que la incitó a tomar esta decisión, pero...
—Ella huyó, Emmelina —exclamó con compasión mi padre, leyendo un poco de lo entregado de entre sus manos—. Lucinda huyó de las responsabilidades y esto solo lo comprueba.
—No estás escuchando, padre. La carta es...
—¡Ella lo sabía! —gritó, arrugando el pergamino y tirándolo al suelo—. Tu hermana siempre supo que tú serías su remplazo en caso de que ella evadiera su responsabilidad, puesto que yo mismo se lo hice saber. Supuse que te amaría lo bastante para no dejarte cargar con ello, pero veo que he errado, así como tu devoción hacía ella te ciega.
De pronto, el aire comenzó a faltarme. Tantas verdades, mentiras y secretos que no conseguía encontrar ni pies ni cabeza a aquel acertijo.
—Ahora, no hay modo alguno que evadas tus nuevas responsabilidades. Estamos con serios estragos económicos y aquel matrimonio nos salvará no sólo a nosotros, sino a todo Ryunale ¿comprendes?
Fue entonces cuando supe que un ataque debido a mi enfermedad me esperaría. Siempre comenzaba igual, primero con la falta de oxigeno, proseguía con jadeos incesantes, después sudor en mi cuerpo y finalmente, un dolor en el pecho que se incrementaba con cada respiración ofrecida.
—¿Y tu brebaje? —preguntó.
Pude ver preocupación en su rostro, aunque si lo hacía como rey o como padre era complicado de descifrar.
Con el tiempo, aprendí a controlar mis ataques para que no fueran mas allá que una respiración dificultosa, pero la situación me hizo volver a cuando era una niña, y terminaba por casi perder la consciencia, aunque por fortuna aquello no sucedió, debido a que como era costumbre, llevaba la pequeña botella de líquido rojizo que el boticario me recetaba dentro de las bolsas ocultas del vestido.
—¿Qué sucederá cuando mi brebaje se termine? —espeté una vez que recuperé un tanto el aliento—. ¿Cuándo enferme y sepan que de todos los Scarasi, tienen a la estropeada?
No fue capaz de responder, porque una pequeña o grande parte de él no le interesaba lo que me sucedería. Fue en ese instante cuando comprendí que no importaba lo que yo dijera, mi padre ya había dictado una orden y ningún acto o persona cambiaría lo decidido.
—Comprendo, me casaré con él, y si muero en aquella Federación al menos podrás decir que fue haciendo mi deber. Después de todo, todavía te resta otra hija por vender.
Mis palabras hicieron que su rostro de padre se transformara al de un rey contemplando a su súbdito con desdén, y acomodando su capa recitó:
—Recupera el aliento y cuando te encuentres lo suficiente presentable, vuelve a la celebración de tu compromiso.
Sí, una gran parte de mí teme que esas sean las últimas palabras que nos hemos de dirigir en lo que resta de nuestras vidas.
—Bienaventurada travesía la que nos espera, princesa Emmelina.
La presencia del sobrino del rey extranjero me distrae de mis penumbrosos pensamientos.
—Duque Sebastian —asiento ante su impecable reverencia.
#5499 en Novela romántica
#1603 en Fantasía
princesa con gemelos, matrimonio forzado principe cuestionable, mentiras secretos celos alianzas guerra
Editado: 11.10.2025