El castillo de los Le Covanov es exquisito. Mucho más que el nuestro debo admitir. Cada columna, torre y almena que constituye el sitio, se eleva en orgullo con colores cálidos que hacen junto a la piedra caliza de su construcción, un digno sitio de poderío.
Y es qué, mientras más lo conocía, comprendo del porqué de mi padre en unir lazos con este reino, sin embargo, me cuestiono lo que los Feralios obtienen de regreso tras aceptarnos.
—Me parece inaceptable que no estuviera presente para recibirte.
—Lo sé, madre. Ya lo has expresado varias veces.
Mi voz no puede contener más desaire, y es que tras nuestro arribo de ayer por la tarde al castillo, únicamente la reina Agnes, sus dos damas y un hombre gubernamental del rey nos ofrecieron la bienvenida.
—Tu padre sabrá de esto sin duda alguna.
Su abanico se agita para mitigar el calor del medio día que otorga estar en el esplendoroso jardín en espera de la reina Agnes para tomar la merienda con ella.
—Dudo que le interese -susurro, mientras contemplo la vista.
—¿Qué dijiste, hija?
Me reincorporo de la silla.
—Que no olvides que ayer la reina espetó la razón mientras nos alojaba, y es que este castillo no suele habitarse en esta temporada, pero qué en los días consecuentes, su corte entera vendrá a presenciar la unión de su príncipe heredero con... conmigo -que mal suena decirlo.
—¡Pero porqué no llevar la celebración en su castillo principal! —chilla mi madre en un tono que comienza a irritarme un poco más que el de mi prima—. Parece como si quisieran escondernos.
«O puede que ellos oculten algo, y que mi padre le deba más de lo que no suponiamos al rey de Feralia y por eso, aceptar todo lo que pida, incluyendo darle alguna de sus hijas»
—¿Por qué hace tanto calor aquí?
—Porque estamos en otro continente, madre. Uno cálido -le aclaro con malestar. El calor tampoco saca lo más gentil de mi personalidad.
—¡Mi sombrero! —grita mi madre ante una ventisca que eleva su apreciado accesorio en el aire.
Hago lo posible por atraparlo, pero eso me lleva a correr lo suficiente para hacer que mis zapatilas aprisionen el encaje de las enaguas del vestido, y casi caiga sobre el jardín de no ser que unos brazos me atrapan.
Por un instante, sopeso la imagen de mi atractivo captor, cabello oscuro, mirada broncinea, piel dorada y ceño fruncido. Me observa como si hubiera descubierto una nueva especie por analizar. No demoro mucho en saber que ese hombre es mi prometido, el príncipe Dimitry Le Covanov por la semejanza con su padre.
«Tú si que sabes hacer una entrada de verdad, Emmelina»
—¡Querida! —grita la reina Agnes, atrayendo la atención de ambos—. ¿Te encuentras bien?
Me levanto de los brazos de su hijo seguido de llevar mis manos por el vestido con un dejo de vergüenza.
—Me parece que esto le pertenece.
El príncipe opta por hablar en mi idioma.
—G-gracias —tartamudeo, tras las primeras palabras que le escuho exclamar a mi prometido mientras tomo el sombrero que me ofrece y contemplo su delineado rostro.
—Pido disculpas por la demora. Toda nuestra corte comienza a llegar y la servidumbre, mis damas y yo, estamos hechas jirones. Además como habrán notando, mis hijos arribaron y Dimitry suplicó estar presente en nuestra merienda.
La mano de la reina se posa en el hombro de su hijo, pero él apenas y elabora un gesto. Es notorio que no puede estar más feliz aquí de lo que yo puedo estarlo por su ceño fruncido.
—Hijo, permíteme presentarte a la reina de Ryunale, Su Majestad Margaret Duggër de Scarasi —su asentamiento es tan excepcional como el de su primo.
Puedo ver como mi madre sonríe con cortesía, pesé que hace un minuto no les concebía el mejor de los aprecios.
—Y su bella hija, la princesa Emmelina Scarasi.
Sus ojos felinos me contemplan deseando adivinar que tipo de persona soy.
—Un placer conocerle, princesa —responde en mi idioma.
—El placer es todo mío, príncipe —regreso en su lengua para demostrar que por igual conozco su idioma, y que en definitiva lo hablo mucho mejor de lo que él articula el nuestro.
Por un breve instante, solo nos miramos con firmeza y desafío. Es por mucho, más alto que yo, al igual que su envergadura corporal que es gruesa y contundente, aunque aún con ello me yergo.
—Bellos jardines los que posee su castillo, reina Agnes.
El Dagleshn de mi madre no es ni la mitad de variado que el mío, pero no queda más remedio que hablar aquella lengua por completo, contemplando que la reina extranjera no luce molestarse ni un poco por usar el nuestro.
—Encantadores ¿no es verdad? —contesta la reina Agnes a mi madre—. A mis hijos les divertía tanto recorrerlos y perderse cuando eran tan solo unos niños ¿qué te parecen a ti, querida Emmelina?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—Son esplendorosos sin duda alguna, Majestad.
—Que bueno oírlo, porqué no le ofreces un recorrido a Emmelina mientras la merienda se sirve, hijo —Agnes sugiere, pese que contemplamos que es más una orden—. Nosotras les observaremos desde aquí.
A mi madre no le resta más que aceptar.
—Será un honor —el brazo del heredero de Feralia se extiende hacia mí—. ¿Me permite?
«No» imagino decirle.
—Por supuesto —tiendo mi mano hacía él y la entrelazo en su brazo.
Mientras más nos alejamos, la velocidad de mis latidos se aceleran, y me cuestiono porqué he aceptado este destino.
«¿Acaso tenías elección?»
No, no la tenía, pues de no ser yo hubiera sido mi hermana Iria, pues Ryunale prometió una hija a Feralia y la tendrían aún sí solo poseyera quince años mientras que yo quedaría desterrada o casada con otro hombre. Uno mayor para castigarme sin duda alguna. Al menos he de admitir que el príncipe Le Covanov es muy apuesto.
#5499 en Novela romántica
#1603 en Fantasía
princesa con gemelos, matrimonio forzado principe cuestionable, mentiras secretos celos alianzas guerra
Editado: 11.10.2025