Elegidos

5. LOS DECLARO MARIDO Y MUJER

Es difícil seguir el ritmo de los sirvientes en este sitio. La privacidad siempre fue algo que aprecié de mi cultura, aunque por aquí todo parece ser distinto, siendo que desde que despierto hasta que duermo, los sirvientes no dejan de observar.

Simplemente radiante.

Las manos de tanto mi madre como la reina Agnes se unen en asombro una vez que las doncellas terminan con mi arreglo. Mi atuendo matrimonial no es muy distinto al que tendría en Ryunale. Un vestido blanco con demasiado pliegues para pasar por los pasillos y puertas. Es recatado, aunque glamuroso con hilos destellantes y perlas nacaradas que acompañan la banda naranja que muestra mis respetos ante Feralia al ser la primera princesa extranjera en mucho tiempo.

¿Que te parece a ti, querida?

La reina me pregunta aquello, pesé que mi mirada se centra mucho más allá que mi reflejo, sino en los ojos de mi madre «No respondas con la verdad» me suplica «No me hagan hacer esto» apelan los míos.

Es... exquisito.

Esa parece ser la mentira más usual que he dicho durante estos días transcurridos ante todas sus recurrentes preguntas ¿Qué te parece la decoración? ¿Te gusta el banquete? ¿Deberíamos hacer más brillante tu vestido? ¿Más músicos? ¿Menos flores?

«¿Se puede ser más infeliz que en este preciso momento? Exquisitamente, sí»

Solo resta un detalle y terminamos, princesa —una de las doncellas habla, al tiempo que revela la pesada gargantilla que Dimitry le obsequió a su entonces verdadera prometida, mi hermana Lucinda.

Pienso en ella ahora más que nunca, pues si acepté este matrimonio fue para averiguar su desaparición, pero ¿y si no lo hizo? Todos parecían estar seguros de su elección de fugarse y no de ser cautiva del príncipe Le Covanov mientras que yo me aferraba al hecho de una captura, sin embargo, ¿y si era yo realmente quien no la conocía?

Les concederé tiempo madre e hija —habla Agnes con esa sonrisa glacial que siempre porta—. Nos vemos en la catedral.

Ambas asentamos, y entonces la puerta se cierra y opto por hablar en mi idioma.

—Ella... Lu huyó ¿no es cierto?

Mi madre avergonzada baja la cabeza.

—No creí que lo fuera hacer —dice.

Sonrío torcidamente.

—Sí bueno, no fuiste la única que creyó conocerla —contemplo la gargantilla sobre mi cuello en el espejo, sabiendo en lo que pronto me he de convertir—. ¿Qué sucederá con mis brebajes? ¿Cuándo me de un ataque y éstos se hayan acabado?

—Esta hecho, la esposa del nuevo embajador de nuestra nación se encargara de proveerte cada tres meses de ellos. Una visita política mensual y nadie lo sospechará. Estás a salvo.

—¿A salvo? Por dios, madre, estaré a un mar de distancia, sola y dentro de una corte desconocida con un esposo que apenas he visto in par de veces junto con una enfermedad que debo ocultar y de la que ni siquiera sé si me colgaran por ocultarlo y ¿te atreves a espetar que estaré a salvo?

—Hija yo...

—¡Estoy asustada, madre!

—Lo sé, hija. Lo sé —nuestros pasos se unen y sus brazos me atrapan en un consuelo que apenas y puede conseguirlo, porque no hay nada que hacer—. Anda, es hora.

—Te ves hermosa —mi hermano Jerico besa mis manos en turnos antes de ofrecerme su brazo para subir al carruaje que nos llevará a la catedral Santü Krantaw—. Mi padre te habría entregado con orgullo.

—No deberías mentir, hermano —acaricio su mejilla—, pero me alegra el no tener que avanzar sola.

Y es qué lo que antes fue un castillo solitario y polvoriento, es ahora uno bullicioso y destellante. Los soldados de Feralia nos incitan a ingresar al carruaje y nos escoltan como si temieran que huyéramos hasta que avanzamos por la pasarela de la alfombra de la catedral con el bullicio de los súbditos aclamando la festividad. Mi pulso se acelera y debo recordar respirar con mesura o podría sofocarme como acostumbro.

«Tal vez eso me libre de mi unión» me digo «No seas tonta Emmelina, eso solo pospondrá lo inevitable»

En mi mente, huir es una opción. Volver a mi país, con mi familia, mi habitación y mi regular sentido del humor, aunque de antemano sé que esa ilusión es imposible, pues la música comienza a sonar y es momento de avanzar hasta el pódium donde mi futuro esposo me espera. Solo veo su espalda, pero al menos con el velo sobre mi rostro puedo ocultar mis terrores.

—No me sueltes —susurro a Jerico al tiempo que giro mi rostro para ver a Katrina sujetar la parte trasera de mi vestido.

Desearía que el pasillo se hiciera eterno. Una larga interminable caminata, pero es mas corta de lo que lo espero.

Queridos hermanos y hermanas, estamos reunidos en esta festiva ceremonia para regocijarnos por la unión de la princesa de Ryunale, Emmelina Diann Scarasi Duggër y nuestro príncipe, Dimitry Iralio Le Covanov Kistrova.

El gran cardenal que nos casará habla en la más que basta y exuberante catedral de este sitio. Mi hermano se ha desvanecido de la pasarela tras entregarme y tomar sitio con nuestra madre, prima y Sus Majestades.

¿Emmelina Diann Sacarasi Duggër, hija de dios, es su voluntad entregarse en sacrosanto matrimonio a este hombre?

«No, por favor. Déjenme ir»

Sí, lo es.

—¿Y usted, Dimitry Iralio Le Covanov, hijo de dios, es su voluntad entregarse en sacrosanto matrimonio con esta mujer?

«Di que no y líbrame de este suplicio»

Sí, lo es.

Es la primera vez que oigo su voz desde aquel encuentro en el jardín y la cena que prosiguió ese mismo día y del cual apenas existieron palabras corteses, aunque en esta ocasión suena más frío y distante que antes. Apuesto que su respuesta sería por igual no, pesé que no he olvidado su advertencia.

Ninguno de los dos nos miramos hasta que él remueve el velo de mi rostro y finalmente la entrega de argollas acontece. Son de precioso oro blanco con el grabado de nuestros nombres y fecha como símbolo de pertenecía. Una marca de la que ya no puedo huir.




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