Elegidos

8. CICATRICES

El lugar de una esposa es estar a lado de su marido o al menos eso es lo que me enseñaron en Ryunale, sin embargo, apenas y me conceden saber de la salud de Dimitry y ya ni mencionar el verlo. No es que discuta por ello, supongo que es mejor de esa manera, pues recordar su salvajismo y brutalidad por destruir a aquellos hombres que nos atacaron todavía me aborda como la sangre que cubrió mi vestido aquel día.

—No es la primera vez que intentan acabar con su vida —emite mi hermano Jerico mientras yacemos en la sala de espera de la alcoba de mi madre.

—¿Pero quiénes son? —cuestiona ella.

—Insurgentes, amotinadores, extranjeros. Los culpables y nombres pueden variar, madre.

—¿Escuché que hay un preso? —mi prima habla.

—Sí, debí acudir a dar testimonio del hecho, ya que Dimitry sigue en su habitación siendo atendido —le contesto.

—¿Y cómo está?

—No lo sé, madre. Apenas y me dejaron estar presente una vez que la atención llegó, pero aparte del trauma de ser casi asesina estoy bien. Gracias por preguntar.

—Sabes a lo que me refería, Emm. Estás intacta, pero si él muere...

—Tal vez lo haga.

—¡Emmelina! —reprende mi madre—. Por dios, más vale que eso no suceda por el bien de nuestra familia y reino. A él le debemos que sigas viva. Te protegió como el hombre, marido y futuro rey que será y lo menos que podemos hacer es ir a orar por su salud.

«Tal vez dios lo quiera a su lado» pienso y me castigo de inmediato por tales pensamientos, aunque no del todo «Puede que sea su penitencia familiar por lo que le hicieron a mi hermana Lu. No estás segura de ello, pero ¿y si lo estoy?»

—Es el deber de una esposa rezar por su marido, así que vamos a la capilla.

Resoplo en fastidio, pero no me niego, sin embargo, rezo para poder dormir sin que se reproduzca en mi mente los cuerpos desmembrados por el príncipe de Feralia. Mis suplicas no funciona.

Camino por los solitarios pasillos del antes bullicioso castillo, ya que todo invitado al matrimonio del príncipe reinante se ha marchado a sus actividades cotidianas a miles de kilómetros de aquí e incluso, el rey y sus hijos e hijas han partido a excepción de la reina que se ha mantenido en estos lares debido al ataque que sufrió su hijo, así como ha de vigilar mi fructífera luna de miel que por fortuna, se pospuso por las heridas de Dimitry.

—¿Cuántos días más debe tu marido estar en reposo?

—No lo sé —contesto a Katrina en nuestro idioma—. Recuerda que no se me ha permitido verlo desde que el médico le curó. Es difícil descifrar cuando me concederan salir de estás cuatro paredes y por consecuencia, a ti también.

La escucho quejarse por ello.

—Ya ni siquiera hay caballeros por aquí con los cuales entretenerse.

—¿Cómo el conde Petronet?

Ella sonríe. No fue muy discreta en revelar sus intenciones con el primo del príncipe Le Covanov.

—Todavía te quedan los guardias —ambas miramos al tercio que siguen nuestros pasos a cierta distancia como resguardo. Sonreímos tras descartar la opción, ya que es probable que ellos no comprendan nuestro idioma natal, el alevania.

—Hablo de caballeros verdaderos.

—¿Te refieres a con oro y posición?

—¡Exacto! Sin olvidarse de que sean generosos en complacerme con obsequios, valerosos, divertidos y muy atractivos, obviamente.

—Sí en Ryunale no existen hombres con aquella descripción, porqué crees que en Feralia habrá alguno.

—Tú esposo lo es. Tiene joyas, castillos, una corona próxima, te protegió de aquellos rufianes, dices que fue todo un caballero contigo en su primera noche, te obsequio una gargantilla destellante, ¿Qué más puedes pedir?

—Que no sea pretencioso ni aburrido, por ejemplo.

—No se puede todo en esta vida, Emme. No seas avariciosa -le codeo por sus palabras y sonreímos. De una forma u otra, me alegro que se haya quedado—. Es raro ¿no?

—¿Qué?

—Que no te hayan dejado verlo. Digo, eres su esposa y no te dejan hacerlo. Eso es raro ¿y si se está muriendo?

—Diría qué que fortuna.

El tener la posibilidad de volver a mi país, causa que avance mis pasos en dos saltitos antes del redoble del pasillo sin darme cuenta que alguien cruza en la mi misma dirección del camino con opuesto sentido y termine por colisionar con un formido cuerpo del cual, lo primero que observo es su dorada mirada que se clava en la mía.

—Dijiste que solo te dejabas atrapar por un príncipe la primera vez que le conocías —las manos de Dimitry capturan mis codos con firmeza y apremio. Estamos tan cerca que le siento respirar.

Mis ojos se abren tan grandes como mi balbuceo tras verle más que recuperado. Su olivacea piel ha vuelto a tener color, así como sus mejillas rosadas anuncian que su salud se encuentra en optimas condiciones después de una semana e incluso, sus movimientos son ágiles ante su atractivo cuerpo.

—Estás... de pie.

—Espero sea eso bueno para ti.

«No realmente»

Alteza Le Covanov —Katrina le ofrece una reverencia a mi esposo.

Señorita Duggër. Un alivio saber que mi esposa ha estado bien acompañada durante mi ausencia estos días —la voz tan glacial de Dimitry en mi idioma me fastidia. Es como si se burlara de mí, haciéndome sentir que solo será un cretino conmigo cuando nadie más nos observe ni escuche.

Un total placer, Su Alteza. Es un honor servir a mi prima, la princesa Le Covanov.

—Veo que todo ciudadano nuestro se ha marchado ya a su cotidiana vida.

«No todo gira alrededor de ti, príncipe egocéntrico» quisiera gritarle, pero en cambio digo:

—Temo que así es, aunque su madre le aseguró a sus súbditos que estaría presente para el festival de sori...

«Dios ¿cuál era el nombre?»

—Søronata —espeta.

—La misma, sí.

Un silencio incómodo recorre el pasillo, pues mi prima ya se encuentra desfasada de información por hablar en dagleshn y no en alevania.




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