Mi primera reacción tras ser descubierta es simple: mentir.
—No comprendo de que habla, príncipe Davinne.
«Fingir demencia no te va salvar, Emmelina» me reprendo «¡Ya lo sé!» respondo en la misma ansiedad.
—¿Jugaremos a que no nos conocemos? —la ceja Davinne se eleva en expectación mientras me concede un giro al ritmo de la orquesta—. Esto podría incluso hasta considerarse romántico ¿no lo crees? Tú y yo de nuevo sobre una pista de baile.
—Me parece que me confunde, Alteza.
—Jamás podría olvidarte, Diann. Es por esa misma razón que mi búsqueda me llevó hasta este sitio.
Nadie me llama por mi segundo nombre y fue justo por eso que me pareció buena idea decirle que me llamara Diann cuando preguntó, sin olvidar que mi juicio se encontraba nublado por sus labios en los míos y sus manos descubriendo mi piel.
—¿O es acaso que yo fui el único que sintió esa conexión entre ambos? —su tono parece afligido por mi renuencia, aunque eso no le impide acercar nuestros cuerpos tras conceder otra vuelta más. Soy capaz de sentir como mi pulso se acelera por su cercanía, pues la mente no olvida y no sé si realmente quiero que lo haga.
Mi instinto me hace mirar a los costados en espera de que nadie perciba familiaridad entre ambos o que comprendan la conversación en nuestro idioma natal, aunque mis ojos terminan por encontrar a Dimitry bailando con nada menos que con la exuberante Trinity Julen y entonces, mi sangre hierve, aunque no en calidez, sino en palpitante rabia por verles tan cerca.
—No creo que él nos conceda atención por el momento. No cuando la señorita Julen esta tan cerca —regreso la vista a Davinne ante su afirmación con respecto a esa cortesana—. No es un secreto, Diann. Medio continente lo sabe, aunque no lo culpo, es una mujer que no pasa desapercibida, sin embargo, la astucia y carácter son atributos que yo valoro mucho más en una mujer.
Sonrío con suficiencia.
—Ustedes los hombres si que son unos maestros para los halagos sin importar de que país o continente provengan, no es así —no parece comprender mi sarcasmo—. Bueno, gracias por valorar otros atributos míos ante mis deficientes características físicas que no superan las expectativas convencionales de belleza, príncipe Davinne.
—Tegisversas mis palabras. Yo no quise decir... solo vine porque escuché que estarías aquí, Diann.
—Como la esposa del príncipe heredero de estas tierras.
—Pequeño inconveniente.
Ya no hay necesidad de ocultar lo que sucedió entre ambos. Sobre todo cuando mi malnacido esposo baila descaradamente con su amante.
—¿A que han venido tú y tu gente realmente? —espero encontrar una respuesta sincera—. Dudo que esto se reduzca a la búsqueda de una mujer con la que no pudiste acostarte.
Davinne sonríe.
—Sí, esa es la Diann que yo conocí.
—Tú solo conociste mis labios y piel. Cualquiera puede tomar eso de mí, aunque dudo que a ustedes les importe adquirir algo más que eso y si me permites, es momento de cambiar, príncipe Davinne.
Un giro y desaparece de mi vista, pues una nueva pareja se ha instalado frente a mí. Estoy tan llena de rabia que mi pobre acompañante debe soportar mi encolerado rostro y mi falta de habla hasta que su turno termina y finalmente sea momento de enfrentar a mi esposo.
—Demoré un tanto llegar hasta ti.
—Dudo que me extrañaras teniendo a Trinity entreteniéndote—su rostro antes jubiloso se cubre en perpetua seriedad.
No es necesario ampliar mi molestia.
—Yo no la traje —es contundente tras adivinar lo que pienso—. Su padre es un importante marqués en la nación.
—Y por eso debo ser el hazmereir de todos, lo entiendo.
—Emmelina.
—No, está bien. Nuestros términos han sido claros. Sé que te debes a ella y estoy bien con ello, pero... —río, aunque sea por ansiedad, pues esta no era la vida que imaginé tener alguna vez—. Sabes, creí todo este tiempo que a quién juzgaban era a mí por no ser suficiente reina para su príncipe y país, aunque ahora veo que a quien realmente juzgan es a ti por permitir que una bella mujer dictara la elección de tu acompañante en el trono, ya que es claro que puede yacer tranquila sabiendo que no soy competencia alguna para ella al comparar nuestros aspectos, pero...
—No digas eso.
—... lo gracioso de esto es que ni siquiera debería estar aquí, sino Lucinda. Mi hermana habría sido una reina espectacular. Nadie habría podido ensombrecer su brillo.
—Pero ella no está aquí, negó de tal derecho y ahora yace en ti tal deber y me alegro por ello —sus últimas palabras me toman por sorpresa—. Pudiste negar o huir, pero no lo hiciste.
—¿Y dejar que mi pequeña hermana tomará mi lugar? Nunca.
—Exacto. Una reina enfrenta guerras, no rehuye de las mismas como lo hizo tu hermana.
—No te atrevas a hablar de ella. De mí puedes decir lo que sea, pues soy capaz de defenderme, pero no es digno de un rey condenar a aquel que no puede hablar en su defensa.
Me arrepiento un tanto por mis espetadas palabras que le juzgan como futuro rey, aunque una mediana sonrisa se curva en su boca.
—¿Es que alguna vez me has temido?
—Sí —el recuerdo de verlo destruir la garganta de aquel hombre frente a mis ojos en la cacería me aborda —. He visto de lo eres capaz, pero nuestros países se necesitan y eso nos ata a una vida juntos. Me salvaste de aquel hombre y eso te lo he de deber siempre.
—Eso no me lo debes a mí, aunque de igual manera habría luchado por tu vida.
—No entien...
Dimitry corta mis palabras.
—Te voy a extrañar, pastelillo.
La musica deja de sonar y los aplausos surgen por parte de los invitados pese que mi vista permanece por unos segundos en mi esposo, quien ya mira a su padre y madre en el pódium anunciado los fuegos pirotécnicos que conmemoran un año más de su soberanía como nación libre.
#4759 en Novela romántica
#1168 en Fantasía
princesa con gemelos, matrimonio forzado principe cuestionable, mentiras secretos celos alianzas guerra
Editado: 22.11.2025