—Cualquiera pensaría que acabas de cometer un crimen. Estás palida —Dimitry analiza mi culpabilidad seguido de llevar su vista a mi acompañante—. Gracias por cuidar de mi esposa, Davinne.
El brazo de Le Covanov rodea mi cintura delimitando su territorio ante el príncipe extranjero.
—Fue un total placer acompañar a Su Alteza. Tiene un espectacular acento dagleshn.
—Una de sus tantas virtudes —Dimitry besa el dorso de mi mano, mientras respiro en alivio al suponer que no escuchó mi conversación con Davinne—. Aunque yo mismo he sido testigo de lo diestro que eres por igual con los idiomas como mi mujer.
—Para algo debía ser bueno el hermano menor del rey de Søje, no crees, siendo que las armas no son mi fuerte. No como tú lo eres al menos. Dimitry debió darle una cátedra a este humilde príncipe hace años en una cacería, Alteza.
La vista de Davinne se transporta a la mía seguido de hacerla recorrer hasta la mano de Dimitry que me sujeta.
—Como olvidarlo. Rompiste el corazón de mi hermana y de otra decena de feralias en tu visita.
Eso último me hace carraspear levemente, pues claramente no soy tan especial como Davinne insiste en convencerme.
—Me parece que no hay que hacer esperar más a los invitados y a tu padre, Dimitry. Les parece si nos dirigimos a los jardines.
—Lo que diga mi esposa —su tono es sarcástico en su totalidad—, pero antes debo hablar contigo. No te molesta si te encaminas solo a los jardines o sí, Davinne.
—N-no —trastabilla un poco sus palabras al responder, pues veo en sus ojos la pregunta de si estaré bien. De la misma manera, le hago saber que lo estaré.
Dimitry puede ladrar, pero no morder.
Tan pronto como abandonamos la sala y nos encontramos solos, mi esposo me toma del brazo para colocarme espaldas sobre la pared. No es agresivo, pero sí intimidante.
—Preguntaré esto solo una vez, Emmelina —sus ojos buscan algún indicio que me delate cual cazador a su presa—. ¿Ya conocías con anterioridad al príncipe de Søje?
Algo me dice que ya sabe la respuesta y mentirle solo causaría más estragos. Trago saliva en busca de una mentira lo suficiente verdadera para ser creíble.
—Ambos somos hijos de reyes, es lógico que nos hayamos visto en alguna ocasión.
—Yo también soy hijo de uno y tú y yo nunca nos conocimos hasta días previos a nuestra boda.
—No hay que cruzar un mar para llegar a Søje, Dimitry. Además, tú no puedes poner un pie fuera de Feralia, así como yo no podía hacerlo de Ryunale por una guerra que nació mucho antes que yo lo hiciera. Además, hablamos el mismo idioma, compartimos cultura similar y ellos siempre nos mostraron ayuda fuera mucha o poca para nuestras tierras, incluso si arriesgaban su propia libertad en el camino.
—Asumiré que todo este innecesario preludio es para responder un sí, del mismo modo que ambos se conocieron en Ryunale por lo que acabas de mencionar —no lo contradigo en ello—. Siguiente pregunta, ¿mantuviste algún tipo de relación con él?
—Perdona.
—Me has escuchado bien, Emmelina —su rostro se acerca un par de centímetros más al mío—. Y cuando digo alguna relación, me refiero a si alguna parte de su cuerpo te ayudó a pasarla bien algún día.
Su mano se coloca frente a mí, moviendo los dedos en una sugerencia que le divierte.
—Eso es grotesco.
Finjo estar ofendida mientras me atrevo a pensar en las vivaces manos de Davinne.
—No me has respondido, pues si mi memoria no me falla, me aseguraste en nuestra noche de bodas que eras virgen. Incluso pinché mi dedo por ti.
Ejecuta una burlona mueca de dolor.
—No me acosté con él si es lo que preguntas. Que clase de mujer crees que soy, Le Covanov —mis ojos feroces se clavan en los suyos—. No todas nos entregamos a príncipes sin portar antes una argolla en el dedo.
La insinuación a su amante es palpable, causa que su tonta sonrisa se marche, aunque tampoco me muestra una de disgusto tras mi afilado comentario.
—En ese caso, aquello solo nos deja con la conmovedora opción de que te enamoraste de él, lo cual es peor, pues personas como nosotros no deben enamorarse, Diann.
Lo sabe, sabe que hubo algo entre Davinne y yo, pues mi segundo nombre en su boca es afirmativo de ello. Nos ha escuchado, espiado y disfrutado descubrirrnos.
—Fue una trampa —deduzco—. Este acto de dejarnos solos fue solo una confirmación de tus sospechas, no es así.
Sonríe.
—Voy a concederte esta falta querida esposa, pero dile a Grimaldi que no te mire en público como si fueras un jodido postre que desea devorar o volver a hacerlo o no seré más compasivo con ambos, me comprendes.
—Ya te dije que no me acosté con él —«aunque me hubiera gustado hacerlo» imagino decirle—. ¿Quieres acaso cerciorarte de ello?
—¿Te gustaría que lo intentara?
Su aliento alcanza a respirar mi oxígeno y algo en mí me hace mirar por muy breve que sea, su sensual boca deseándolo más de lo que me permito admitir.
—Si gustas puedes llamarme, Davinne.
Eso rompe el encanto y lo empujo con ambas manos para tener mi espacio.
—Procaz —digo.
—Fiera —responde.
El sarcasmo me invade y sonrío.
—¿Qué, es que ya no soy tu pastelillo?
—¿Pastelillo? —parece confundido, pero al final esboza una débil sonrisa y resopla—. Descuida, volverás a serlo en tres o cuatro semanas.
—Que pasará en esas fechas ¿tu periodo?
Mi esposo rompe en una carcajada que parece sincera.
—Eres graciosa. Mordaz, pero con un sentido del humor algo... encantador. Ya veo porque lo has hechizado —sus ojos me recorren de arriba a abajo—. Y es por eso que no permitiré que Grimaldi te toque ni un solo cabello, me has oído. No porque seas mi mujer, sino porque Feralia no necesita una disputa de faldas. No cuando requerimos de esto más que nunca.
—Pensé que Søje necesitaba de ustedes y no viceversa —la duda se cuela en mi vista al tiempo que sus ojos denotan que ha hablado más—. Si quieres que te ayudé tal como me lo pediste debes comenzar a confiar en mí, y decirme de qué es de lo que debo convencerlos.
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Editado: 22.11.2025