Decir que tomar lecciones acerca de la cultura y tradiciones de Feralia es fascinante sería una rotunda mentira. Siempre fui una constante y dedicada pupilo como la cuarta hija de reyes que vio las reprendas de sus hermanos por las faltas cometidas en aquel rubro, pero jamás lo disfruté.
Sin embargo, ahora que es de mi conocimiento el posible peligro en el que tanto mi gente como yo nos encontramos, tal vez deba reconsiderar los hechos y prestar atención a los detalles. Esas pequeñas acciones, cosas y personas que podrían hacer sin duda, la diferencia entre nuestra supervivencia o muerte.
—Estamos rodeados —musito en la soledad de aquella sala donde he de tener mis habituales sesiones con mi asignado mentor.
Contemplar el basto mapa que cubre casi toda la pared de la habitación me revuelve el estómago, pues no dejo de preguntarme cuántos de estos países están de acuerdo con que las tierras donde ofrecí mi primera respiración a este mundo, sea conquistado.
Feralia, Søje, la República Comunal de Otaria. No hay a donde huir. Mi pueblo yace perdido y ni siquiera lo sabe.
—¿Pensando en tu hogar?
Giro de inmediato ante la voz de Dimitry mientras retiro del amplio plano la mano donde cubría a Sinsiara, la capital de mi nación natal.
—Es normal —complementa con serenidad ante mi silencio—. Solo han pasado poco más de tres meses desde tu partida.
—Yo...
No concibo fijar mi vista al rostro de aquel hombre que hace dos noches atrás habría intentado querer consumar nuestro matrimonio de no ser que fui capaz de contener mis deseos hacia él. Una bendición que el día anterior no se vislumbrara en la sagrada misa de cada domingo que se dispone en la capilla de este castillo con algún pretexto político que he de apostar, fue una falacia para evitar confrontarme.
"Perdóname" consigo de recordar su mirada cubierta de culpa ante mi apabullante pánico de tenerlo encima de mí.
—Ryunale no es mi hogar. Al menos ya no más —finjo que no me afecta lo espetado por mi boca—. ¿No debería Su Alteza Real estar en la sala de consejo o audiencias o donde sea que alguien con sus responsabilidades yazca?
Rodeo la sala, aunque sea para evitar tenerlo de frente.
—En ocasiones, Su Alteza Real puede tomar ciertas extensiones para huir de sus deberes, pero si has de preferir, podemos olvidar este encuentro. Fingir que jamás sucedió. Como si solo fuera un sueño.
—¿Uno tuyo o uno mío?
—Uno nuestro.
Giro para mirarlo.
—No tienes que hacerlo
—¿Hacer qué?
—Ser amable antes de pedirme un favor.
—¿Qué te hace pensar que vine a eso?
—Solo has de visitarme cuando requieres algo de mí.
No lo niega, aunque su mirada desciende a la alfombra seguido de que sea su turno de rodear la sala en silencio, toca los cuadros aposados en las paredes hasta detenerse en el que yo considero, el más hermoso de todos.
—Sabías que antes de que Rémulo Digelotini fuera famoso, muchos apreciadores del arte comparaban sus pinturas con las de Donatelo Fitzar por sus trazos compuestos y...
—Lienzos de lino —lo observo con algo de incredulidad por tan particular conversación—. ¿Como es qué.. ?
—¿Sé de arte? —sus brazos se cruzan—. ¿Acaso alguien como yo no puede hacerlo?
—Habría supuesto que no.
Una risita seca con la garganta emerge en mi esposo.
—Al parecer supones muchas cosas de mí —avanza en mi dirección—. Como lo es el pensar que no es de mi conocimiento que sé que encuentras fascinante el arte y la danza o el que venga a buscarte solo por el simple hecho de extrañarte.
—Sí, ya creo que lo hayas hecho por eso último, sobre todo si contemplamos nuestro más reciente encuentro —el calor cubre mis mejillas por el recuerdo y me aparto para que no sea notado—. Me has de hallar un divertido juguete después de no jugar conmigo por un día.
—A mí me ha parecido un poco más que un día, créeme.
Su tono es de aflicción, y aunque no tenga sentido al dirigirme a su rostro, este se ha tornado al hombre que conocí por primera vez en los jardines del castillo donde nos presentaron. Incluso su porte y mirada se vislumbran apacibles y renuentes.
De nuevo juega con mi mente y eso no me agrada, pues mis sentimientos con respecto a él se revuelven cual olas de mar cada que lo tengo frente.
—¿Está es tu manera de disculparte conmigo por lo de esa noche? Porque si es así, estás fracasando rotundamente has de saber —finge el no comprender de lo que hablo—. Descuida, estás perdonado si con ello dejas de confundirme con tus perniciosas actitudes, pero si vuelves a besarme e intentar tocarme por simple diversión pagarás de una u otra forma, Dimitry Le Covanov. De eso que no te quepa la menor duda —mi dedo presiona su alisado atuendo en el pecho—. Porque podré ser tu esposa, pero eso no me hace tu propiedad que puedes tomar cuando la necesidad te abordé ahora que Trinity se ha marchado. Si hemos de compartir el lecho algún día será bajo mis términos, no los tuyos.
Pese que imaginé que su reacción se cubriría en diversión, soberbia e incluso culpa, el cólera es lo que envuelve en rojo su rostro.
—¿Intenté hacerte que?
—Por favor, no finjas como sí no te hubieras arrojado sobre mí en la... —mis palabras se acortan por la firmeza de sus manos apremiantes sobre mis hombros.
—Repite eso, Emmelina. ¿Hasta dónde llegué? ¿Qué fue lo que te hice?
—Me asustas, Dimitry.
—¡¿Qué te hice?! —grita
—¡Nada! Te detuviste cuando lo pedí.
Mi respuesta ahogada por su brusco cambio de temperamento provoca que su expresión se torne indescifrable. Mira a la nada para un segundo más tarde, soltarme seguido de ofrecer la espalda y avanzar por los pasillos cual potro desbocado.
—¿Primo, dónde estabas? La sesión ya va a terminar y...
El heredero de Feralia avanza ignorando a quien se atraviesa en su camino.
—¿Pero que le hiciste? —Sebastián exclama una vez que me observa salir de la galería donde su primo hizo lo mismo instantes atrás.
#6196 en Novela romántica
#2183 en Fantasía
princesa con gemelos, matrimonio forzado principe cuestionable, mentiras secretos celos alianzas guerra
Editado: 13.12.2025