Elegidos

14. ESPOSA, ALIADA Y ESPÍA

El balbuceo emerge tan pronto como mis ojos comienzan a abrirse y la silueta se posa frente a mis pupilas.

—Dimitry.

—Tranquila, te desmayaste —su mano acerca un pedazo de tela con alcohol cercano a mi nariz—. Ya hice llamar al médico del castillo.

—Soñé...

—No fue un sueño.

Escuchar la voz de mi acompañante sin que este mueva los labios me alerta para que despierte con estrepito y recuerde los hechos que me llevaron a este estado. Me sobresalto de la cama mientras el Dimitry sentado en ella busca calmarme, aunque al observar otro de él recargado en la esquina de la ventana con cierta diversión en su rostro me hace retroceder de su posible toque. Paso la mano sobre el pecho ante los pequeños pulsos que emite mi corazón por la confusión que mis ojos presencian.

—Al parecer no somos los únicos que ocultamos secretros o es que cuando pensaba nuestra esposa decirnos que yace enferma.

—Hermano, cállate —el Dimitry sentado gira a ver a su idéntico para reprenderlo seguido de volver la vista a mí—. ¿Estás bien?

Asiento con levedad sin perderle de vista incluso si la respuesta dada no es verdad.

«Hermano» sopeso la palabra que le escucho pronunciar del mismo modo que se filtra gemelo y mentira.

—¿Ahora, dime que es esto? —la botella con líquido rojizo se agita frente a mis ojos—. ¿Los trajiste desde Ryunale o lo has conseguido aquí con ayuda de alguien?

Miro a ambos por turnos sin saber si debo mentir, salir corriendo o fingir que me da otro ataque.

—Es el único que te queda, así que considero importante que respondas.

De manera instintiva observo la mano con la que me pinché el dedo tras reventar mi botellita en mi caída ¿Ya habían transcurrido tres meses? se suponía que debía ir con la señora Fitzgerald por las dotaciones que me proporcionaría de manera clandestina, pero entre lo de Davinne, mi hermana y ahora este par, mi cabeza está hecha jirones.

—Ryunale —tartamudeo—. Los traje conmigo desde Ryunale.

—Y que harías cuando se te agotara como ahora, por ejemplo.

—N-no sé —opto por mentir—Improvisar, supongo.

—En ese caso sería adecuado que un médico te revise y recete un tratamiento de verdad.

—Mi brebaje lo es.

Lo veo torcer la boca en insatisfacción.

—Hagamos un trato, quieres. Podrás ingerir tus brebajes siempre y cuando dejes que el médico te revise también.

«¿Estaba acaso negociando conmigo? Los tratos son a largo plazo ¿pensaban conservarme?»

—¿Es que no van a matarme?

—¿Es lo que esperas que hagamos contigo? —el Dimitry de pie suelta una carcajada al tiempo que cruza los brazos—. Porque creeme que no salvamos tú vida de aquel ataque en la caceria para desperdiciarla ahora.

—Entonces porqué que la salvaron, ¿por el dote de las minas que obtuvieron o por Ryunale o puede que sea por el vínculo entre Søje y los otros países continentales con los que quieren asociarse?

Ambos hermanos se observan por un instante, sabiendo que no soy tan ingenua como seguramente supusieron.

—Te dije que esto iba a pasar tarde o temprano, hermano —el Dimitry de pie le habla al sentado, aunque este último se reincorpora para ir con su gemelo y pueda comprobar lo idénticos que son. Cada rasgo, gesto y manía postradas frente a mí me invaden—. Aunque admito que creí que serías más crédula y demorarías años en descubrirlo.

—¿Años? ¿Acaso pensaban mentirme toda la vida?

Como se habrán burlado este par de mí, jugando con mi cabeza y mis emociones en semejanza.

—¿Iban acaso a turnarse conmigo como lo han estado haciendo todo este tiempo?

—¡No! —el Dimitry de voz amable se acerca a los doseles de la cama—. Pero no debes decirle a nadie.

—¿Quién me creería? Está claro que todos aquí esperaban que la absurda Emmelina no lo notara.

Nadie excepto dos personas me creerían. Dos seres que podrían usar esta información para destruir a la familia Le Covanov.

—Tu hermano —miro al Dimitry de mirada irritante—. ¿Podremos confiar en que no le dirás nada a él o a tu parlanchina prima?

—No les hagan daño, por favor.

—Tengo la impresión de que crees que somos unos monstruos.

—Bueno, han estado jugando conmigo, su reino y con el resto del mundo que creen que solo hay uno de ustedes.

—¿Sabes lo que sería que existieran dos príncipes herederos? ¿Las disputas y los bandos que se generarían al tener dos bifurcaciones?

—No intentes razonar con nuestra esposa, hermano. Ella ahora esta hecha una fiera.

—Nuestra esposa es capaz de entender nuestras razones.

—Podrían dejar de hablar de mí como si fuera de ambos.

—Lo eres, Emmelina. Juraste frente a una iglesia y firmaste el acta, lo recuerdas.

—He contraído matrimonio con solo uno de ustedes. Con cuál, no lo sé, pero no soy la mujer de ambos.

—De ninguno, de hecho. No todavía.

Una sonrisa cubre el rostro del Dimitry que me capturó cuando intentaba huir y entonces sé que es él con quien me besé dos noches atrás en esta misma habitación. Su labio aún se mantiene con sangre por el hermano que le golpeó tras decir que tenía derecho de acostarse con cualquier mujer incluyéndome.

De pronto, la puerta es golpeada con pequeños toques.

—El médico.

El Dimitry con el que conversé en la sala de estudio horas atrás se destina a la puerta. Mira a su gemelo en un asentamiento que ambos mutuamente comprenden y se adentra al pasadizo secreto detrás del librero para que la puerta brinde acceso al médico del castillo.

«No todos lo saben» Tomo nota mental de aquello mientras lo veo ingresar.

—¿Y ya había sufrido antes algún otro desmayo, princesa Le Covanov?

—No.

Observo a Dimitry quien se mira ansioso por si es que exclamara algo que no debiera al médico ante la breve explicación de la pérdida de conocimiento por parte de mi marido. El médico retira el esfigmomanómetro de mi brazo.




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