Elegir el silencio

Elegir el silencio

Sombra Azul J.R.

Ahora que tengo ochenta años, puedo decirlo sin miedo: no nací para estar rodeado de gente. No es resentimiento. Es claridad. Me llevó muchos años entenderlo y más todavía aceptarlo. Y ahora, con la frente en alto, lo digo: me gusta estar solo.

La soledad no siempre fue fácil, ni fue una elección desde el inicio. Pero con el tiempo, se volvió un refugio. A los veinte quería encajar, a los treinta me peleaba con el mundo, a los cuarenta intenté cambiarlo. Hoy, simplemente lo observo. Y no me quejo. El mundo no es el problema. El problema es lo que esperamos de él.

Cuando era joven, me molestaba la multitud. Me asfixiaban las fiestas, las reuniones familiares llenas de conversaciones vacías. Me costaba entender por qué me sentía tan ajeno, incluso rodeado de quienes “me querían”. Y por mucho tiempo pensé que era mi culpa. Que algo andaba mal conmigo. Hoy sé que no. Solo era distinto. Y está bien ser distinto.

No usé drogas. No bebí para olvidar. No golpeé paredes. No huí. Simplemente, me fui quedando en mí. Mi espacio, mis silencios, mis pensamientos… eso fue todo lo que necesité. Mientras otros buscaban ruido, yo buscaba sentido. Y lo encontré, no fuera, sino aquí dentro, entre estas paredes que me han visto pensar más que muchos ojos.

Nunca quise cambiarle la vida a nadie. Ni que nadie cambiara la mía. No entendí nunca ese afán de meterse en las decisiones ajenas, de opinar sobre vidas que no conocen. A veces me sentía invisible, sí. Y con el tiempo descubrí que eso era una bendición. Ser invisible me permitió observar, entender, y no ser arrastrado por la marea.

Los humanos… nos volvimos complicados. Cambiamos el amor por el juicio, la compañía por el control, la palabra por la crítica. La gente ya no se escucha. Solo espera su turno para hablar. Y cuando hablas con el alma, se asustan. Como si la verdad fuera una falta de respeto. Como si sentir fuera debilidad.

Yo no soy importante. Y no lo digo con tristeza. Lo digo con alivio. No tengo que cargar con el peso de aparentar nada. Ya no me preocupa que me entiendan. Me basta con que me dejen en paz. Y si me preguntan por qué, les diré: porque la vida pesa menos cuando no se tiene que demostrar nada.

Muchas veces deseé ser invisible, no por cobardía, sino por necesidad. Para no tener que explicar lo que no se puede poner en palabras. Para no estar obligado a justificarme cada vez que decidía quedarme en casa, en silencio, conmigo. ¿Por qué hay que dar explicaciones por querer estar en paz?

Vi pasar los años, vi cómo la gente cambiaba de rostro, de tono, de intención. Vi amistades volverse ausencias. Vi promesas romperse con la misma facilidad con la que se pronunciaron. Y aprendí que confiar no es dar, es arriesgar. Y a veces, uno se cansa de arriesgar para terminar recogiendo pedazos.

No odio a nadie. Pero aprendí a poner distancia sin rencor. A amar sin depender. A estar sin invadir. Y sí, muchas veces necesité un oído. Pero descubrí que hay silencios más sabios que muchas palabras. Que un cuaderno escucha más que un amigo apurado. Y que escribir salva.

Hay cosas que nunca dije. Personas que nunca supieron cuánto me dolieron. Porque antes que traicionar, preferí callar. Antes que devolver mal por mal, preferí retirarme. No porque fuera débil, sino porque entendí que mi paz vale más que tener razón.

Y sí, di la vida por los que amé. Pero también aprendí a no meter las manos en el fuego por quienes me quemaron sin avisar. Con los años uno deja de ser ingenuo. No por amargura, sino por prudencia. La vida enseña a cerrar puertas sin hacer ruido.

No reniego de mi historia. Cada herida me enseñó a quedarme conmigo. Cada traición me mostró quién no era yo. Cada abandono me acercó a mi verdad. Por eso digo, con ochenta años a cuestas y la mente clara: mi soledad no es un castigo. Es una elección.

Pensé mucho en el amor. En cómo querer de verdad sin perderse. En cómo no dejar que Cupido confunda pasión con obsesión, apego con miedo, y cariño con necesidad. Y creo que al final, el secreto está en amar sin dejar de ser uno mismo.

No soy como dicen. Nunca lo fui. Y hoy, después de todo, me da igual si lo entienden. Porque encontré algo que vale más que la aprobación: la paz de saber quién soy sin necesidad de que me definan.

Si volviera a nacer, haría muchas cosas distinto. Pero una cosa sí repetiría: la decisión de estar solo cuando el mundo se volvió demasiado ruidoso para escuchar mi verdad.

Y si algo te puedo dejar, tú que lees esto, es este consejo:
aprende a estar contigo, antes que con cualquiera. Porque al final, en la última habitación de la vida, la compañía más importante es la que tienes dentro del pecho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.