ARIADNA
Trato de abrir los ojos, pero no puedo, solo veo siluetas, oscuridad y sombras. No sé si estoy soñando, si estoy muriendo. Lo único que siento son lágrimas heladas corriendo por mi cara.
Princesa. Despiertaaaa. ¡Ariadna!
Escucho que me grita una voz femenina en mi cabeza.
Despierto de súbito dando un grito ahogado, que más parece un chillido. El corazón me late demasiado rápido y me duele el pecho. Me falta el aire y tengo la cara mojada en sudor y lágrimas.
Por unos segundos, no entiendo nada, no entiendo a dónde estoy, ni que está pasando. Un tremendo chillido retumba en mis oídos y me duele mucho la cabeza.
Con un gran esfuerzo intento apoyarme sobre mis brazos para observar en dónde diablos estoy. Me doy cuenta de que estoy en una cama. Observo mis alrededores y estoy en un cuarto oscuro y relativamente pequeño.
Intento moverme un poco en la cama y mi pierna responde muy mal al movimiento. Siento un dolor espantoso que me hace apretar los dientes fuertemente para no gritar.
Veo la tela de mi vestido lleno de sangre y me alarmo. Me levanto el vestido y veo gran parte de mi muslo cubierto por vendas. La curiosidad me lleva a apartarlas un poco y revelar la horrible herida que tengo sobre la piel. Crispo la cara al ver su tamaño y las puntadas que la cierran. Jamás en mi vida había tenido una herida de tal magnitud y tener una así en mi pierna me causa una impresión gigante.
Intento recordar que es lo que exactamente sucedió después que el perro me mordió, pero no puedo. Solo recuerdo haber caído al suelo y luego no sé qué pasó.
Tengo miedo. No sé dónde estoy, ni quien me trajo aquí. No sé qué hacer, no sé si debo ponerme de pie y salir de esta habitación o quedarme en la cama y fingir que sigo inconsciente.
Antes de tomar una decisión, alguien abre la puerta y me quedo paralizada sin tomar una decisión. Una mujer joven entra a la habitación con una canastita en la mano. Cuando me ve despierta su semblante refleja una enorme sorpresa.
—¡Su alteza! No te muevas, espera —dice ella corriendo hacia mí.
Sin quererlo, me quedo quieta, siguiendo sus órdenes. Ella toma una silla y la coloca junto a la cama. Se limpia las manos con una toalla húmeda y saca unas gazas de la canastita.
—¿Puedes levantarte el vestido? Por favor —pregunta la chica amablemente. De nuevo, la obedezco sin preguntar nada. Ella toma unos algodones con alcohol
—Va a doler un poco —dice la chica mientras me pasa el algodón por la herida. Duele bastante. Trato de no moverme tanto, pero el dolor es insoportable.
—Ya casi termino —dice consternada al ver mis expresiones. Luego saca unas gasas de la cestita y me las pone con suavidad—. Perdón por no cambiártelas antes, pero me costó encontrar nuevas.
Quería decirle que no importa, pero no me atrevo a hablar. Sigo en shock, sin saber que está pasando. La suavidad y delicadeza con la que me coloca las gazas me impresiona, ni si quiera siento dolor ante eso.
—¡Listo! Ya está. Si te duele o te molestan no dudes en decírmelo, su Alteza —dice la chica con una enorme sonrisa. Creo que entiende que no estoy comprendiendo nada y me dice—. ¡Oh! Perdóname. Soy Nadia Anginhoek, es un gusto conocerte. Yo te traje aquí.
Cuando me voltea a ver me sorprendo mucho por su apariencia física. Al principio creí que la luz tenue y el mareo me impedían ver con exactitud sus rasgos, pero en efecto lo que veo es verdadero. Ella tiene la piel gris, pero no gris blanquecino, un gris que jamás había visto en un Elemental. Sus ojos son profundamente negros, pero sus escleróticas en vez de ser blancas son amarillentas. Noto además que tiene colmillos más largos de lo normal. Sin contar sus peculiares colores de ojos y piel, pareciera una joven normal, con pelo largo y negro.
—Ya sé, ya sé. No parezco una Elemental —dice ella como si leyera mis pensamientos—. ¿Cómo te llamas, su Alteza?
—A…Ar…Ariadna —digo tímidamente. No sé si debo tenerle miedo o agradecerle por haberme traído aquí—. ¿A dónde estoy? ¿Qué hago aquí?
—Se que tienes muchas preguntas, pero lo mejor es que hablemos con el Rey —me dice poniéndome una mano en el hombro como si quisiera consolarme—. Estas en el Mundo de las Sombras.
Ay no. Al oír ese nombre me paralizo. No puedo creer que en verdad estoy aquí. Intenté creer que mis deducciones eran erróneas, pero ya no puedo más. Ella me reafirma lo que había estado pensando.
—¿A dónde…a dónde van? —empiezo sin querer oír la respuesta.
—Si su Alteza, adonde van los Condenados —dice ella con cierto tono de tristeza—. Pero por eso tenemos que hablar con el Rey. Tenemos que ver por qué estás aquí.
Me sonríe y se levanta hacia el clóset de la habitación. Cuando se pone de pie analizo el atuendo que trae. Es una blusa blanca bastante suelta y sobre esta un vestido negro largo, ajustado en la cintura y más suelto en la parte de abajo. Creo que esos vestidos se utilizaban en el siglo XVII o XVIII.
La chica saca del clóset un vestido y me voltea a ver con gracia.
Editado: 14.01.2021