Esa tarde el cielo estaba nublado, y yo también.
Reacomodaba vitrinas con sandalias nuevas cuando lo vi entrar. Julio. Con su guitarra colgando al hombro y esa cara de niño que no sabe si huye o vuelve.
Me quedé quieta. La caja de zapatos en mis manos pesaba más que nunca.
—Hola —saludó con cortesía.
—¿Qué haces aquí? —no era frialdad, era protección. Ya había tenido suficiente drama por una semana.
Se acercó un poco, inseguro. Tenía el cabello revuelto, los ojos cansados. Y algo en su energía... se sentía contaminado. Como si alguien lo hubiese tocado por dentro. Y yo sabía quién.
—Vi a Rosa —dijo al fin.
—No me digas —respondí, conteniendo una mueca. Claro que la había visto. Lo sabía. Lo presentía.
—Fue... confuso.
—¿Confuso como que se le cayó la dignidad al suelo y la pisaste de regreso? —pregunté con ironía.
—No. Confuso como que me besó.
El mundo se detuvo.
Las clientas se difuminaron, los estantes desaparecieron. Solo estábamos él, yo, y esa frase como cuchillo oxidado.
—¿Y tú? —pregunté con la voz seca. No quería saber. Pero tenía que saber—. ¿Le seguiste el juego?
Guardó silencio.
Eso fue peor que un sí.
—Mira, Elena… —empezó, pero lo detuve levantando una mano.
—No. No vas a venir aquí con tus canciones a medio escribir y cara de “perdón, fue un accidente”. ¿Quieres que te diga qué fue eso? Rosa marcando territorio. Y tú... tú dejándola.
—No fue así —intentó, dando un paso más cerca—. Me mostró unas letras. Canciones que escribió para mí…
—¡Qué poético! —lo interrumpí con sarcasmo—. ¿Te las entregó antes o después de meterte la lengua?
Sus ojos se cerraron, como si le doliera. Bien. Que duela. Porque a mí también me dolía.
—Solo vine a aclararte algo —dijo al fin—. Yo no quiero perder lo que tenemos.
—¿Y qué tenemos, Julio? Porque si después de una pelea de zapatos, de que me insultaran en mi propio trabajo, tú sigues bailando al ritmo de una mujer como ella… entonces no tenemos nada.
Vi cómo se le apagaban los hombros. Su boca tembló, como si se tragara palabras que ya no servían. Por un momento fue el mismo chico que me buscó en mis tardes tranquilas.
—Estoy confundido —admitió.
—Lo sé, también yo, pero ya es hora de ir dejando las dudas atrás, Julio —le dije, firme, aunque por dentro me rompía por dos corazones—. Y si decides quedarte con ella, al menos ten el valor de no volver aquí con una canción escrita a medias y ojos de culpa.
Él asintió. Ni una palabra más. Salió de la tienda, guitarra a la espalda, con esa cara de quien se dio cuenta, demasiado tarde, de que el pasado no siempre es un lugar seguro.
Yo me giré. Volví a acomodar vitrinas. Pero mis manos temblaban.
Y aunque no lloré, el corazón me palpitaba como si hubiera corrido una maratón. Contra mí misma.
—Desgraciado, ¿Cómo se atreve a molestarme con esa infeliz? —Murmuraba en cuanto salí del trabajo. Había fingido que estaba enferma para irme temprano, mi jefa era admiradora de Astrum, así que me concedía permisos por llevarle firmas de ellos dedicadas.
Iba molesta, profunda en mis pensamientos sin darme cuenta de que alguien había llegado a la tienda en cuanto salí, esperándome con ansias.
—¡Elena! —
No me había dado cuenta hasta que llegué a la esquina y alguien me tomó de la manga de mi suéter, me giré rápidamente y vi a Iván, con mirada prismática.
—¿Iván? —alcé las cejas con sorpresa. —Cielos, no te esperaba—por alguna razón me alivié de que no fuera Alec o Julio, bastantes problemas tenia con ellos, con Iván todo era diferente, aunque recordé su declaración en esa gira…
—Lo sé, quería verte y hablar—su voz era tranquila. —¿Podemos? Hay una cafetería cerca.
Y recordé el lugar donde vi a Julio y Rosa besarse.
—No lo sé, quizá en otro lado—dije tras suspirar.
—De acuerdo, sígueme.
La noche estaba cayendo.
Llegamos a un barrio pequeño y lindo, con restaurantes cómodos.
Me pedí un café con leche, lista para escucharlo.
—Seguro te preguntas porque te invité a salir—dijo al inicio con una risa nerviosa.
—No es una cita—le aclaré firmemente.
—Que cruel—dijo con fingido sollozo. —Eres especial, Elena. Has sacudido a ese par de manera poderosa, pues ninguna mujer los hizo temblar como tú a tal punto de odiarse.
Sentí que me estaba acusando de alguna manera, lo miré comerse su pedazo de pastel a gusto.
—No los culpo, también me gustas—su gesto era impávido. —Pero deben solucionarlo, o la banda se quebrará.
Apreté mi puño, molesta por lo que decía y porque tenía razón.
—Lo sé, Iván. Y nunca quise robarme el corazón de nadie, pero estoy confundida. Creo que lo mejor será que me aleje de la banda, de Astrum—me dio coraje darle gusto a Leslie.
—¿Irte? Si…quizá sea lo mejor, o quizá no, porque como sea ya la lucha esta—dijo con un tono suave. —No te culpo, ese par son inmaduros, los demás no sabíamos que tenia una ex…por eso Julio es muy reservado.
Iván apartó la mirada de su pastel y la dirigió hacia mí. Había una mezcla extraña en sus ojos: comprensión, dolor y algo más profundo que no me atrevía a nombrar.
—Pero yo no soy como él —dijo en voz baja—. No juego con los sentimientos de las personas. Y si te digo que me importas, es porque lo siento de verdad.
No supe qué responder. El café en mis manos ya estaba frío, pero no me atreví a moverme. Su sinceridad era como un espejo que no quería mirar.
—Iván, no sé si estoy lista para algo así. Apenas puedo con el caos que tengo dentro —confesé.
Él asintió, sin ofenderse.
—No te estoy pidiendo nada, Elena. Solo quería que lo supieras. Porque si decides marcharte, necesito que te vayas sabiendo que alguien… alguien te ve por lo que eres. No por cómo influyes en otros. No por lo que provocas. Sino por ti.
Tragué saliva. Esa última frase me golpeó como un soplo de ternura inesperado. Había tanta verdad en su voz que me sentí pequeña, vulnerable.
#7758 en Novela romántica
#1235 en Joven Adulto
musica drama bandas musicales, comedia romántica triángulo amoroso fea, romanc problemas friends to lovers
Editado: 10.08.2025