No tenia idea de lo terrorífico que era estar en publico con un micrófono, ni mis presentaciones en clases fueron intensas como ese momento. Había un publico en frente, esperando un concierto inolvidable.
Escuché abucheos porque querían a Alec, público gritaba cosas como “¡Queremos a Alec!” o “¿Quién es esa?” ... y yo no los culpo. Si me viera desde ahí abajo, también dudaría, aunque Víctor el representante, intentó calmar la situación anunciándome, no estaban seguros por mí, alguien que nadie conocía bien, excepto por pelear en la tienda o que salí en televisión, igualmente por pelear.
Me sabia todas mis canciones y los chicos empezaron a tocar, pasaron cinco minutos y yo seguía petrificada, volteé la mirada hacia Iván, quien me sonrió para animarme y asintió con la cabeza. Sus ojos tranquilos me calmaron y me imaginé a nosotros tocando solos.
No sé ni cómo seguí de pie. Mis piernas temblaban como si fueran gelatina, y el micrófono pesaba una tonelada. Yo, Elena, la chica de las peleas en la tienda de discos y la televisión local, estaba a punto de ser tragada por el escenario.
Víctor, nuestro representante, estaba sudando más que yo, y eso que él no tenía que cantar. Intentaba apaciguar al público con una sonrisa que decía “confíen en mí”, pero su ojo izquierdo ya estaba tiritando como si estuviera a segundos de renunciar a su carrera.
Los chicos empezaron a tocar el intro. ¡Cinco minutos de música instrumental y yo ahí, como un poste! Entonces miré a Iván. Me sonrió. Tranquilo, como si esto no fuera una batalla campal de emociones. Y ahí fue cuando ocurrió… el caos.
Una paloma —sí, una paloma— bajó en picada y se posó sobre mi cabeza. El público enmudeció. Me quedé congelada. La paloma me miró. Yo la miré. Y luego me hizo popó en el hombro. Literalmente. ¿Qué hice? Solté una carcajada. Una risa fuerte, nerviosa y desquiciada.
—¡Bueno, al menos alguien más bajó del cielo hoy! —dije al micrófono.
El público rio. Se relajaron. Fue tan absurdo que funcionó. Limpié la pluma maldita con mi manga, respiré profundo y comencé a cantar, con la paloma aún en mi hombro.
"Neblina Eléctrica"
Luces en la bruma, flotan tus palabras,
Cada paso un eco, entre galaxias falsas.
¿Te vas o me sueñas? ¿Me ves o me extrañas?
Soy solo un reflejo en tu ventana.
Y vuelo… aunque nunca aprendí,
Sobre nubes de neón, yo fingí
Que eras real, que eras tú,
Pero solo eras humo azul.
Neblina eléctrica,
Me acaricia sin verdad.
Todo es lento en mi ciudad,
Todo duele sin piedad.
Y aunque caiga, y me rompa,
Esta voz es mi corona.
Brillo más cuando todo se apaga,
Porque incluso el miedo canta.
La canción terminó con una ovación inesperada. La paloma voló justo en el último acorde como si lo hubiera ensayado. El público aplaudía, algunos incluso coreaban el estribillo.
Iván me guiñó un ojo.
Víctor lloraba.
Y yo... bueno, yo seguía oliendo raro, pero por primera vez, sentí que sí pertenecía a ese escenario.
¿Quién necesita a Alec cuando tienes a una paloma y una canción que brilla en la oscuridad?
Justo cuando terminé de cantar el último verso, el escenario tembló.
«¿Fue mi nota o hubo un mini terremoto?» pensé.
¡BOOM! Uno de los altavoces del fondo se cayó, haciendo un ruido tan dramático que algunos gritaron pensando que era parte del show. Acto seguido, el telón trasero, que tenía una proyección psicodélica muy cool, se vino abajo como una sábana mal colgada, dejando al descubierto a... el tipo del cañón de confeti. ¡Vestido solo con calzoncillos de Pikachu!
Él se quedó inmóvil, congelado, apuntando el cañón directamente hacia mí. Y claro… lo disparó por los nervios. No una vez. Tres veces. FUEGO. FUEGO. FUEGO.
Todo el escenario se llenó de confeti rosa con brillitos y lo que parecían pequeños stickers de gatos espaciales.
El público estalló en aplausos. O risas. O ambas cosas.
Y entonces… los fans.
Primero una chica con orejas de gato. Luego otro con una bandera de “¡Elena presidenta del cosmos!”. Saltaron la valla como si fuera un meet & greet improvisado y subieron al escenario. Uno trató de darme una rosa (era de plástico), otro se arrodilló y me pidió matrimonio. Iván, entre tanto, seguía tocando la batería, como si esto pasara todos los días.
—¡SEGURIDAD! —gritó Víctor, que ahora tenía una chaqueta de lentejuelas que nadie sabe de dónde sacó.
Yo me reía tanto que no podía ni respirar.
Al final, logré tomar el micrófono y dije:
—Gracias por esta noche... aunque no sé si fue un concierto o una invasión de cosplay.
Y, justo ahí, me resbalé con un pedazo de confeti y caí de espaldas.
Todo el mundo gritó.
Yo levanté el pulgar desde el suelo.
El público enloqueció.
Fue un desastre.
Fue hermoso.
Fue mío.
Fue perfecto.
Dos horas cantando, y luego de muchas canciones mías, terminamos dando lo mejor. Nos retiramos a los camerinos y ahí celebramos que sobrevivimos a una noche caótica, un publico extraño y al sudor que nos salía.
Así que así era cantar…
—Lo hiciste bien—le felicitó Julio, colocándose a mi lado, me sonrió de lado y meneó mi cabello.
—Gracias—dije mientras jadeaba, me dolía un poco la garganta ya que no estaba acostumbrada a cantar.
—Tu voz no es de los grandes, pero estuvo bien, lo suficiente para este concierto local—dijo uno de los gemelos pasando agua de la botella por su cuello, no supe si era halago o reclamo.
—Ah estuvo bien, si practicas tu voz, te cambiamos por Alec—molestó Allan alzando su pulgar.
Todos nos reímos, incluido Víctor, que parece que revivió luego de casi palmarla.
—¡Hay que celebrar! —gritó Iván, alzando las baquetas como si fueran una antorcha olímpica. A lo lejos, se oía el boom boom de una fiesta vecina. Eran casi las nueve de la noche, y para ellos eso era como decir "recién empieza el día".
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Editado: 10.08.2025