Elena: De amigos a rivales

Capítulo 14

~Elena~

Una noche antes del concierto

Reflexionaba en mi habitación una tarde lluviosa.

Por dentro temía escoger mal, crecí con unos padres amorosos en una granja, rodeada de animales y una familia siempre unida, no éramos ricos, pero nunca faltaba nada…mi pueblo no era popular ni grande, costoso de encontrar en mapas, sin ninguna atracción turística, por eso cada vez muchas personas se mudaban para obtener una vida mejor.

Mi meta era abrir un consultorio médico y ayudar a mi gente, con las ganancias logradas por la banda, ya no preocupaba la universidad y sus costos, porque estaba bien para estudiar hasta el próximo semestre.

Pero, por otro lado, la banda me estaba enloqueciendo, me había enamorado de dos hombres los cuales eran geniales, pero no estaba segura a quien amar, porque uno no olvidaba a su ex y el otro era mi antiguo bravucón…muchos creerían que era masoquista de mi parte quedarme con quien me jodia cada día en la secundaria.

Y entonces recordé esos días en mi vieja secundaria del pueblo.

...

No era un sitio grande como en las ciudades, ni ostentoso, lo mejor en tecnología realmente, tenia cierto toque rustico y no eran muchos los estudiantes matriculados, podía calcular al menos 800 estudiantes entre todos los grados.

La llanta de mi bicicleta crujió contra el pavimento mojado mientras giraba por la calle que llevaba a la secundaria. La lluvia había dejado charcos que reflejaban el cielo gris, y yo pedaleaba despacio, con mis audífonos over ear de marca genérica que había comprado en la tienda de electrónicos del pueblo. Sonaba Somebody That I Used to Know de Gotye, y me imaginaba en un videoclip, ignorando que el frizz estaba destrozando mi trenza y que mi mochila morada —decorada con parches y pins de bandas— parecía a punto de reventar.

Doblé hacia la entrada principal, un edificio de dos plantas con pintura color crema que se descascaraba en las esquinas. El portón de hierro estaba abierto y, como siempre, el olor a pasto húmedo se mezclaba con el del café de la pequeña soda escolar. Las ventanas estaban llenas de pósters viejos: campeonatos de fútbol del 2010, una feria científica, y un cartel desteñido de “Semana Cultural” que ya nadie recordaba cuándo había sido.

Ni bien puse pie en el pasillo cubierto, lo vi: Alec.
Cabello rubio, de ese tono que parece no necesitar sol para brillar, peinado con gel hacia atrás; el más rico y popular de la secundaria, y su familia era la más rica del pueblo con planes de un proyecto bastante bueno...

Tenía esa sonrisa confiada que usaba como arma, acompañado de su grupito de siempre: tres chicos con mochilas colgando de un hombro, camisetas de marcas deportivas y la risa fácil. En 2012 todos ellos parecían salidos de un comercial de Axe.

—¡Mírenla, la enciclopedia andante! —soltó Alec en cuanto me vio, alzando las cejas como si hubiera encontrado un espécimen raro.

Tragué saliva y me quité los audífonos, fingiendo no darle importancia. Mi acné estaba peor esa semana, y no ayudaba que él me mirara de arriba abajo como si evaluara un experimento fallido.

—Eh, Elena, ¿cuántos planetas hay en el sistema solar? —preguntó uno de sus amigos, conteniendo la risa.

—Depende de si incluyes a Plutón —respondí sin detenerme.

Error.
Alec se acercó un paso, interceptándome justo antes de que pudiera subir las escaleras hacia las aulas del segundo piso. Olía a colonia barata y a goma de mascar.

—Oye, ¿y si hacemos un concurso? —dijo, metiendo la mano en su bolsillo para sacar un envoltorio arrugado de papas fritas. Con un gesto rápido, lo dejó caer en mi cesta de la bicicleta—. Para que tu bici también aprenda a reciclar.

El grupito estalló en carcajadas.

Me hervían las mejillas, no sabía si del enojo o de la vergüenza. Quise responder algo cortante, pero él ya se estaba alejando, tirándome por encima del hombro:

—Nos vemos, bibliotecaria sexy.

La palabra “sexy” en su boca sonaba a burla, no a un cumplido. Y, sin embargo, por más que lo odiara, una parte de mí… lo registraba.

Subí las escaleras con el corazón acelerado. Afuera, el cielo seguía gris, y yo me juré que un día Alec dejaría de verme como un chiste.

Entré al aula intentando que mi respiración volviera a la normalidad. El salón olía a marcador borrable y a ropa húmeda; las paredes, pintadas de un verde deslavado, estaban cubiertas con mapas de Centroamérica, fórmulas matemáticas y un póster gigante del sistema solar que todavía incluía a Plutón. Los pupitres metálicos, con la pintura azul descascarada, chirriaban cada vez que alguien se sentaba.

Me acomodé en mi lugar de siempre: tercera fila junto a la ventana, donde la luz entraba suave y podía perderme mirando la cancha de fútbol si la clase se ponía insoportable. Saqué mis cuadernos forrados con papel contact y decorados con recortes de revistas; las portadas de Rolling Stone eran mi protección contra el aburrimiento.

No tardó en aparecer él.
Alec entró con paso despreocupado, como si el mundo le debiera una alfombra roja. Llevaba la camisa del uniforme medio fuera del pantalón, y en la muñeca, una pulsera de cuero que sabía que muchas chicas del colegio le habían regalado. Se dejó caer en el pupitre justo detrás del mío. El golpe de la silla contra el piso hizo que me sobresaltara.

—¿Lista para enseñarnos a todos hoy, profe? —susurró, inclinándose hacia adelante. Su voz rozó mi oído como si supiera exactamente dónde molestarme.

No respondí. Abrí mi estuche y busqué un bolígrafo, ignorando el hecho de que podía sentir su mirada en mi nuca.

La profesora de ciencias, con su bata blanca y sus gafas de aumento, comenzó a explicar el tema del día: reacciones químicas. Yo tomaba apuntes rápido, con mi letra inclinada y prolija. Pero cada pocos segundos, Alec hacía un ruido: golpecitos con el lápiz contra mi pupitre, un silbido breve, o murmuraba mi nombre con una entonación burlona:




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