Elena: De amigos a rivales

Capítulo 16

Primera vez…

Ahora la banda se tomaba un descanso de conciertos, estábamos cerca de la noche de brujas, ya iniciarían épocas que siempre adoraba. Y también el cumpleaños de Iván.

De momentos me sentía incomoda por él, porque me había declarado sus sentimientos, Iván era un chico bueno y dulce, pero no era para mí.

Miré a Alec a mi lado mientras veíamos una película en su apartamento. Siempre tenía el cabello alborotado y un gesto sereno.

Comía palomitas y yo ladeaba la cabeza para verlo cada momento, aunque dentro pensé en Julio y su torrentoso amor: Rosa.

––¿Qué le hizo Rosa para que Julio siempre regrese con ella? ––pregunté con un resabio de molestia.

––¿Hum? No lo sé bien, es que Rosa siempre tuvo lo que a Julio le enloquece de una mujer––dijo el rubio sin apartar la mirada de la pantalla.

––¿Qué cosa es? ––pregunté tras aclarar la garganta, entonces Alec dejó a un lado el bote de palomitas y giró la cabeza hacia mí.

––¿Por qué quieres saberlo? ––preguntó arqueando una ceja.

––Curiosidad, es muy obvio que ella es toxica––dije tras encogerme de hombros. ––No es normal apegarse a alguien así…

––Julio no es normal––bufó Alec regresando a la película.

––¿Pero qué es? ––insistí, picoteándole las costillas.

Alec dio un respingo y casi tiró las palomitas al suelo.
––¡Oye, bruja! ––me gruñó, con esa risa contenida que me gustaba provocar.
––Anda, dime, ¿qué tiene Rosa que yo no tenga? ––lo reté, inflando el pecho como si fuera una diva de esas de película antigua.

Alec me miró de arriba abajo, ladeando la cabeza con descaro.
––¿De verdad quieres que te conteste? ––sus ojos chispeaban con malicia.
––Claro, ¡contesta, cobarde! ––crucé los brazos fingiendo dignidad.

Él soltó una carcajada.
––Pues Rosa tendrá… no sé, un radar para hombres problemáticos. Tú en cambio tienes… ––se inclinó un poco hacia mí, como si fuera a contarme un secreto–… una manía insoportable de robarme palomitas.

––¡Eso no cuenta! ––lo empujé con el hombro, aunque terminé riéndome también. El bote cayó a un lado, olvidado, y de pronto estábamos tan cerca que el ambiente cambió sin previo aviso.

La pantalla iluminaba su rostro con destellos azulados, y yo sentí cómo el silencio entre los dos se volvía eléctrico. Su cabello alborotado me rozaba la frente, y sin pensarlo me quedé quieta, atrapada en la intensidad de su mirada.

––Elena… ––murmuró, apenas audible.

Su mano rozó mi mejilla, y el roce me encendió la piel. No era como Iván, dulce y torpe; Alec tenía algo peligroso, como si cada movimiento pudiera desatar un incendio.

Cuando sus labios se posaron sobre los míos, el mundo se redujo a ese contacto. La película seguía sonando de fondo, olvidada. El beso fue lento al principio, probando terreno, hasta que sentí su mano en mi cintura y la cama dejó de ser un lugar inocente.

Me descubrí respondiendo con más hambre de la que quería admitir, sorprendida de mí misma, de lo fácil que era dejarme arrastrar por esa corriente. El calor de su cuerpo me envolvía, y una risa nerviosa escapó de mis labios al separarnos apenas un segundo para respirar.

––¿Sigues queriendo saber qué tiene Rosa? ––susurró contra mi boca, con voz ronca.

––Que se calle Alec… ––dije, mordiéndole suavemente el labio, sintiendo que todo a mi alrededor giraba más rápido.

Y ahí, entre la penumbra, las palomitas olvidadas y el caos de emociones, supe que esa noche no sería como cualquier otra.

El beso se hizo más profundo, más urgente. Alec me sujetó de la cintura y me giró suavemente hasta quedar debajo de él. Su cuerpo me aplastaba con un peso cálido, y el roce de su pecho contra el mío me arrancó un suspiro involuntario.

––Alec… ––murmuré, sin reconocer mi propia voz, que sonaba rota y temblorosa.

Su risa baja me estremeció. Se inclinó sobre mi cuello y rozó la piel con la punta de los labios, apenas un roce que me hizo arquear la espalda. Sentí su aliento cálido mezclarse con mi piel fría, y un cosquilleo se extendió por todo mi cuerpo.

Mis manos, temblorosas, subieron a su cabello. Lo enredé entre mis dedos, tirando suavemente, y él respondió con un gemido grave, casi animal, que me recorrió la columna como un latigazo. Cada beso bajaba, lento, paciente, pero cargado de una tensión que me hacía perder el aire.

Su mano recorrió mi costado por encima de la camiseta, quemando a su paso. Me apretó contra él, y pude sentir la firmeza de su deseo, inconfundible, presionando contra mi muslo. Me sorprendí de mí misma al no apartarlo, sino al contrario, al buscar más de ese contacto.

––Estás temblando ––me susurró contra el oído, antes de atraparlo entre sus labios.

––No es miedo… ––jadeé, cerrando los ojos mientras mis uñas arañaban su espalda.

Él deslizó sus labios de nuevo hasta mi boca, reclamándola con fuerza, mientras su mano se aventuraba bajo la tela, acariciando directamente mi piel. El contraste del roce áspero de sus dedos con la suavidad de mi cintura me arrancó un gemido que traté de contener mordiéndome el labio.

––Elena… ––susurró mi nombre como si lo saboreara, y esa forma de pronunciarlo me rompió las últimas defensas.

La película seguía iluminando la habitación en destellos cambiantes, pero ya no existía para ninguno de los dos. Solo estábamos él y yo, respirando agitados, descubriendo la piel, devorándonos con una mezcla de torpeza y hambre que me dejó mareada.

Y ahí, entre sus besos, caricias y la sensación de perder el control, me di cuenta de que estaba cruzando una línea que jamás había pensado atreverme a cruzar con Alec. Y lo peor —o lo mejor— era que no quería detenerme.

Alec me besaba como si el tiempo se hubiera roto, como si la noche estuviera hecha solo para nosotros. Cada movimiento suyo era lento pero seguro, explorando con una calma ardiente que me volvía loca.

Su mano subió más allá de mi cintura y encontró la curva de mi pecho. Me estremecí bajo su toque, un jadeo ahogado escapó de mis labios y él sonrió contra mi piel, como si hubiera descubierto un secreto que le pertenecía solo a él.




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