Elena [vancouver #2]

Prólogo.

Años atrás...

Vince.

El suave zapateo yendo de allá para acá era lo único que se escuchaba en la sala, la rubia no dejaba de meter y sacar las mismas prendas que había traído años consigo en la maleta, aún no se hacía a la idea de lo que estaba por hacer, ni siquiera estaba un poco convencida pero la duda le animaba a seguir. Su esposo, o al menos el intento vano de pareja que le asignaron sus padres, no paraba de mirarla con el corazón en la mano, lucía tan indefenso desde donde estaba tanto, que estaba segura podría pisotearlo si así lo deseaba... no es como si fuera a hacerlo, por supuesto.

— Por favor, detente — rogó Vince, rompiendo el silencio. Ella detuvo su paso abruptamente. Desde que él llegó a casa descubriendo su intento de escape que preparó con meses de anticipación no había dicho una sola palabra. Para ella resultó ventajoso, no soportaba la idea de una despedida dolorosa junto con lágrimas y todas esas cursilerías, no eran su estilo y pese a que su más grande anhelo fuese alejarse de aquel hombre no quería lastimarlo... al menos no más de lo que ya había hecho.

— ¿Por qué? — preguntó ella de mala manera, no pudo evitarlo. Dejó caer el bolso que colgaba de su hombro encima sobre el sofá. Su rostro ardía de furia, odiaba que las cosas no le salieran exactamente como las planeaba aún más que el rubio pusiese resistencia a su huida furtiva —. ¿Por qué así lo quieres tú? No hay nada que me haga cambiar de parecer, he tomado mi decisión.

Él se la pensó mejor.

No era un secreto para ninguno de los dos que Caitlin desde meses atrás quisiese abandonar el barco, Vince lo notó desde un principio: la falsa amabilidad, las sonrisas forzadas y las pláticas sacadas de la manga que pocas veces tenían; él había aprendido a amarla incluso de esa manera, era su adoración absoluta por tanto, la idea de su huida — por más predecible que fuera — le quemaba hasta las entrañas.

— No me afecta nada intentarlo — él se acercó con rapidez pero Caitlin lo evadió con un solo movimiento. Estaban en ondas diferentes mientras ella quería huir en el más próximo vuelo, él solo se dedicaba a idear planes a futuro.

— Se acabó, Vince.

— Esto no puede acabar, no así.

Caitlin soltó un fuerte rugido de exasperación y continuó su tarea de abandono: recogió la maleta que había dejado caer, dobló su ropa lo mejor que pudo — un par de pantalones y una blusa — y como acto final, las metió con rudeza. Necesitaba terminar pronto con aquella locura. Miró a Vince por última vez antes de tomar el mango de la maleta y la haló hacía ella, sucesivamente cogió el resto de su equipaje lo mejor que pudo.

Vince estaba fuera de sí, mirándola con desesperación inscripta en el rostro. Pese a lo mal que la pasaron los últimos días, pese a todo lo que hizo ella por ahuyentarlo... aún la quería. Sin pretenderlo, recordó la primera vez que la conoció: fue en una cena de negocios de sus padres, la adoró desde ese día y el hecho de que a sus padres le resultase tan ventajosa y encantadora la idea de una relación con Caitlin, lo alentó a aventarse en caída libre.

Ella se acercó a la puesta con la decisión firme de dejar todo atrás: su relación y el prototipo perfecto de acuerdo a sus padres de hombre para contraer nupcias. Sabía bien que no era culpa de Vince además de que su única falta había sido apreciarla más de lo que hubiese pedido. Era un buen tipo, lo reconocía, pero no lo suficiente para brindarle esa necesidad de libertad y espacio que tanto necesitaba.

La mano del rubio sujetó su muñeca, impidiendo seguir adelante, sus ojos llenos le quebrajaron el corazón pero fingió no notarlo con la mejor actuación que pudo. De verdad, su intención jamás fue lastimarlo, no contaba con las suplicas de Vince y mucho menos el melodrama pero ahí fue cuando lo supo, justo en ese minúsculo instante donde el corazón de su esposo palpitaba tan fuerte hasta quebrarle los tímpanos: ella no lo amaba ni un poco, ni siquiera lo suficiente como para no lastimarlo si así lo ameritaba el ser libre.

— Dime que tengo que hacer para que no te vayas — musitó él en un hilo. Caitlin apretó los labios, no importaba ya nada, podía irse al carajo su dulzura: necesitaba terminar con toda esa novela —. Haré lo que sea.

— Es que no hay nada qué hacer — espetó —. No te amo.

— Tú no...

— Ya no — bajó la mirada, apenada. Era aún más duro hacerlo que decirlo pero no podía parar: Vince no se merecía seguir cegado ni ella atada a alguien que no era más que un extraño —. Me alegro de que todo esto hubiese pasado, me he dado cuenta de que ya no te amo y que tampoco te amé lo suficiente porque si lo hubiese hecho no me estuviese alejando.

Diciendo eso, se zafó de su agarre que terminó siendo débil y escapó, esa es la mejor expresión para lo que hizo, dejando el sonoro eco de del portazo tras su espalda. Vince permaneció ahí, callado y roto, con las lágrimas escurriendo por sus mejillas. Él la amaba, la amaba más que a nada en el mundo pero a la mala entendió esa misma noche que no por el hecho de amar a alguien esa persona va a amarte algún día como tú lo haces o siquiera intentarlo. Esa noche entendió que no a cualquiera puede amarse con la misma locura que uno debería amarse a sí mismo.

 




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