PRIMERA PARTE:
El perfecto Vince Samuels
Gwren.
El color blanco de la pista era lo único que podía atrapar mi atención mientras me colocaba mis zapatillas de patinaje. No era una experta, pero al menos tenía la facilidad para no caerme sobre mi tarsero, aquello la mayoría de veces.
Una niña de por lo menos cinco años se colocó frente a mí y recogió uno de mis broches que no sabía que se me había caído hasta que su manita lo sostuvo, sonreí con simpatía y lo cogí, llevándolo nuevamente a mí cabello. La niñita de ojitos verdes rio, dejándome ver las pequeñas imperfecciones de su dentadura y recordando a mi yo de cinco años cuando mi sonrisa era todo menos perfecto. Ella se alejó después de eso y se dirigió a su madre, quien estaba de pie frente a la pista de hielo, admirando los profesionales que no hacían más que demostrarnos a nosotros, los simples mortales, de qué estaban hechos.
Hice el último nudo de mis zapatillas y apoyándome de los postes me puse de pie con dificultad. Tenía al menos un año y medio que no haber ido a una pista de hielo por lo cual me preocupaba demasiado el caerme de sentón y como mucho romperme una pierna. Caminé un tanto graciosa, pareciendo un pollo en andanza.
Ángel media hora atrás se había estancado en el puesto de comida y por la tardanza, me permití coger el par de patines pagados con antelación y acercarme a la pista de hielo, él sabía dónde estaba — era nuestro plan inicial — pero hasta ahora, no había dado señales de vida y comenzaba a desesperarme.
— ¡Ni se te ocurra meterte sin mí! — gruñó Ángel a mi espalda, haciéndome dar un pequeño traspié, él me sujetó de las caderas.
— Me asustaste — giré sobre mis talones con dificultad, aún no me acostumbraba a los patines, y lo encontré sonriéndome con un brillito en los ojos. Ya me había familiarizado con su forma de verme, pero por lo tonta que me seguía pareciendo la había denominado "síndrome Gwren" que básicamente consistía en terminar con una cara de idiota. Ángel no tardó mucho en saberlo —. Humm...
— ¿Otra vez el síndrome Gwren?
— Uh-uhu — puso los ojos en blanco y me cogió del brazo, encaminándome a la pista de hielo con la mayor suavidad posible.
No era un secreto que Ángel y yo nos habíamos dado un levísimo descanso a eso de ocultar nuestra relación ante todos, no fue una decisión propia ni siquiera una de Ángel sino de las circunstancias. El día en que Jane y Ángel iban a casarse, él dejó claro que no existía nada que pudiese alejarlo de mí, eso me tomó desprevenida lo admito, pero ni de cerca como la primera plana que se publicó al día siguiente con el encabezado: "Al fin una fotografía de la chica misteriosa".
Así que... ¿Qué más daba ya si todos sabían? Aunque claro, no fue del todo bien recibida: Cecil, la abuela de los Vancouver, casi tuvo un infarto al enterarse que entre Ángel y yo existía una relación más allá de amiga de mi hermana. Al final lo aceptó, no completamente de acuerdo, pero lo hizo.
Cecil Vancouver aún estaba en casa de Ángel pese a que la boda fallida tuviese casi una semana de haber pasado. Eso no me molestaba ni era un impedimento para mí cada que visitaba a los Vancouver — al menos las dos veces que fui — lo que sí lo hacía era el hecho de que pese a que Jane hubiese sido la mujer más malvada de todas, ella la seguía prefiriendo sobre mí. Por supuesto, Cecil dejó a denotar que nunca, ni en el mejor de mis sueños, íbamos a ser lo más cercana a amigas. Y eso me incomodaba hasta cierto punto. Por otro lado estaba Nubia, la nana de Ángel a quien, sorprendentemente, le caí de maravilla.
— ¿Patinas? — preguntó Ángel, sacándome de mis pensamientos, lo miré.
— Antes, ya no.
Él asintió y aseguró su agarre en la entrada a la pista. Con una enorme sonrisa me guio hacía el interior, dándome paso libre a chillar tal niña pequeña cuando comencé a temblar por el frío. Ángel se rio de mí, eso hacía últimamente. Pasamos casi dos horas en la pista, jugueteando y haciendo bromas sobre mis piernas de Bambi que no paraban de temblar cada vez que él me soltaba. Todo estaba de maravilla con nuestras candongas hasta que sucedió lo peor: un chico prácticamente me tacleó.
Pasó muy rápido, de un momento a otro: Ángel me soltó, dejándome a mí hacerlo sola después de mis largas insistencias de romper por completo ese complejo de Bambi en el que yo sola me había metido, todo iba viento en popa hasta el momento de llegar al borde la pista cuando un chico el doble de ancho que Ángel cayó sobre mí, provocando no sólo que mi culo impactara contra el suelo sino el que mi cabeza y el resto de mi cuerpo doliera. Chillé cuando sentí su presión sobre mi pierna.
— Mierda — gruñó el chico mientras se ponía de pie. Él me miró con una disculpa implantada en sus ojos marrones y extendió sus manos hacía mí. Tardó más en extenderme los brazos a que Ángel llegara y lo empujara lejos de mí.
— ¡Oh santo cielos! — no me dio una mano, ni siquiera intentó ayudarme, en vez de eso, me cogió en brazos. Rodé los ojos con fastidio —. Si no pensase que es mejor llevarte al hospital a que te revisen, ten por seguro que le daría una paliza.
— Fue un accidente...
— No tomaré como un accidente el que un mastodonte le caiga encima a mi chica.
— Eres ridículo, Ángel Vancouver.
— En mi defensa puedo decir que sólo soy ridículamente adorable contigo.
Me reí fuertemente, lastimosamente se vio interrumpida por las espantosas manchas de rubor que subieron hasta instalarse en mis mejillas cuando nos sacó a ambos de la pista creando más que un espectáculo. Todos nos veían, como si fuésemos más que adorable del mundo, pero yo me encontraba en otro lado, consciente de que Ángel no hacía más que deslizar sus dedos por lo largo de mis piernas. ¡Debía de ser una mera broma!
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Editado: 29.10.2020