Elena [vancouver #2]

Capítulo 6. Pequeña Dama

Gwren.

Aún seguía un poco delirante por lo ocurrido la noche del cumpleaños de Ángel; después de nuestra escapada furtiva del comedor y de los ojos fustigadores de la abuela Cecil — que resultó básicamente una misión suicida — para escabullirnos a su habitación y… entregar básicamente mi obsequio, las cosas salieron mejor de lo que esperaba. Mi chico de enigmáticos ojos verdes no se dejó sorprender por mi evidente descaro, todo lo contrario, apenas salió de su expectación, nos arrastró a ambos a la cima del risco para después dejarnos caer suavemente. En lo que respectaba, lo había disfrutado mil veces más que nuestra auténtica primera vez.

Es más, lo consideraba realmente nuestra primera vez. Sin lágrimas ni corazones rotos, sin bromas pesadas que se desviaban a lo ridículo ni una boda al día siguiente con una perra desalmada de cabellos de oro. No tuvimos que contar los segundos ni intentar hacernos promesas de alejarnos que estaban más que obvias de no ser cumplidas, solo fuimos nosotros con nuestros corazones latentes al ritmo y conociéndonos mutuamente pedacito a pedacito.

Ángel recorrió con la punta de sus dedos mi espalda desnuda y me atrajo a su pecho, tenía aproximadamente quince minutos que habíamos despertado y yo estaba más que dispuesta a volverme a tumbar en las almohadas, Morfeo aún me tenía sujeta a su encanto y, en lo que parecía, no quería soltarme por lo menos en mil años. Giré sobre mi misma, ignorando que las sabanas corrieron hacia abajo, dándole quizá una muy beneficiosa vista al castaño que no dejaba de mirarme como si fuese una deliciosa porción de pastel.

— Buenos días — murmuré aún con la resaca de mis pocas horas de sueño aunque… no es como que exactamente haya dormido, siendo honestos —. Luces muy contento para ser tan temprano.

— Tuve una buena noche.

— No me imagino por qué.

Sonrió ante mi comentario.

A diferencia de mí, él tenía un semblante digno de portada: mechones de pelo de allá para acá, rostro bien descansado con apenas un poquito de resaca que bien podía pasar desapercibida y unos ojos verdes brillantes que me hipnotizaban apenas me veía reflejada en ellos. ¿Cómo era posible que un chico tan apetecible como él fuese mío? Ángel estaba lejos de ser considerado como perfecto y aun así conseguía llevarme al punto de la entelequia donde lo prefería mil veces que a todos aquellos personajes del libro que raramente cometían un solo error. Ángel era real, tenía una cara bonita, pero a pesar de ello podías percibir todas aquellas marquitas que marcaban su vida, desde los rastros de varicela hasta cicatrices de las que estaba más que dispuesta a conocer su historia.

Nuestras miradas se encontraron y con ello, un calor agradable se asentó en mi pecho, como una taza de café humeante frente a la chimenea en una tarde lluviosa del más duro invierno. Así se sentía ver a la persona que amabas, como un refugio de la fetidez de fuera, un curita en el alma para los momentos tristes.

— Tal vez deberías vestirte — comentó, divertido, sin apartar la mirada de mi rostro. Estaba sentado con la mejilla recargada en un puño, se veía sumamente adorable —. Sería fatídico que mi abuela te viese en esas condiciones.

— Probablemente sepa que estoy aquí — estiré los brazos, Ángel cubrió mi pecho con la sábana —. Anoche no es como que me hubiese visto marcharme…

— Estoy seguro de que Nubia, Sara o Elena le habrán inventado algo.

Se dejó caer a mi lado y casi al instante depositó un beso en mis labios, que se convirtió en una cadena sin fin, dejé que cualquier pensamiento se disipara — si es que tenía alguno que no fuese referente a Ángel — y me perdí entre sus encantos. Él tenía poder sobre mí, con solo tocarme ya me tenía dispuesta a sus pies para seguirlo hasta el fin del mundo, se sentía bien que aquel sentimiento fuese recíproco.

Un leve cosquilleo corrió por todo mi cuerpo cuando sus dedos comenzaron a jugar por debajo de la sábana, pese a que nuestra confianza mutua se había extendido hasta la intimidad, aún no estaba acostumbrada a que Ángel hiciese de mi cuerpo lo que mejor le placiese, estaba segura de que nunca lo estaría. Sonreí en sus labios y lo atraje aún más a mí, me gustaba despeinar su cabello — si es que eso era posible — y enredar mis dedos entre cada hebra como si mi vida dependiera de ello. Sabía que a él también le gustaba, lo comprobé cuando se le escapó un pequeño suspiro.

Mis manos comenzaron un descenso, las suyas contornearon mi silueta y apresaron una de mis piernas justo en el instante en que… un suave golpeteo se coló entre nosotros, provocando que mi cuerpo se tensara bajo el suyo. ¡¿Cómo podía habérseme olvidado que nos encontrábamos en casa de Ángel donde su abuela, su hermana menor, mi mejor amiga y su nana se encontraban? El castaño se alejó de mi como si de un momento a otro me volviese radiactiva y, como si su vida dependiera de ello, recogió las prendas que una noche anterior no nos habíamos molestado siquiera en recoger.

Caché mí vestido en el aire al tiempo que él se enfundaba sus pantalones, ¡santo cielo! Me sentía como una pequeña ladronzuela atrapada en la peor de sus fechorías. Apenas estaba saliendo de la cama, con las sábanas a mí alrededor, cuando la puerta se abrió de par en par, acompañado de un chillido que al instante fue callado por las propias manos de Nubia.

ATRAPADA.

Ángel la miró, yo la miré, ella nos miró. Fueron los segundos más incomodos que hubiese tenido nunca, basados en el dulce rostro de la nana de los Vancouver que delataba lo abochornada que se sentía por la situación: sus mejillas estaban encendidas y sus ojos llenos de una vergüenza infinita que bien pudo haberse notado a kilómetros de distancia.

No dudé ni por un segundo que yo me encontrase igual o peor que ella, es decir, estaba desnuda con apenas una delgada sábana alrededor de mi pecho y el cabello tan despeinado que gritaba por todas partes recién follada. Sip, la mejor forma de convencer a la familia de tu novio que eres un buen partido, punto a mi favor.




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