Elena [vancouver #2]

Capítulo 8. Nombres y reencuentros.

NUEVA ACTUALIZACIÓN ♥

HAGANME SABER SI LES ESTÁ GUSTANDO, UN COMENTARIO SUYO ME ALEGRA LA VIDA :D

MUCHO AMOOOR.

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Gwren.

Ángel tomó asiento junto a mí con una sonrisilla jocosa en el rostro, que era muy contrastante con el semblante desdeñoso de su hermana quien, en lugar de mostrase habladora como de costumbre, no hacía más que morder su labio inferior y mirar al escenario con nerviosísimo. Como si ella fuese a pararse frente a una multitud en lugar de la pequeña granuja. Quise acercarme a preguntarle qué sucedía y porqué ese cambio de ánimo tan repentino, más la aparición inoportuna de Nubia a mi lado interrumpió mis planes.

Ella me escrutó un segundo antes de colocar una mano sobre la mía, cual madre orgullosa de su hija; no supe cómo interpretar su gesto por lo que le regalé una tímida sonrisa. Aún no me acostumbraba del todo a la aparente deferencia por parte de la nana de los Vancouver y su notorio intento por hacerme sentir bienvenida a la familia, pero de una u otra forma resultaba confortante.

Cecil, por otra parte, no hizo hincapié en nosotros, se enfocó en sus mensajes de texto y conservar recta la espalda. Por lo que me había contado Ángel, ella era alguien influyente en su país y se dedicaba de lleno a su propio negocio en el que le iba muy bien. Por la personalidad tan perspicaz de Cecil Vancouver, lo creía firmemente. Estaba segura que jamás existiría alguien que pudiese sobajarla.

Me removí en mi sitio mientras esperaba, paciente, a que comenzara la función. Tenía mucho entusiasmo por ver a Sara en acción, ella era fantástica y no solo lo decía de dientes para afuera: si la música fuese un don, sin duda alguna sería el suyo. Me volví hacía Ángel y lo hallé ligeramente exasperado, no estábamos en su ambiente — lo cual aborrecía un tanto — y hacía todo lo que estaba en sí por permanecer despierto.

Golpeé su rodilla con la mía, llamando su atención.

— Si Sara te ve dormido, va a darte la tunda de tu vida — dije por lo bajo, robándole lo más acercado a una mueca hilarante. Ángel solía ser muy expresivo, por lo que deducir sus emociones era pan comido.

— No lo hará, cuando ella toca no existe otra cosa para ella que sus partituras — regodeó los hombros y, con descaro, se dejó caer en el respaldo. Sus ojos verdes como las esmeraldas me escrutaron, pizpiretas —. Es un alivio, puesto que ella está tan enamorada de lo que hace, que dudo que se pueda fijarse en alguien.

Elena rio, burlona, dándonos no solo a notar que nuestro paupérrimo intento por mantener nuestra — corta — conversación confidencial había sido un fracaso sino que Ángel estaba equivocado igualmente.

Ambos enfocamos nuestra atención en la rubia.

— ¿De qué te ríes? — preguntó Ángel, confundido.

Elena se encogió de hombros, restándole importancia al tema pese a que su hermano mostrase honesto interés. Cualquiera que fuese la causa de su repentina interrupción, no iba a develarla jamás.

— Nada en particular — repasó la pantalla de su móvil antes de escrutarnos por igual. La presunción que transmitía daba repele —, he recordado algo que me ha hecho gracia. Eso es todo.

Achiqué los ojos en su dirección, más Elena no pareció reparar en ello. No me gustaba la actitud que había adquirido desde su llegada a casa esa tarde, era todo lo contrario a ella, fuera de sí. Como si de repente se adentrase en un caparazón, dispuesta no salir nunca. Me mortificaba a niveles superiores y, por la expresión proscrita de Ángel, supuse que a él también. Ya hablaría con ella después.

Diez minutos más tarde las luces del anfiteatro se apagaron y los reflectores apuntaron al escenario donde una cámara de orquesta — conformada por un chelo y tres violines — se preparaba para su interpretación. Sara resplandecía entre los miembros por sus tirabuzones rubios y el evidente nerviosismo que carcomía todo su cuerpo. No entendía por qué su disturbio, teniendo en cuenta que aquel era su ambiente, si el público era menor al de la vez en que toqué junto a ella.

Me acomodé lo mejor que pude en mi butaca y me concentré en el escenario. Teníamos asientos preferenciales y era una ventaja, pues podía admirar muy de cerca no solo las notas definidas y cuidadas de los instrumentos de cuerda sino también las expresiones de los intérpretes.

El cuarteto decantó por el estilo barroco, optando por composiciones de Rameu — el compositor dominante de la ópera francesa — como «Gaviotte et Variations». Yo prefería Bach o Lully, pero aquel no era impedimento para disfrutar la pieza.

Duró aproximadamente una hora y media el concierto, en todo ese tiempo tuve que sestarle más de un indiscreto codazo a mi acompañante para que no se quedase del todo dormido y también una que otra miradita reprobatoria a Elena por sus suspiros de fastidio. Los hermanos Vancouver no eran muy fanáticos de la música clásica como yo. Al menos Cecil y Nubia se mantuvieron al margen, oyendo atentas la sonata y ahorrando cualquier movimiento corporal que delatase sus pensamientos.

Tras una reverencia al público, los músicos se perdieron en bambalinas con nuestros aplausos siguiéndoles los talones. Cecil sonrió abiertamente cuando Sara la saludó con un discreto meneo de dedos y detuvo el video de su teléfono celular. Fue de las pocas veces que la vislumbré como una figura cálida y no una mujer de hierro.

— ¿Quieren que vayamos a comer? — preguntó Cecil mientras guardaba su móvil dentro de su bolso —. Pensaba que podíamos ir a Eleonor. Desde que Beltrán me contó así había llamado Ángel su primer proyecto, tengo muchísimas ganas de conocerlo.

— Me parece bien — murmuró Elena un poco más animada —. Tengo un hambre brutal. Solo espero que Sara no se tarde alistando sus cosas como es de costumbre. Con eso de que tiene una especie de ritual vudú de agradecimiento a su chelo cada que termina una presentación...




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