El puerto de Nophel era todo un bullicio, la aglomeración de gente apenas dejaba moverse con comodidad. Algo muy normal, pues era uno de los puertos más conocidos del continente; mercancía de gran valor entraba en sus puertas. Diego se quedó maravillado al ver la belleza de la ciudad; pero lo que más le llamó la atención era la extraña vestimenta de los lugareños. Si el puerto de Nophel era digno de admirar más lo era la Ciudad de los Cerezos. No existían palabras para describir como se sentía al entrar en ella por las enormes puertas de madera, ambas tenían grabados en su superficie dos grandes cerezos. La ciudad era una bella combinación con la misma naturaleza, en algunos puntos crecían cerezos en mitad de las calles, al lado de las casas o cerca de las tiendas.
Aunque la emoción se vio empañada por la inquietud al ver que las enormes puertas talladas lo estaban reforzando con vigas de metal. Keryo sonrió tristemente, sabía lo que pasaba por la mente de ese joven muchacho.
— No dejes que los problemas del mundo calen en tu corazón— le aconsejó el elfo a su amigo. Diego lo miró sin entender— sé que la guerra da mucho en que pensar, el miedo a que los errores del pasado se repitan es grande, pero no por ello dejes que tu día sea gris.
Diego le sonrió agradecido, era mejor no pensar en cosas tan lúgubres. Caminaron por las aceras, cada uno ensimismado en sus propios pensamientos.
— Me pregunto qué le habrá pasado a Hadir— dijo para cambiar de conversación— no lo pudimos encontrar en todo el barco...
No recordaba nada de lo que pasó aquella noche, y lo peor era que el viejo marinero había desaparecido sin dejar pistas. Lo habían buscado por todo el barco, sin éxito. El capitán había llegado a la conclusión de que se había tirado al mar. Diego no lo creía así, no le cuadraba, le parecía absurdo.
— Mi corazón me dice que él está bien, no es cualquier hombre con un trágico destino— opinó Keryo esquivando a un muchacho en bicicleta que iba en su dirección— las calles están repletas de gente, creo que deberíamos elegir un lugar en donde dormir.
— Sí, tienes razón— convino Diego casi riendo— y de paso comprar ropa de aquí... ¡Me siento fuera de lugar!
Keryo se rio al escuchar aquello, haciendo caso omiso de las miradas interesadas que le dirigían la multitud caminó hasta un guardia que se enderezó al verlo acercarse. Diego sonrió para sí y siguió a su osado amigo.
— Joven, ¿sabes cuál es la mejor posada de la ciudad?— preguntó Keryo con una leve sonrisa.
El guardia lo miró embobado.
— Perdón, pero es que no sabemos a dónde ir, somos nuevos aquí— habló Diego como disculpa.
El guardia abrió los ojos como si aquello hubiera encendido una chispa en su cerebro.
— Disculpen si me he quedado mudo, señores— el guardia se alejó unos pasos de ellos— pocas veces nos visitan algún miembro de la bella gente. Y ya que son nuevos aquí, mi deber es guiarlos. Mi nombre es Gael.
— Ah, igual que mi joven amigo— dijo Keryo fingiendo sorpresa, Diego lo miró con mala cara.
— Perdonen por... mi intromisión, pero quisiera... saber vuestros nombres— dijo el guardia Gael con una voz casi inaudible— si no les molesta, claro...
— Mi nombre es Kelyo de Menelwie y él es Gael de Allurias- Keryo hizo las presentaciones adelantándose a las intenciones de su amigo en devolverle el golpe- somos caminantes...
— Oh, ya veo; os llevaré a la posada La joven cerezo, os aseguro que es una de las mejores posadas de la ciudad— el guardián caminó en medio del gentío, los dos jóvenes lo siguieron a buen paso— ya es tarde y de seguro que quieren descansar de su viaje.
— Así es—dijo escueto Keryo frotándose las manos, en un claro gesto de nervios.
— Ya, pero debo advertirlos de que no salgáis de noche... Últimamente hemos tenido ciertos problemas serios... — dijo entre susurros el guardia- la ciudad está en toque de queda.
Diego quiso saber cuál eran esos problemas y porque el toque de queda, un codazo de parte de Keryo le hizo cambiar de parecer. Siguió al guardia en completo silencio. Admiró la estructura de los grandes edificios, la sencillez de las pequeñas casas, estando en primavera los grandes árboles mostraban sus flores, dando a la ciudad una imagen de extrema belleza y paz.
El guardia que hacía de guía los llevó a unas escaleras subterráneas.
— Las posadas, bibliotecas, bares y demás están en el centro de la ciudad, para llegar ahí a la posada debemos ir por tren— explicó el guardia antes de bajar.