Elendhur- El Despertar del Caos

Capítulo 4

Keryo estaba más que enojado, ¡estaba furioso! Su querida madre que murió cuando él no era más que un niño pequeño. Su madre, la Guardiana Mirelrivië, y su muerte heroica en las puertas de la Ciudad de los elfos plateados. Aún recordaba como ella había jugado y reído con él por última vez, para luego echarse a llorar al separarse, mientras el deber de defender su reino la llamaba. Recordó los años en que vio a su padre sumergido en la soledad y el dolor, agradeció mucho el apoyo de Lord Meneldur, si no fuera por su señor ya hace años que hubiera sido un huérfano. Le había criado como su hijo cuando su padre aún se recuperaba de la pérdida de su amada esposa. Los elfos odiaban la guerra, y sin embargo tenían que vivir con ella, pues la paz no era más que la calma que precedía a la tormenta. Parado debajo de un cerezo respiraba el reconfortante aire en un intento por controlarse, no era propio de él perder la compostura tan fácil y menos ante una provocación. Una fuerte brisa movió las ramas del árbol, llevándose los delicados pétalos de las flores.

Escuchó los gritos de su amigo a lo lejos; quería estar solo pero a la vez no. Suspiró cansino, juntó sus manos y pronunció unas palabras en su idioma, una pequeña luz apareció y con la mente le dio la forma de un ruiseñor. Lo dejó volar para guiar a su amigo humano hasta él. Esperó paciente con la luz de las estrellas brillando en la bóveda celeste. Así estuvo un buen tiempo cuando escuchó unos ruidosos pasos a su detrás. Se volteó ligeramente, ahí estaba el joven humano jadeando por la corrida y mirando con admiración a la pequeña ave de luz blanca. Keryo se olvidó por un momento su enojo y sonrió ante la inocente curiosidad de su amigo humano.

— Veo que te gusta— dijo Keryo con su voz melódica llamando la atención del otro— los elfos plateados se nos hace fácil hacer réplicas de cualquier ser con nuestra luz, es algo innato en nuestra raza, desde muy pequeños sabemos darle forma a la luz según nuestra voluntad— hizo un movimiento con la mano y en dos segundos el ruiseñor desapareció dejando estelas de luz.

Diego miró fascinado el espectáculo, ya sabía de ese detalle de los elfos plateados pero jamás lo había presenciado en persona.

— Te veo más tranquilo— dijo poniéndose a su lado, estaban en una colina pequeña pero que dejaba ver por debajo la posada y el resto de casas rodeados de vegetación y cerezos, a lo lejos se podían ver las escaleras y los caminos serpenteantes— he tenido que subir por cientos de escalones para llegar aquí— se quejó Diego con una sonrisa— pero no te pediré explicaciones sobre lo que pasó allá abajo.

El elfo lo observó detenidamente, le gustaba esa faceta del joven humano, respetuoso y curioso. Era muy diferente a su padre Lord Kevin de la familia noble Guido. Era paciente, gracioso, inteligente, tímido pero valiente, compresivo y leal. Cualquiera podría querer un amigo así.

— Le envíe un mensaje a mi señor— le dijo Keryo esquivando la mirada del otro— ese humano se ha condenado a sí mismo al delatarse como unos de los asesinos de mi madre— apretó los dientes en un esfuerzo de contenerse, una mano en su hombro lo sacó de sus negros pensamientos, Diego sonrió tranquilizando su furia— muchas gracias.

Él se encogió de hombros.

— No tienes por qué dármelas, estoy de acuerdo contigo... ese hombre no merece vivir— replicó Diego— yo tampoco hubiera querido eso para mi madre... que me es tan querida en este mundo.

Ambos se quedaron callados, uno por su mutismo y el otro sin saber que decir. Lo único que podían hacer era contemplar el cielo nocturno en profundo silencio...

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El sueño era de un aire inquietante, o eso pensaba él. Recordaba haber vuelto a la posada para ir a la habitación en donde dormiría con el elfo. Pero poco después de cerrar los ojos, se sorprendió al descubrir que ya no estaba en su cama. El lugar era el mismo en donde había estado con su amigo esa noche, la colina con el cerezo ni joven ni viejo estaba a varios metros lejos de él. Caminó con una ligereza extraña, y se sintió fuera de lugar, le pareció extraño que todo fuera un tanto grande. Subió por los escalones sin prisas y faltando poco para llegar, se detuvo al ver una figura conocida en la colina. Sentada en el borde y con los pies colgando y moviéndose libres en el aire, una chica de cabellos rubios miraba un cielo azul con ojos melancólicos.

La guerra está cerca, me pregunto quién ganará— dijo ella sin voltear a verle, Diego intentó hablar pero en vez de palabras salió un ronco maullido, algo que le alarmó— descuida, solo estás aquí en esa forma porque así lo quise. Ahora es momento de despertar...



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En el texto hay: guerreros, criaturas miticas, amor amistad

Editado: 14.07.2019

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