••••••••••• Capítulo 1 •••••••••••
La Fuente de la Protección latía como un corazón antiguo, derramando un resplandor dorado que jamás había parpadeado… hasta ahora.
Lumi sostenía a Aurelian contra su pecho, acunándolo con suavidad, mientras Auric y Elián permanecían a un paso detrás de él. Pero ninguno de los tres podía ignorar lo mismo:
la luz del agua temblaba.
No por viento.
No por movimiento.
Temblaba como si algo la tocara desde abajo.
Elián fue el primero en tensarse. Su cuerpo entero se volvió un arco listo para quebrarse o atacar. Sus ojos —esas irisaciones que siempre brillaban como fragmentos de un alba eterna— se oscurecieron con un matiz que Lumi jamás había visto.
Auric lo notó al instante.
—Elián —murmuró, apenas audible—. Tu sombra…
Y era cierto.
A sus pies, la sombra de Elián no se quedaba quieta como debería. Se alargaba. Se contraía. Se expandía en direcciones imposibles, como si un segundo cuerpo intentara desprenderse de él. Como si algo se escondiera dentro… algo intentando despertar.
Lumi tragó saliva.
Retrocedió un paso instintivo, protegiendo a Aurelian con los brazos. El bebé hizo un pequeño sonido, inquieto.
—No es él… ¿verdad? —preguntó Lumi con voz frágil.
Elián apretó sus puños, la mandíbula rígida, pero no se movió hacia ellos. Se mantuvo firme, respirando con dificultad, como si cada latido suyo sacudiera al ser que llevaba dentro.
—Soy yo —respondió al fin—. Pero también… no soy solo yo.
Auric dio un paso al frente.
—¿Desde cuándo lo sientes?
—Desde la noche del nacimiento de Aurelian —confesó Elián, levantando la mirada hacia la fuente—. Pensé que era agotamiento… pero no. La luz de la fuente lo está despertando.
Un pulso de energía salió del agua.
El brillo se volvió rojo por un instante.
Y la sombra de Elián se levantó ligeramente del suelo, como si intentara ponerse de pie por sí misma.
Lumi sintió un escalofrío helado recorrerle la columna.
Elián cerró los ojos. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios.
—Lo siento —murmuró—. No quería que lo vieran así… aún no.
Auric frunció el ceño, serio.
—Elian… ¿qué es eso?
Elián abrió los ojos. Y por primera vez en mucho tiempo, no hubo luz en ellos, sino algo más denso, más profundo, más primitivo.
—Mi origen —dijo con voz quebrada—. Antes de ser guardián… fui herencia de algo que nunca debió despertar.
Lumi sintió que la fuente se agitaba otra vez. El agua subió, como si inhalara desde un abismo. Aurelian comenzó a llorar.
Elián retrocedió un paso, alarmado.
—Lumi… no te acerques a mí. Lo que sea que vive en mi sombra… está reaccionando al bebé. No quiero hacerle daño.
Lumi negó, desesperado.
—¡Pero tú jamás nos lastimarías!
La sombra de Elián volvió a ondular con más fuerza.
Un borde negro, filo como un ala rota, emergió un segundo antes de hundirse de nuevo.
Elián tragó.
—No sé si puedo detenerlo si despierta del todo.
Auric se colocó al lado de Lumi, poniéndose automáticamente entre ellos y Elián.
—Entonces no dejaré que ocurra —sentenció.
Pero Elián alzó una mano.
—No, Auric. Esta vez… no es algo contra lo que puedas pelear.
La fuente lanzó un chorro de luz vertical que iluminó todo el cielo.
Tres pilares de energía a su alrededor se encendieron al unísono, como si reconocieran una amenaza.
Lumi se acercó un paso, temblando pero decidido.
—Elián… ¿qué eres realmente?
Él sonrió, triste.
—La luz fue lo que me formó… pero la sombra… la sombra fue lo que me parió.
Y justo en ese instante, la sombra se arqueó… y sonrió.
No con el rostro de Elián.
Sino con uno completamente distinto—
oscuro, antiguo, peligroso.
La fuente respondió con un sonido sordo, como si su propia magia estuviera llamando a algo aún más profundo.
Lumi abrazó a Aurelian.
Auric tensó sus alas.
Elián luchó por mantenerse de pie.
La tensión creció.
Y con un susurro que no venía de ningún lado, la sombra habló a través de él:
—El guardián ya no puede protegerte, Lumi. Pero yo sí.
Elián gritó, forzando control, pero la sombra se retorció violenta.
Porque la sombra del guardián…
había despertado.
La luz de la Fuente de la Protección estalló en un pulso seco—
y en un parpadeo, Lumi dejó de sentir el suelo bajo sus pies.
El mundo se apagó.
No hubo caída.
No hubo dolor.
Solo un vacío silencioso que lo envolvió todo.
Y entonces abrió los ojos… y estaba dentro de una noche sin estrellas.
Auric estaba con él, arrodillado, respirando con dificultad. El cielo era una cúpula de tinta líquida que se movía como un organismo vivo.
Y enfrente, a unos metros… Elián.
De pie.
Atrapado en una luz oscura que no iluminaba nada.
—Auric… ¿dónde estamos? —susurró Lumi, con un escalofrío.
Auric negó, la voz entrecortada.
—No tengo idea… pero no estamos en el mundo físico.
Porque allí, en ese paisaje que parecía un sueño roto, los hilos de Ithil—la conexión luminosa que unía sus almas—
estaban desaparecidos.
Sin brillo.
Sin color.
Sin latido.
Eran apenas hebras de aire…
deshilándose.
Lumi llevó una mano a su pecho.
—Auric… nuestros hilos…
—Lo sé —dijo él suavemente, el terror oculto tras la calma—. La sombra los atacó.
Y allí, en medio de esa oscuridad viva, Elián levantó lentamente la mirada.
Pero no eran sus ojos.
Eran pozos dorados sin pupila, como fuego atrapado detrás de cristal.
—Elián… —susurró Lumi.
Él pareció escucharlo.
Sacudió la cabeza, intentando romper un trance invisible.
—No debieron… entrar aquí —murmuró Elián, con la voz partida en dos tonos—. Esto… es mi mente.
Mi origen.
Mi condena.
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Editado: 19.11.2025