Elián: La Sombra Del Guardian

Papá

••••••••••• Capítulo 7 •••••••••••

La noche cayó sobre la casa como una manta pesada, silenciosa, respirando un ritmo ajeno al de cualquier otra noche. Elián se encontraba junto a la cuna de Aurelian, observando cómo el pequeño destellaba en intervalos suaves mientras dormía. Había algo hipnótico en esa luz: no era magia común, no era energía, no era calor; era como mirar la esencia de un corazón que aún no comprende el mundo pero ya lo ilumina.

Elián estiró la mano y acarició la cabecita del niño con cuidado, temiendo perturbar esa calma divina. Lo amaba con una fuerza que a veces le dolía, una fuerza que nacía del miedo —miedo a fallarle, a perderlo, a no ser suficiente… y miedo a lo que Lumi había dicho en su sueño anterior: lo que te mostraría podría romperte.

Cuando por fin se acostó en su propia cama, no lo hizo para descansar. Lo hizo para escapar.
Para hundirse otra vez en ese espacio donde Lumi podía alcanzarlo.
Para suplicar respuestas sin decirlo en voz alta.

El cansancio lo atrapó rápido, más rápido de lo que esperaba, como si el sueño lo hubiera estado esperando desde horas antes, con puertas abiertas y brazos extendidos. Elián sintió que caía, pero no hacia abajo, sino hacia dentro.

Y entonces, el mundo cambió.

No había cielo.
No había suelo.
Todo era un mar de luz en lentísimo movimiento, como niebla líquida que respiraba. Los colores no eran colores, sino sensaciones: latidos, aromas, fragmentos de emociones convertidos en tonos.

La gravedad no existía.
La lógica tampoco.

Elián avanzó sin caminar, flotando apenas por encima de un espacio que no era espacio. Las ondas de luz se abrían a su paso como si reconocieran su presencia, como si lo acariciaran. Era un sueño, sí, pero uno que desbordaba la simple frontera de dormir.

—…Aquí estás —susurró una voz que no vino de afuera, sino desde adentro, desde un rincón de memoria que no sabía que aún guardaba calor.

Elián se giró tan rápido que casi se perdió en la propia luz. Y allí estaba.

Lumi.

No como fantasma.
No como destello ambiguo.
No como recuerdo.

Estaba claro, definido, luminoso. Su forma tenía bordes suaves, como si estuviera hecho de luz sólida, pero sus ojos… sus ojos eran exactamente los que Elián recordaba. Los que lo habían visto nacer, caer, amar, perder. Los que le habían enseñado el significado de sentirse visto.

Elian sintió que el pecho se le apretaba, que las manos le temblaban.
El mundo alrededor se desvaneció para que solo quedara él.

—Lumi… —su voz se quebró como cristal—. Pensé que no vendrías esta vez.

Lumi se acercó flotando, sin peso, sin sonido. Extiende una mano brillante, temblorosa, como si también tuviera miedo.

—Siempre vengo… cuando puedo.

Sus dedos tocaron el rostro de Elián, y el contacto no fue tibio ni frío: fue un latido. Un latido que no pertenecía a ningún cuerpo físico.

Elián cerró los ojos.
Quiso quedarse ahí para siempre.
Quiso que ese momento fuera eterno, intocable, inarruinable.

Pero Lumi retiró la mano con una tristeza tan silenciosa que la luz del lugar pareció disminuir.

—No puedo quedarme —susurró.

—Entonces quédate lo que puedas —pidió Elián, dando un paso hacia él.

Lumi sonrió con un dolor antiguo.

—Eso haré.

Las luces cambiaron de forma. Ahora parecían hilos infinitos suspendidos en un espacio sin horizonte. Cada hilo vibraba con un sonido apenas audible: armonías sutiles, como si el universo soñara alrededor de ellos.

Lumi extendió una mano hacia uno.

—Escucha —le dijo a Elián.

Cuando Elián tocó el hilo, sintió una corriente suave recorrer su brazo, subir por el pecho, invadir su mente. No era electricidad, ni magia, ni energía. Era… información emocional.

Vio un reflejo de sí mismo cargando a Aurelian.
Vio risas.
Vio noches sin dormir.
Vio miedo.
Vio orgullo.

Todo comprimido en un solo latido.

Elián apartó la mano, jadeando.

—¿Qué es esto?

Lumi se acercó a otro hilo, más dorado, más cálido.

—Memorias. No del pasado… sino del alma. Aquí, los sentimientos tienen forma. Aquí no puedes mentir. Aquí no puedes ocultarte.

—¿Y tú? —preguntó Elián—. ¿Qué forma tienen tus sentimientos?

Lumi titubeó. Ese gesto, tan sutil, hizo que el universo entero pareciera contener el aliento.

—¿Quieres verlos? —preguntó Lumi, con temor.

Elián asintió.

Lumi tocó un hilo de un blanco casi transparente.

Y el mundo explotó en luz.

Elián vio a Lumi riendo por primera vez después de su unión con la luz.
Lo vio llorando cuando supo que tendría que separarse.
Lo vio abrazarlo cuando era un bebé.
Lo vio vigilándolo mientras dormía, con un amor tan grande que parecía dolerle.

Pero también vio algo más.

Vio a Lumi mirando a un horizonte oscuro, preguntándose si volver a verlos algún día.
Vio sacrificio.
Vio incertidumbre.
Vio miedo.
Miedo real.
Miedo humano.

Cuando la visión terminó, Elián temblaba.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? —susurró.

Lumi bajó la mirada.

—No quería que me vieras temer. Pensé que si lo hacía… te detendría. Y necesitaba que siguieras, que vivieras, que criaras a Aurelian sin preguntarte dónde estaba yo.

Elian apretó los puños.

—Estaba solo.

—Nunca estuviste solo —respondió Lumi, acercándose—. Solo no podías verme.

Elián tragó saliva, la voz quebrándose:

—Lumi… yo te necesitaba.

Lumi apoyó su frente brillante contra la de Elián, y la luz los envolvió a ambos como un refugio cálido.

—Y yo a ti.

El sueño cambió nuevamente.
Las luces se volvieron más suaves, como si una brisa sin origen las moviera.

Lumi creó un espacio, una especie de plataforma flotante hecha de cristal líquido. Se sentaron allí, uno frente al otro.




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