Elián: La Sombra Del Guardian

Lo que fuimos, somos y seremos

••••••••••• Capítulo 8 •••••••••••

Elian no respiró durante un segundo.

Solo lo miró.

Aurelian, con sus mejillas encendidas y sus dedos diminutos aferrados a su mano, había pronunciado algo tan pequeño… y aun así tan inmenso que parecía imposible contenerlo dentro del pecho.

—Pa… pa…

La palabra quedó suspendida en el aire, tímida, frágil, perfecta.

Y Elián sintió que su corazón se quebraba de una forma nueva: no como cuando perdió a Lumi, sino como cuando algo tan hermoso ocurre que el alma no sabe cómo sostenerlo sin temblar.

—Mi niño… —susurró, con la voz rota.

Sus manos estaban torpes mientras levantaba a Aurelian, como si temiera dañarlo, como si no creyera que aquello fuera real. El bebé apoyó su cabecita contra su clavícula, dejando escapar un pequeño suspiro que se coló directamente en el centro de su pecho, justo donde la esperanza había empezado a renacer la noche anterior.

Elián cerró los ojos y lo abrazó con toda la suavidad que tenía.

El cuerpo le temblaba.
El alma también.

Sintió el olor tibio de Aurelian, su respiración cortita y dulce, el leve parpadeo de sus alas recién despertadas. Sintió, sobre todo, esa vibración sutil que recorría al bebé cada vez que se emocionaba, y que ahora descendía por su propio pecho como un rayo suave y reconfortante. Un lenguaje sin palabras. Una caricia desde otra existencia.

—Aurelian… dijiste papá —murmuró, con lágrimas resbalando sin que las notara—. ¿Sabes lo que haces conmigo? ¿Sabes cómo me salvas?

El bebé balbuceó, hundiendo más la cara en él. Y en ese gesto, Elián sintió algo más que ternura: sintió pertenencia. Sintió propósito. Sintió que por primera vez desde que Lumi desapareció, el mundo no estaba derrumbándose… estaba volviendo a construirse desde una esquina pequeña y luminosa.

—Te prometo que voy a ser digno de esa palabra, ¿sí? —susurró, apoyando la mejilla contra la cabecita del niño—. Te lo prometo con todo lo que soy.

Aurelian lo tocó con sus deditos, acariciándole la barbilla mientras emitía un sonido entre risa y sorpresa. Y fue ahí cuando Elián rió también, una risa temblorosa, como si estuviera aprendiendo a reír de nuevo.

—Mírate, pequeñito… —dijo, besándole la frente—. No tienes idea de lo que acabas de hacer. Me devolviste… algo que yo creí muerto.

La vibración se amplificó. No dolorosa. No inquietante. Simplemente viva.

Como si en ese momento preciso, alguien —en algún lugar entre mundos— hubiera respondido al ver esa escena.

Elián tragó saliva, acariciando la espalda de Aurelian.

—Lumi… si estás ahí… viste esto, ¿verdad? —susurró, sin esperar respuesta, sin necesitarla.

El bebé se aferró a su camisa, como si entendiera el nombre.

Elián lo sostuvo con más fuerza, cerrando los ojos mientras dejaba que las emociones lo desbordaran: amor puro, ternura, asombro, un destello de fe, la sensación nítida de que la vida le estaba devolviendo algo que había perdido.

Y por unos segundos, mientras abrazaba a su hijo, sintió que el tejido del mundo se acomodaba a su alrededor.

Que ya no estaba hundiéndose.
Que ya no caminaba solo.

Que la luz volvía.
De la forma más pequeña, más hermosa y más poderosa imaginable.

A través de la primera palabra de su hijo.
A través de un “papá” que restauró algo que él creía imposible de reparar.

Elián seguía abrazando a Aurelian, dejando que la emoción lo inundara, cuando algo cambió en el aire.

No fue una ráfaga.
No fue una vibración del bebé.
No fue un sonido.

Fue luz.

Una luz tan suave que al principio pensó que era un reflejo del amanecer entrando por la ventana… pero no lo era.
Era cálida, cálida de una forma conocida, casi táctil, como una caricia que no venía de ninguna fuente visible.

Elián levantó la cabeza lentamente.

La habitación parecía la misma, y sin embargo… no lo era.
La luz alrededor de la cuna vibraba, como si respirara.
Una respiración lenta. Dulce.

Aurelian dejó escapar un pequeño sonido—no un llanto, sino un murmullo que parecía respuesta.

Y entonces ocurrió.

La manta que cubría la cuna se elevó unos centímetros.
No bruscamente.
No con violencia.
Sino como si unas manos invisibles la tomaran con ternura para acomodarla.

Exactamente como Lumi solía hacerlo.

Elián sintió el corazón detenerse.

—Lumi… —susurró con un hilo de voz.

Aurelian ladeó la cabecita y extendió una mano hacia la cuna, hacia la luz. Sus dedos temblaron, y en la punta de ellos apareció un destello blanco entre rosa dorado… idéntico al que emanaban las manos de Lumi cuando tocaba algo con amor.

La manta cayó suavemente sobre el colchón, como si hubiera sido acomodada con intención.

Elián sintió la vibración recorrerle los brazos.
Una vibración que no provenía del bebé.
Una vibración que él conocía.

La misma que sentía cuando Lumi lo abrazaba desde la espalda.
La misma que viajaba por el aire cuando el reía.
La misma que envolvía sus manos cuando le decía que todo iba a estar bien, incluso antes de que él supiera que algo iba a estar mal.

—¿Eres… tú? —preguntó, con la voz quebrándose, casi sin aire.

Y fue entonces cuando la señal se volvió innegable.

Justo en el borde de la cuna, allí donde Elián había apoyado la frente la noche anterior, apareció una pequeña línea de luz… pero no estaba pintada con claridad. Era como un trazo tembloroso hecho de energía.

Un símbolo.

Uno que Lumi solía dibujar distraído en el aire cuando meditaba o cuando jugaba con Aurelian en sus primeras semanas:
el pequeño arco que representaba regreso, hilo, latido.

El símbolo vibró.
Una sola vez.
Un pulso.

Aurelian respondió con un balbuceo cargado de brillo.

Y entonces, la luz se deshizo como polvo de estrellas, suave, silenciosa, profunda… dejando atrás un aroma casi imperceptible: ese aroma suave que siempre rodeaba a Lumi, algo entre flor nocturna y páginas antiguas iluminadas.




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