Elián: La Sombra Del Guardian

Perdón y Miedo

••••••••••• Capítulo 9 •••••••••••

La mañana llegó sin benevolencia alguna.
No fue una luz suave la que despertó a Elián, sino la sensación de haber dormido apenas unos minutos entre pensamientos que no le dejaban espacio para respirar.

Aurelian dormía aún, acurrucado en el pequeño nido de mantas que habían improvisado cerca de la ventana. La luz de la mañana lo hacía ver casi translúcido, como una pieza viva de algún sueño que no debía existir en un mundo tan áspero.

Elián lo observó un momento.
Luego respiró hondo.

—Hoy empezamos, pequeño —dijo en voz baja, como si temiera despertar a la propia vida.

El eco de la señal que Lumi había dejado la noche anterior seguía vibrando dentro de él, como un latido que no pertenecía al cuerpo.

Tres pistas.
Lo que fuimos.
Lo que somos.
Lo que seremos.

Hoy tocaría el pasado.
El más difícil de enfrentar.

Mientras guardaba mantas, comida, la ropita de Aurelian y el amuleto que aún tenía un brillo imperceptible, Elián sintió por primera vez una mezcla extraña de ansiedad y certeza.

Era como si una voz sin sonido le dijera: “ve”.

Aurelian abrió los ojos justo cuando Elián terminaba de preparar todo.

—¿Otra vez despierto antes que yo? —dijo Elián con una sonrisa suave.

El niño respondió con un pequeño mmmh pa-pa..., frotándose los ojos. Luego extendió las manos para que Elián lo levantara.

—Sí, sí… ya sé —rió él—. No podemos ir a ningún lado sin tu aprobación, ¿no?

Aurelian tocó el pecho de Elián con su mano pequeña y cálida.
Una vibración leve recorrió el aire.

Elián se tensó un segundo.

—¿También lo sientes? —preguntó, sabiendo que el niño no podía responder con palabras… pero aun así esperando que lo hiciera.

Aurelian simplemente lo miró.
A veces parecía comprenderlo todo.

El viaje fue largo, cruzando caminos llenos de neblina y tierra mojada.
Elián no lo conocía, pero su corazón sí. Cada paso del caballo, cada giro del sendero le daba la misma sensación que tienen las aves cuando saben dónde migrar sin haber visto nunca el camino.

Cuando por fin llegó al pueblo, el olor de leña húmeda lo envolvió.

Casas sencillas, viejas, y un silencio que solo se rompía por gente que observaba… demasiado.

Aurelian escondió su cara entre el pecho de Elián.

—Lo sé —susurró—. También me incomoda.

Elián se acercó a un anciano que barría la entrada de su casa.

—Buenos días —saludó con respeto.

El anciano lo miró de arriba abajo.

—Buenos —respondió, sin dejar de observar a Aurelian—. No es común ver forasteros por aquí.

—Lo sé —admitió Elián—. Busco a los padres de… Auric.

El anciano detuvo la escoba.
El silencio se volvió espeso.

Una mujer que estaba tendiendo ropa levantó la mirada.
Un hombre que arreglaba una cerca dejó de martillar.
Incluso un niño dejó de correr.

Todos habían escuchado el nombre.

—Auric… —repitió el anciano, bajito—. Ese nombre no lo decía nadie desde hace años.

—Necesito encontrarlos —insistió Elián—. Es importante.

El anciano suspiró y señaló con la barbilla.

—Viven al final del camino, después del molino viejo. Pero… —titubeó— no sé si quieran hablar. No han sido los mismos desde que él se fue.

—Agradezco su ayuda —dijo Elián, haciendo una suave reverencia.

Mientras se alejaba, escuchó a las personas murmurar entre sí.

“¿Será sobre el niño?”
“¿Habrá vuelto?”
“No, imposible… él murió para ellos.”
“¿Y ese bebé que lleva? ¿Será de él?”
“¿Brilla… o solo me pareció?”

Elián aceleró el paso.
No quería cargar más miradas que las necesarias.

La casa estaba vieja. Demasiado vieja para la edad que aparentaban sus dueños.
Como si el tiempo se hubiera ensañado más con ese lugar que con el resto del pueblo.

Golpeó la puerta con suavidad.

Pasaron segundos.
Largos.
Tensos.

Finalmente, la puerta se abrió apenas una rendija.
Una mujer con el cabello recogido, ojeras profundas y manos temblorosas lo miró por entre la madera.

—¿Sí…? —preguntó casi en un susurro—. ¿Qué desea?

Elián habló despacio.

—Vengo a preguntar por Auric.

La mujer se quedó inmóvil.
Sus labios temblaron un instante.

—Auric… —repitió como si el nombre le quemara la lengua.

Un hombre apareció detrás de ella.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz áspera—. ¿Quién es?

—Dice… dice que viene por Auric —respondió la mujer, sin poder ocultar el temblor en la voz.

El hombre empujó la puerta, abriéndola del todo.
Tenía una mirada dura. Fría.
No era odio.
Era… negación.

—No hay nada que hablar —escupió—. Ese muchacho está muerto para nosotros.

Aurelian, inquieto ante el tono, se abrazó al cuello de Elián.

Elián lo acarició.

—No he venido a juzgarlos ni a pelear —dijo con una calma que le costó reunir—. Solo quiero conversar. Auric… él…

—¿Él qué? —interrumpió el hombre—. ¿Te envió desde la tumba?

La mujer hizo un gesto de dolor, pero no dijo nada.

—Él quiso que viniera —respondió Elián—. Aunque ya no esté aquí físicamente… lo que él dejó en mí me trajo hasta ustedes.

El hombre bufó con desdén.

—Cinco minutos. Ni uno más.

Elián entró.

La casa estaba llena de silencio.
Un silencio distinto al del exterior.

Este era un silencio que gritaba.

La mujer ofreció asiento.

—¿Desea agua? —preguntó con educación mecánica.

—No, gracias. Solo deseo hablar.

El padre se cruzó de brazos.

—Habla, pues.

Elián sostuvo a Aurelian en sus piernas.
El niño lo observaba todo con ojos enormes, sin comprender la tensión pero sintiéndola.

—Auric… —comenzó Elián, buscando las palabras— era un ser maravilloso. Inteligente. Curioso. Sensible.




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