Elián: La Sombra Del Guardian

Dónde la luz no llega sola

••••••••••• Capítulo 10 •••••••••••

Las luces seguían flotando en la casa, cada una enviando pequeños pulsos que suavizaban el silencio. Era una calma que parecía protegerlos… pero también prepararlos.

Elián acarició la cabecita de Aurelian, que ya empezaba a quedarse dormido en sus brazos. Lo movió con cuidado y lo llevó a su habitación, acomodándolo entre las mantas suaves que Lumi había tejido con hilos de luz antes de desaparecer.

Apenas lo dejó, una de las luces entró a la habitación y giró encima de la cuna, casi en un gesto maternal. Aurelian suspiró y sonrió dormido.

—Gracias por eso… —susurró Elián.

Se quedó un momento más allí, mirando el rostro de su hijo. Luego salió cerrando la puerta con delicadeza.

Las luces lo guiaron hacia el pasillo.

No era normal.
Nunca lo habían guiado así.

—¿Quieren mostrarme algo? —preguntó en voz baja.

Una luz vibró y se alejó flotando.
Elián la siguió.

Pasó por la sala.
Por la cocina.
Por la ventana que daba al jardín.

La luz se detuvo frente a la puerta del estudio de Lumi.

Ese cuarto.

El cuarto que él había evitado abrir desde que ella desapareció.

La puerta estaba cerrada.
Parecía igual que siempre, pero había algo en el aire alrededor de ella… algo suspendido, como si el tiempo la tocara distinto.

Elián tragó saliva.

—¿Aquí…? —preguntó.

La luz vibró otra vez.

Elián tocó la perilla.

El metal estaba tibio.

Abrió.

La habitación estaba tal como la dejó Lumi:
la mesa con papeles, fragmentos de ecuaciones, dibujos de constelaciones, notas pequeñitas con recuerdos que él siempre leía para no sentir que lo olvidaba.

Pero había algo nuevo.

Una delgada capa de polvo cubría la mayor parte del lugar… excepto un rincón.

Un pequeño cofre, de madera pálida, estaba completamente limpio.
No cubierto.
No abandonado.

Protegido.

Elián dio un paso.
El aire cambió.
Se sintió más denso… pero a la vez más cálido.

Como si la habitación contuviera un latido guardado por años.

—Lumi… —susurró él, tocando el borde del cofre con la punta de los dedos.

Al contacto, una luz diminuta —distinta a las otras— se encendió sobre la madera. Era rosa plateada, con un tono que él reconoció al instante…

El tono de su risa.
El tono del brillo de su piel cuando lo abrazaba.
El tono exacto que llenaba el cuarto cuando hablaban de su futuro.

El cofre vibró suavemente.
No como un objeto.
Sino como algo vivo.

Elián respiró hondo.
Abrió la tapa.

Dentro había tres cosas.

Una pluma blanca

No era de él.
No era de Aurelian.

Era de Lumi.

Una pluma celestial, completa, pura, casi translúcida.

Cuando la tocó, se encendió un instante con una calidez que le recorrió el brazo hasta el pecho, como un abrazo breve.

Elián sintió lágrimas asomando.

Ella había dejado parte de su esencia.

Un pequeño cristal con un pulso interno

Era ovalado, suave y en su interior contenía un latido.
Un latido.

Elián lo llevó al oído.

—…¿Lumi? —preguntó, temblando.

Dentro del cristal sonó algo como una respiración.
Una memoria viva.

Era un recuerdo encapsulado.

Un recuerdo que ella no quería que se perdiera.

Una nota doblada

Elián la tomó con manos temblorosas.
La desdobló despacio.

La letra era la suya.
Blanda, luminosa, siempre ligeramente inclinada.

Para cuando ya no esté.
Para que sepas por qué no tuve miedo al final.
Y para que nunca olvides lo que ya es parte de ti.
No me busques en el vacío.
Búscame en lo que dejé atrás.
En lo que sostienes cada día.
En la luz que duerme contigo.
Regresaré por donde tú camines.
Regresaré porque ustedes existen.
—Lumi

La nota tembló entre sus dedos.

Elián sintió un mareo.
El pecho se le apretó con fuerza.

—No… —susurró, quebrándose—. ¿Sabías que…? ¿Planeaste…?

Una lágrima cayó sobre la pluma.

En ese instante, el cristal pulsó con fuerza.

Se encendió.

La luz que salió de él no era intensa: era suave, rosita.
Tomó forma sobre la mesa.

Una figura pequeña.
Difusa.

Una figura que él reconocería aunque se apagara el universo entero.

Lumi.

No completa.
No presente de verdad.

Una proyección emocional.
Un eco de memoria.

El sonrió.

No habló.
No podía.

Pero el gesto era tan claro, tan puro, tan suyo, que Elián se llevó la mano a la boca y cayó de rodillas.

Lumi extendió su mano etérea hacia él.

Justo donde caía la luz, la pluma volvió a brillar.

Una frase brotó de la vibración:

No te dejé solo.
Nunca lo haría.”

Y la figura se deshizo como un suspiro.

El cristal dejó de latir.

Lentamente, la habitación volvió a ser solo una habitación.

Elián se quedó arrodillado, abrazando el cofre, apretando la nota contra su pecho.

Su cuerpo temblaba.
La casa entera parecía anclarlo para que no se derrumbara.

—Lumi… —dijo entre lágrimas—. Prometo encontrarte. Lo prometo. No importa lo que cueste.

Las luces fuera de la habitación vibraron todas juntas.

Como si confirmaran.

Como si esa promesa… fuese exactamente lo que Lumi había esperado que él dijera.

Elián respiró hondo, aún con la nota temblando entre sus dedos. No sabía si era su propia mano o el papel lo que vibraba, pero la energía que brotaba era inconfundible: Lumi había dejado algo más allí dentro. Algo que no se veía a simple vista.




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